El ardor

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Las arrugadas manos abrazando el cilindro de casi un metro, sintieron en los termoceptores de la epidermis un gran calor que se extendían por toda la superficie que hacía contacto.

El viejo se manifestó gritando a la cuarta pared de manera desproporcionada, cargando el palitroque como tremendo pollón sobre su hombro derecho.

Los ojos se abriero como lunas llenas, las pupilas se cerraron como pepitas de kiwi, el rostro del anciano se desfiguró hasta el fantochismo. En cada arruga se leían los años que la sociedad había estado maltratandole, en cada poro la ira que delataban sus ansias de undir tremendo bolardo en la cabeza de cualquier rojo hijoputa que pasara por allí. Antonio era en ese preciso momento el villano de esta historia.

Antonio el revientacabezasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora