2. Copos brillantes

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CAPÍTULO DOS

Copos brillantes.

Después de las primeras clases nos tocó el almuerzo, pero en el momento en que me llegó el olor a carne asada, sentí unas náuseas horribles.

Corrí rápidamente por medio instituto, con la mano en la boca, y cuando por fin llegué al baño, vomite el pastel que me había comido por la mañana.

Me recargue en el escusado, y cerré los ojos tratando de calmarme. Después de unos minutos los abrí, y grité asustada.

El escusado estaba congelado, al igual que el vómito en el agua. Frote mis manos contra mis ojos y cuando los volví a abrir, el hielo ya no estaba.

—¿Pero qué mierda? — murmuré para mi misma.

Tal vez no solo estaba alucinando.

Pero en ese momento no era eso lo que me preocupaba. Llevaba algunos días con retraso de la regla, y me había estado sintiendo muy mareada estos últimos días, y no hace mucho tiempo tuve relaciones con mi novio, Peter, quien estaba ahora visitando a su familia en Estados Unidos.

Mierda, mierda y más mierda.

Una pequeña sonrisa involuntaria se formó en mis labios.

Sí, estaba feliz: podía que estuviera embarazada.

La sonrisa se borró recordando que yo tenía una beca de ballet en esta academia, y que si quedaba embarazada, tarde o temprano tendría que dejar el ballet para poder tener al bebé.

Y Peter. Mierda, Peter se sentiría culpable, y no quiero que, si en algún momento se aburre de mi, esté conmigo solo por el bebé.

Y mierda, mi padre estaría furioso.

Todo el peso de las personas a las que le afectaría eso me cayó de golpe, y me puse a llorar durante algunos minutos. Luego de calmarme, bajé la palanca de el escusado y salí a lavarme la boca. Por suerte no había nadie en el baño.

No sabía qué hacer.

************************

Cuando ya solo faltaba una hora para terminar el día, pedí un permiso para poder retirarme a casa temprano, con la excusa de que no me sentía bien y quería descansar, para estar perfecta para el recital. Claro, al ser la protagonista de la obra, no se pudieron negar.

En vez de ir directo a casa, tomé un taxi y fui a la farmacia por unas pruebas de embarazo.

Tomé cinco pruebas, todas de diferentes marcas, para que no hubiera falla.

Cuando las pagué, la dependienta —quien era una señora de unos sesenta años— me miró feo.

—Estás muy joven para comprar estas cosas ¿no crees? — me dijo.

Yo solo me encogí de hombros.

Ella negó con la cabeza.

—Estos jóvenes de ahora — dijo, pasando las pruebas por el lector de barras.

》Vieja amargada《 pensé.

Me cobró las pruebas y salí de la farmacia con la mirada de la dependienta sobre mi. Tomé otro taxi y fui directo a casa.

Menos mal que no había nadie.

Cuando entré por la puerta dejé las llaves en el llavero mientras me quitaba mi chamarra y bufanda, dejé mis botas en la entrada y fuí hasta mi habitación.

Entré en mi baño y de inmediato me hice las pruebas. Volteé boca abajo las cinco en el lavamanos y me dispuse a esperar.

Pasados diez minutos -aunque las pruebas sólo necesitaban cinco- decidí acercarme a mirar las pruebas.

La reina de la nieveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora