El gato blanco de Mía

174 24 27
                                    

#HoraDelMisterio2 #JuegoMortal

Mía observó fijamente la pequeña bola de pelo de color blanco acurrucada entre sus piernas, acercó su dedo índice al límite de su pelaje, hundió en su agradable y suave piel ese mismo dedo. El gato se removió en la falda de Mía, la pequeña niña entrecerró los ojos con la curiosidad ardiendo en sus infantiles rasgos.

«¿Estará respirando?»

Mía levantó al gato de la falda y lo colocó vertical. Lo sujetó con una sola mano y, con la otra, pinchó en el estómago del gato. Éste tembló ante su tacto. Ella asintió con solemnidad y lo devolvió a su lugar.

«Sin duda el gato está vivo»

Con esa certeza arraigada en el fondo de su mente, se llevó el gato hasta la cocina y lo dejó sobre una silla. En donde su altura alcanzaba, el gato se desperezó y abrió sus azules ojos para clavarlos en la pequeña, los marrones de Mía le devolvieron la mirada sin comprender la razón de la misma.

El gato rompió el contacto visual y dio una vuelta sobre sí mismo, se mantuvo al borde de la silla. Y saltó, el pequeñísimo animal paseó por la cocina como si fuera el dueño de la casa. Mía le aplaudió, como si el felino fuera un modelo y ella la espectadora. Fascinada por su belleza y perfección.

Cuando el gato se disponía a salir de su lugar Mía frunció el ceño y lo alcanzó, lo arrastró por su cola hasta llegar a ella. Lo acogió entre sus brazos haciendo un pequeño puchero, comenzó a acariciar su suave pelaje con un suspiro.

—Snowy, no ir. Mamá no poder verte, ¡ella asustar! —expresó con su aguda voz, poniendo más presión de la necesaria sobre el pequeño cuerpo del gato de nombre Snowy.

El felino soltó un maullido adorable y saltó de sus brazos, asustado, comenzó a correr por toda la cocina. Saltó y volcó un bol de cereales además de unos cuantos productos de limpieza. Algunos de estos mancharon a Mía.

La madre de Mía apareció, sorprendida por el ruido provocado. Soltó un grito ahogado y corrió hacia su hija, le arrebató el gato que se encontraba una vez más en su falda.

—¡No, Mía, no! ¡Otra vez no! ¡Marc, Marc! ¡Mía lo volvió a hacer!—chilló casi en histeria su madre, con la pena en su corazón. Se giró a su hija con una mezcla de tristeza y furia—  ¡No puedes ir desenterrando a Snowy cada que quieras! ¡Está muerto, Mía!

La niña parpadeó, con sorpresa, volvió a mirar al animal. Lo vio sin comprender, era un pequeño gato blanco pero manchado de barro, productos y trozos de cereal. Ella frunció su casi inexistente ceño, estaba segura que vivía. El pecho del felino se movía.

El padre apareció en escena, suspiró y limpió a su niña en silencio. Cuando éste acabó Mía miró a su papá.

—Papi, ¿Snowy está muerto? —cuestionó con tristeza.

Su padre negó, serio.

—Debemos llamar al psiquiatra, antes de que vuelva a enterrarlo.

Los cuentos de AbdelhakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora