EL PRINCIPIO DEL FIN

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Acabábamos de llegar a Nueva York. Los acontecimientos que tuvieron lugar hace apenas unas horas me marcarían por toda la vida, había presenciado demasiadas muertes, estaba atónito, por un momento me sentí inmerecedor de la vida que poseía, "¿por qué no morí con el resto? ¿Acaso existen preferencias entre la vida y la muerte?" No dejaba de darle vueltas al asunto, no podía parar de pensar en lo impensable.
Me detuve en seco unos segundos para mirar a lo que solían llamar 'estatua de la libertad', "¿estarán libres las almas de los condenados en el mar? Dales libertad" me dije a mí mismo.
Seguía absorto en mis pensamientos cuando un oficial se acercó preguntando por nuestros nombres. No me sentía capaz de responder, no podía articular ni una palabra, ni siquiera mi propio nombre, me sentía incapaz de todo, por lo que, tuvo que ser Rose quien contestó.
— Rose y Jack Dawson, señor. - Su respuesta me conmovió, me hizo sentir que, como había soñado desde el momento en que la ví, estaríamos siempre juntos. Giré levemente la cabeza para mirarla. Mi corazón latió apresuradamente mientras observaba a tal monumental mujer, dejando que el amor fluyera por mi cuerpo. Permanecí unos minutos mirándola con detención, destacando cada detalle de su figura, admirando su belleza. El simple hecho de tenerla cerca, lograba hacer que me sintiese vivo, a pesar de que mi cuerpo pareciese el de un cádaver; inmóvil, sin gesticular y pálido, mi corazón, estaba más vivo que nunca.
Rose miraba fijamente la estatua de la libertad, cuando, de pronto, se volvió hacia mí y acarició una de mis mejillas mientras clavaba su mirada en mis ojos azulados, con una amplia sonrisa dibujada en su rostro angelical. — Jack, estamos vivos. - Dijo mientras seguía acariciando con suavidad mi helada piel.
Trate de esbozar una pequeña sonrisa. Tenía razón, habíamos sobrevivido, estábamos juntos en Nueva York.
La situación parecía perfecta, éramos muy afortunados. Mas aún sentía el hielo recorriendo mi cuerpo, parecía como si en cualquier momento fuera a caer al océano, como si aún siguiera allí, tratando de no congelarme, pero que, al final, hiciera lo que hiciera, me hundiría en las profundidades del Océano Atlántico junto al Titanic.
Repentinamente perdí todas mis fuerzas, mi cuerpo dejó de funcionar, y caí al suelo, quedando inconsciente. Lo último que logré ver, fue como Rose abrazaba mi inerte cuerpo, gritando desesperadamente mi nombre tratando de hacerme despertar.

Vida tras muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora