Salí de mi cuarto aun bostezando, quería seguir durmiendo, pero mamá quería que le hiciera unas compras. Con poco ánimo me había cambiado, colocándome una camiseta y dejándome la calzoneta con la que había dormido. Cuando me calzaba una de mis sandalias...
—¿Vas a salir así? —preguntó mi madre un poco desconfiada.
―¿Si? ―Afirmé, no tan seguro.
—¡Cochino! ¡Vete a bañar! ―Me reí ante la exageración de mamá.
—¡Oh vamos mamá! Si estoy en vacaciones. Por lo menos déjame andar en pijama ¿por favor? —Le supliqué, junté mis manos rogando su aprobación.
—¡Vergüenza debería darte! —Volví a reír y tomé el dinero para hacer las compras.
Caminando hacia la salida.
—¿Qué quieres que compre mamá?
—Lo mismo de siempre.
—Está bien, espera... —Me detuve y la miré—. ¿Que era exactamente? —Mamá comenzó decir cuáles eran las cosas e hice una lista mental. Eran cosas básicas lo cual no se me dificultó memorizarlas.
Salí de la casa en mi bicicleta y pasé junto el almendro de la chica fantasma. Había pasado una semana luego de ese encuentro y la casa de la cual me había mencionado mamá, ya estaba habitada. Pero no pude ver a esa chica pues no volvió a aparecer durante esa semana.
«Esa chica...». Intenté sacarla de mi cabeza sacudiéndome, y me dirigí a la tienda. El sol del mediodía era abrasador y sentía como me quemaba la piel, bronceándola durante el trayecto. Pensé que si seguía así, ya no sería tan blanco como mamá.
—¡Hash! Maldito sol... —Me reí de mí mismo. Eran exactamente las mismas palabras de aquella vez. Con la única diferencia de que me quejaba por el sol—. Realmente soy un gruñón. —Me dije a mi mismo. Reí de nuevo y continué el trayecto hacia la tienda.
Al finalizar las compras me dirigí a mi casa.
Durante el camino, miré el almendro a lo lejos. Me detuve a cierta distancia del árbol, bajé de la bicicleta y lo dejé en el camino con la bolsa de compras colgando de un manubrio.
Caminé hacia el almendro y me dediqué a mirarla por un momento. No sabía exactamente lo que había pasado ese día lluvioso. La intriga se mantenía presenta y cada vez que miraba el árbol, incrementaba.
Reí de lo que estaba haciendo, me di la vuelta y cuando lo hice, me asusté y por reflejo retrocedí unos pasos. La chica, aquella chica me miraba con asombro. Con los ojos muy abiertos fijos en mí. Yo me congelé en mi lugar, no tenía ni la más mínima idea de cómo había llegado detrás de mí, sin que me diera cuenta. Pero al reaccionar a los pocos segundos, pude verla con detenimiento. Era más bajita, parecía menor que yo. Su tono de piel era trigueña. Sus rasgos faciales eran hermosos, sobre todo con esa adorable y pequeña nariz suya.
«Ella es de mi tipo...». No pude evitar pensar en ello. Sacudí la cabeza para espantar esos pensamientos.
—¡¿Tu eres el fantasma?! —gritamos al unísono. Al darme cuenta de la confusión me reí a carcajadas y ella sonrío aun apenada.
—Oye, se supone que tú eres el fantasma... —Le dije en una fingido tono de desafío.
Ella trató de contener la sonrisa, pero cruzó los brazos e hizo un puchero fingiendo estar ofendida, se veía bonita con esa expresión.
—Oye... ¿quién eres tú? —Ella me preguntó y me miró con cierta duda.
—Bueno, yo me llamo... —Me coloqué una mano en el pecho, he hice una reverencia de caballerosidad con una ceja enarcada—: Daniel.
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La chica bajo el almendro
Подростковая литератураUn chico común, regresaba de hacer una compra también común, pero en su camino, encuentra a una chica misteriosa bajo un almendro. No sabe quien es o que esta haciendo ella ahí, así que trata de ignorarla pero la curiosidad le gana. ...