Capítulo 5

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 Al salir del sendero, me encontré con una calle. Me paré en seco y me quedé pasmado al ver a una mujer de pie en medio de la calle. Ella me daba la espalda y seguía con la mirada a un auto en la distancia. Ella estaba inmóvil, como si su alma se había marchado de su cuerpo. Un poco confundido y temeroso me acerqué a ella.

—¿Hola? —Ella se sobresaltó y rápidamente me miró—. Perdone señora, no quería interrumpirla —Ella nerviosamente me miró y volvió la mirada hacia el auto que ya se había desaparecido en la distancia. Ella al parecer tenía dificultad para articular palabras. Luego unas cuantas lágrimas rodaron sobre su mejilla—. Señora ¿se encuentra bien?

—Sí, sí, estoy bien. Gracias —ella secó las lágrimas con un pañuelo que tenía en la mano. Había un silencio incómodo y yo no sabía qué hacer.

—Este... yo... —Me pasé una mano por el cabello. No sabía qué hacer, ni que decir.

—Ese libro... —La señora me señalo el libro que tenía en mi mano—. ¿Dónde lo sacaste? ―El rostro de la señora mostraba mucha preocupación.

—¡Ah! Este... Yo solo venía a devolvérselo, a... a... una amiga —Miré el libro y luego miré en todas direcciones por si Daniela se encontrara en las cercanías.

—¿A quién buscas? —Ella seguía viéndome con esa cara de preocupación.

—Bueno, a Daniela —Ella abrió los ojos como platos.

—¡¿Buscas a mi Daniela?! —Yo me sorprendí.

«¿Quién es esta señora? ¿Y a qué se refiere con "mi Daniela"?». Luego me calmé y decidí sacar información. Daniela tenía muchos misterios y yo ya estaba impaciente por descubrirlos.

—Señora ¿Usted la conoce? —Ella afirmó con la cabeza—. ¿Me podría decir donde esta ella? —La señora entristeció.

—Ella ya no está.

—¡¿Cómo?! —Esas palabras me espantaron, posiblemente palidece más de lo que era.

—Sí, ella salió con su padre al... —Yo suspiré del alivio. Luego ella se detuvo y enterró los ojos en mí con mucha curiosidad—. ¿Tú, qué quieres con mi hija?

«¡¿Qué coño!?». Mordí mi lengua para evitar escapar la maldición.

Estaba sorprendido, ella era la madre de Daniela. Comencé a preocuparme. Ya saben, cuando quieres salir con la chica que te gusta, tienes que procurar impresionar a sus padres, claro si es para una relación seria.

Los padres son unos especialistas en leerte la mente. Si tienes malas intenciones, ellos detectaran inmediatamente esas intenciones. Si son buenas, los detectarán y permitirán estar con ella. Al recordar ese detalle comencé a volverme nervioso.

—Yo, bueno... Es que... Vera... —La estaba cagando. Estaba nervioso, parecía un estúpido titubeando—. Bueno vera —Expulsé todo el aire y volví a respirar profundo—. Señora. Solo quiero devolver este libro a Daniela, también quiero hablar con ella y pues... ¿Usted sabe a qué horas regresa? —Por último y para terminar le supliqué con la mirada.

—Bueno... ―Ella colocó su mano en la nuca―, ella regresara dentro de dos días.

—¡¿Dos días?! —Ella se sorprendió ante mi reacción—. Lo siento señora. Bueno me retiro —Giré sobre mis talones aun con el libro en la mano—. Ah, señora. ¿Puedo quedarme con el libro durante estos dos días? —Me di la vuelta, aun mirando el libro y cuando levanté la vista, ella estuvo a punto de llorar.

—¿Señora se encuentra bien? —Me dirigí hacia ella, preocupado por su reacción.

—Está bien hijo. No me hagas caso —He aquí el escudo de las mujeres.

La chica bajo el almendroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora