CAPÍTULO TRES.

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Mi cama está cubierta por una sabana suave de seda blanca, las paredes son color azul celeste con ligeras franjas doradas y las cortinas son tan delgadas que permiten la luz del sol pasar y acariciarme la cara.


Frete a mi hay un espejo en el cual solo tengo permitido verme una vez al mes, exactamente a inicios, en el dia de la Ceremonia.


Me veo en el espejo y honestamente casi no me reconozco.

Tengo los ojos hundidos y su color castaño se va opacando. Traigo el cabello recogido hacia atrás, como todo el tiempo. Esta prohibido tener, incluso por accidente, un mechón de pelo fuera del lugar o me ganaría una semana sin comida ni agua. Mi piel esta blanca como el papel y mis labios resecos. Puedo distinguir un millón de cosas en mi rostro, pero nada cercano a la felicidad.


Hace seis meses, dos semanas y cuatro dias que me atraparon en el accidente. Las cicatrices de mi piel estan casi por desaparecer, pero las internas vuelven a sangrar cada ves que vuelven las imagenes a mi cabeza. Yo siendo arrastrada por Ellos hasta las camionetas con el logo dorado de La cominidad, mientras que Mike y Tate los introducían em grandes bolsas grises como si fueran basura. Tengo ganas de hasta arrancarme los dedos al recordar.


Hasta ese entonces me sigo reprochando puede haber hecho mas, pude haberlos salvado. Sin embargo, cada mañana al despertar me levanto creyendo que quizás era lo mejor. Que quizás el que mi Mike y Tate  esten muertos no es tan malo como pienso, es mucho mejor que vivir asi, aquí. Antes le temía a la muerte, ahora creo que es la más dulce promesa.


Abren la puerta de golpe e inmediatamente despejo mi mente y bajo la mirada. Permanezco sentada al borde de la cama con la vista fija en algun punto en el suelo esperando las instrucciones se la Señora Mcqueen, mi ama.


Entra a la habitación sin decir una sola palabra, lo que agradezco infinitamente. Sus zapatillas repiquetean en el suelo y me pongo muy ansiosa. Se dirige al armario desgastado de madera que lo unico que decora mi habitación.


La señora Lilly de McQueen es la mujer mas hermosa del pueblo. Tiene el cabello rojizo como una manzana y rizado. Su piel es blanca como porcelana y apuesto que en años atrás cuando era joven era aun más hermosa. Sin embargo es una maldita bruja, y esa no es solo mi opinion. Podría describirla como la persona más emocionalmente inestable que haya conocido en mi vida, nunca se sabe como se encontrará su animo día a día. Si estará feliz, enojada o simplemente se comportará como una perra de clase alta.  Agradezco al Cielo que al menos mis pensamientos es lo único que no me podrán quitar.


Se dirige al armario de madera que esta en el rincón, y de reojo logro distinguir que esta eligiendo el vestido adecuado para La Cerenomia. En dias comunes llevo siempre el mismo atuendo. Un rojo vestido largo, que tapa toda mi piel, de los tobillos hasta el cuello. Todas las Criadas como yo lo llevamos ese mismo vestido, es lo que nos define, el rojo.


-¿Bett?- Me llama la señora Lilly, aunque ese no es mi verdadero nombre. Cuando Las Tías asignan a las familias más adinaradas una Criada tiene cualquier derecho sobre ellas, incluido el derecho de llamarlas como ellos quieran.


-¿Si, mi señora?


-Ven aquí.


Me levanto rápidamente y me dirijo hasta su lugar. En sus manos tiene un vestido blanco colgado de un perchero. Huele a polvo y viejo. Se nota que estuvo ahí guardado una larga temporada.


-Este es el vestido, quiero que lo uses esta noche.- Su tono de voz es como aquellas voces que salian en los comerciales en la televisión. - Esta un poco grande para ti, la otra Criada era mas gorda pero en fin, el General decidio que debes usarlo.


El General, o como algunas personas de su misma clase social suelen llamar,  Robert Mcqueen, es mi amo. Él me eligio para servir a su familia por una simple razón: criar y tener a los hijos que la señora Lilly no le puede dar. Suficiente motivo para que la Señora Mcqueen me odie como lo hace.


-Hueles a perro, Bett. Duchate muy bien, sabes a mi MARIDO- resalta pronunciadamente la última palabra, -  ama la limpieza.


-Si, mi señora.- Me limito a responder, aun con la mirada abajo. No nos tiene permitido verlos a los ojos a nuestros amos, es como una falta de respeto para ellos y la sociedad. Al menos que ellos lo pidan debo hacerlo.


No dice nada más y se dispone a marcharse. Yo me quedo justo ahí, sin moverme y sin decir nada. Se detiene en la entrada y agrega.


- Criada, te espero en la habitación antes de las ocho. No llegues tarde. Odio cuando lo haces. Ve con Martha te dará instrucciones, necesito que hagas algo antes de la Ceremonia.


Justo cuando estoy apunto de responder se marcha, cierra la puerta con un azoton y me deja nuevamente sola en la habitación.

El Cuento De La CriadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora