Libertad

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—¿A dónde vas…?

Jungkook se había colocado la ropa que llevaba puesta cuando llegó y había salido de la mansión a toda velocidad, hasta el jardín delantero donde su caballo estaba estabulado junto a los demás. Había tenido que romper la manija de la puerta, y tuvo que hacerlo de noche, antes de la cena.

Todo estaba borroso y al caballo no le gustó ser manipulado a esa hora, con el viento húmedo y helado, pero finalmente se dejó guiar hasta el portón de la entrada, donde Jungkook notó que no podría romper aquel cerrojo.

No quería ver a ninguno de los anfitriones, pero Jimin había aparecido detrás de su espalda, sigiloso como gato, materializándose de la neblina que se arrastraba por el césped azuloso.

Los ojos redondos estaban entristecidos.

—Debo volver —contestó. La voz le salió por una garganta sorprendentemente reseca, y dolió—. Tengo que ganar la prueba de mi padre… La corona está… En juego.

Se dio cuenta de que estaba mirándolo fijamente, se sintió un tonto, pero fue incapaz de romper el contacto visual. Eran los ojos más bonitos del mundo, la cosa más preciosa que había encontrado en todos sus voajes, y estaba a punto de irse sin él.

Y Jimin había parecido despertar de una fantasía cuando asistió con la cabeza, con una sonrisa amable.

—Oh, claro —dijo, en tono de auto reprimenda, y entonces sacó un llavero de su bolsillo, con una única llave, grande y de cobre, para abrir el portón de la entrada.

Tras hacerlo, escuchando el chirrido de las bisagras al permitir una pequeña abertura entre las dos hojas del portón, una ansiedad impresionante se apoderó de ambos.

Ambos estaban aterrados de mirar para afuera, donde les esperaba el bosque.

Jungkook se retorció las manos mientras esperaba que el tiempo se detuviera indefinidamente, pero el caballo había comenzado a impacientarse entre sus riendas, y pronto tendría que montarlo. Deseaba poder decir algo, pero nada acudía a su mente, y pronto se vio rogándole a su dios que Jimin pudiera decir algo. Cualquier cosa.

—¿Crees que en el mundo tenemos una pareja destinada?

—¿Eh…?

La pregunta había salido de boca del mismo Jungkook, y ambos se sorprendieron de escucharla. Jimin le estaba dirigiendo sus grandes, curiosos ojos inocentes.

—¿Crees que haya alguien destinado para nosotros, y que aún cuando nos esforcemos por estar con otras personas, nunca funcionará, porque nuestra verdadera persona está esperándonos en algún lugar del mundo…?

Jimin pareció, en una sucesión rápida de segundos, sorprendido, herido y después un poco aliviado.

Jungkook ni siquiera sabía de dónde le habían llegado aquellas palabras y se sentía un poco en pánico.

—A veces lo intentas y todo parece ir bien —murmuró Jimin, más para sí mismo—. Pero ese no es el amor definitivo. Aunque de verdad lo parezca.

Jungkook asintió con la cabeza, curioso del trasfondo de las palabras de Jimin, pero contento de que las suyas no hubieran sonado tan extrañas ni inoportunas.

—Y… —Jimin estaba muy serio, concentrado y contento—, ¿cómo te enteras que estás frente a la persona que está destinada para ti?

No había mejor manera de enseñarle que demostrándoselo. Ambos necesitaban saberlo y ambos lo sabían desde el principio, y aún así sintieron el estómago lleno de mariposas apenas se tocaron sus labios. Apenas se conocían pero sabían que querían irse, supieron que tenían que continuar juntos. Miles de pensamientos fragmentados se apoderaron de sus mentes, iguales a los lazos que unían a los miembros de una familia o a los habitantes de un pueblo.

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