La elección del príncipe

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—¿Por qué le dijiste que somos hermanos? —preguntó Jimin, una vez que Jungkook se retiró a sus aposentos, en la más cómoda de las habitaciones para las visitas.

Yoongi había decidido ignorarlo, por lo que le dio la vuelta a la página del libro que tenía acomodado sobre la mano izquierda. Jimin no dejaba de notar que sus dedos eran lo suficientemente largos para hacer muchas cosas útiles, como sostener un libro con una mano y tocar el piano. No paraba de notarlo porque sus propios dedos eran pequeñitos y no le servían ni para abrir los frascos grandes.

—Yoongi, te estoy hablando.

—¿Qué más querías que le dijera? ¿Que somos amantes?

—Tampoco somos amantes —Jimin frunció el entrecejo, exaltándose—. ¡Deja de molestar y también deja de jugar con Jungkook!

—No estoy jugando con nadie —el tono de Yoongi se suavizó inmediatamente, cerró las tapas del libro y se puso de pie para intentar alcanzar a un Jimin que ya había dado media vuelta—. Le dije que somos hermanos nada más para que supiera que si pretende hacerte daño, responderá ante mí.

—¡¿Qué daño me va a hacer?! —Jimin se ponía cada vez más furioso, y Yoongi se frustraba más y más, intentando calmarlo en vano.

—Me molestó mucho que te pateara anoche.

—¡Pero él no sabe que ese gato era yo! ¡No tenía manera de saberlo, Yoongi!

—De todos modos… Me… Pareció algo…

—¡No puedes juzgar a las personas sólo porque cometieron un error a los cinco minutos de conocerlas, Yoongi…! Eres demasiado neurótico.

El de cabello obscuro estaba tan contrariado que no supo qué más decir. Por supuesto, dolía mucho el orgullo cuando se intentaba defender una causa justa y todo resultaba mal, pero en lugar de demostrar que lo lastimaba, optó por soltar una risita.

—Bueno, no soy yo el que está gritando a todo pulmón como fierecilla indomable.

Jimin le dirigió una mirada gélida antes de continuar su camino y salir de la sala de estar.

Yoongi se quedó estático en su sitio por algunos momentos más, antes de volver a tomar asiento en el sillón, soltando un pesado suspiro y retomando su libro, pero no abriendo sus tapas.

—¿Se encuentra bien, amo?

El sonido de la voz de la mucama lo sacó de sus cavilaciones de golpe, pero de todos modos se sintió aturdido. Se enderezó sobre el sillón, sacudiéndose la pereza. Ella debería estar en la cama desde que había terminado la cena, pero a veces era insufriblemente trabajadora.

—¿Cuántas veces te hemos dicho que no nos llames “amos”? —la reprendió, obsequiándole una sonrisa que todavía salió entristecida.

—¿Y cómo debo llamarlo? —preguntó la mucama. Yoongi respondió con simpleza.

—Yoongi.

—Ni pensarlo —zanjó la mucama, dando por terminada la conversación mientras se llevaba la bandeja de galletas que nadie había tocado esa noche.

•・●・•

A la mañana siguiente, una llovizna con sol le dio los buenos días a Jungkook. Al bajar las escaleras, la mucama y una docena de gatos lo acompañaron al jardín interior, techado en cristal, donde crecían las rosas rojas. Se habían colocado una mesa con dos butacas sobre el césped, finamente trabajados, en donde se le sirvió un almuerzo consistente en panqueques, bayas silvestres, panales rebosantes de miel y té vaporoso.

La Casa de los Gatos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora