Capítulo 3

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Tuve que hacer algo que ni en un millón de años quería hacer. No me gusta maldecir, pues mamá Luna odia que lo haga, pero que Dios y ella, que aún sigue en el hospital, me perdonen. Maldita sea la hora en la que tuve que hacer uso de la brillante tarjeta de crédito de la señora Black, ¡maldito seguro médico de pacotilla! Tantos años pagando un seguro, ¿para qué? ¿Para esa basura? A mamá siempre le descontaron de su sueldo (que era poco), y ahora de su pensión la cuota obligatoria del seguro médico. Lleva años pagando por un servicio que jamás utilizó porque, y según las leyes de esta asquerosa sociedad en la que vivimos, era necesario. "Nunca se sabe, mijo", trataba mamá Luna de justificar aquel atropello y apaciguar mi enojo con una dulce sonrisa en su rostro.

De todo esto que nos está pasando, sí, porque si a mí, que soy hijo adoptivo de mamá me duele, nadie se alcanza a imaginar lo mucho que está sufriendo Rei. Ella, mi hermana, está destrozada al ver a nuestra mamá así, casi destruida y en la fría camilla de un hospital.

De toda esta situación lo que más me duele no es haberme gastado más de ochocientos pesos pagando parte de la cuenta de ese hospital. Diría que tampoco lo es el hecho de ver a Rei así, totalmente deprimida. Lo que más me duele es que siendo yo médico, es decir, casi médico, me falta muy poco para graduarme, no me haya dado cuenta. Es increíble que no haya podido detectarle el glaucoma a mi mamá.

De acuerdo, tal vez es esta impotencia la que me hace decir cosas absurdas, como me dijo Rei esta mañana, pero es verdad. Yo debí darme cuenta de que mamá Luna estaba enferma, aunque el glaucoma es casi que imposible de detectar al ser esta una enfermedad silenciosa y asintomática. Debí notar esos pequeños tropiezos que tenía mamá, pero claro, los atribuía a su edad, a que mamá Luna ya no era aquella fuerte y delgada mujer que trabajaba tan duro en ese hospital para darnos a Rei y a mí todo lo que necesitábamos. Pensé que al ser una bella y dulce señora de sesenta y tres años le fallaba el cuerpo, que el que se tropezara con algunas cosas de la casa se debía a su vejez. Soy un idiota, ¡un tarado!

Hasta donde recuerdo lleva aproximadamente seis meses así, tropezando con cosas y dejando caer otras. Y eso es por eso, porque que le está fallando la vista. Lo bueno, es decir, al menos, es que, aunque es una enfermedad incurable se puede tratar, tiene tratamiento. Lo malo es que es muy caro, pero no importa, algo me voy a tener que inventar para sostener a mamá con todo y sus medicamentos. No importa lo que tenga que hacer, pero voy a darle lo que siempre se ha merecido, se lo debo, es lo mínimo que puedo hacer por una persona que me salvó de la calle, de la miseria. Mamá Luna me acogió cuando nadie más quería hacerlo, se encargó de mí, a pesar de los pocos recursos con los que contaba, y encima de todo embarazada. Me cuidó y me dio todo el amor y el cariño que, al parecer y por todo el tiempo que ha pasado, mis padres biológicos me negaron. Me dio todo el amor que un niño como yo necesitaba y eso, ni con todo el oro del mundo, voy a poder pagárselo. Mi mamá, mi viejita linda, lo es todo para mí.

—¿Hoy también vas a trasnochar?

—Tengo que hacerlo. —Le respondí a Jedite mientras entraba a la casa, dejaba las llaves sobre una pequeña mesa, y me sentaba en uno de sus cómodos sillones —Ya bastante es con que Rei se quede con ella todo el día para que yo no pierda clases, no es justo que también se quede por la noche.

—Dar, carnal, si quieres yo puedo ir.

—¿De verdad?

Asintió.

—Pues me da mucha pena contigo ponerte en esas molestias, pero sí te lo agradecería. El parcial de mañana es el más difícil de todos y de esa nota depende mi semestre.

—Lo sé. —Dijo mientras se sentaba frente a mí —Llevas casi dos meses hablando de lo mismo. No te preocupes, yo me puedo quedar cuidando a tu mamá el tiempo que sea necesario.

Un Harem para SerenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora