Capítulo 1

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El BMR hacía la banda sonora de aquella mañana y mientras terminaba el último cracker que  venía en las raciones del ejército que nos entregaban antes de salir de  expedición me aguantaba las ganas de pegarle un puñetazo a Fonseca por  sus pesadas bromas y cachondeos innecesarios en cada salida que  hacemos. Habían pasado 7 horas y aún no habíamos tenido contacto con  ningún infectado o superviviente. En realidad hacía días que no veíamos  nada que tuviera forma humana. El ambiente era pesado, de algún lugar  llegaban ráfagas de olor a carbón y humo pero no podíamos distinguir ni  un solo foco de fuego en lo que podíamos observar del horizonte.

El casco de Kevlar era  demasiado grande y pesado para llevarlo con comodidad, pero después de  las últimas semanas y los informes del sur, nos convenía no enfrentarnos  a ningún civil asustado o rebeldes sin las protecciones básicas. El  casco que llevaba tenía pinta de no ser moderno, de haber salido de  algún polvorín o almacén militar poco usado pero que en las actuales  circunstancias era mejor que ir con una simple gorra de lona. Yo solía  viajar en el techo, sentado y apoyado en las bolsas de enseres y  materiales mientras oteaba con unos prismáticos la lejanía hacia la que  pretendíamos viajar. El piloto era Guti,  un vasco que llegó hasta la mitad del país a base de caminatas  incesantes y que tenía experiencia militar suficiente para manejar un BMR y cualquier vehículo pesado mayor de ocho ruedas. Su rango era el de Sargento y era quien lideraba el BMR que autobautizamos como "La Leonera". Fonseca era  soldado raso pero que tras la infección y la instauración de los puntos  seguros ascendieron a cabo primero para suplir la muerte del 88% de los  efectivos militares del país, era arrogante y estúpido,  el típico que creía tener gracia a cada frase que soltaba pero que en  realidad daba una desgarradora vergüenza ajena a su público. Además  hacía de copiloto de Guti y tenía que verle la nuca prácticamente todas las salidas.

Dentro del BMR viajaba  el topógrafo y militarizado Santiago, un hombre de 45 años  aproximadamente que se encargaba de trazar y actualizar mapas mientras  dirigía a Guti por las rutas que se nos ordenaban patrullar, controlar, limpiar o mantener. Era de carácter callado, quizás en la única cosa que puedo estar deacuerdo con Fonseca es  que es el típico soltero de 40 años que seguía viviendo con su madre  antes de que todo ocurriera. Su personalidad era introvertida y pocas  veces entraba al trapo con bromas y habladurías estúpidas. Como hombre  en punta contábamos con mi gran amigo Facu. Facu me  salvó el quinto día después del estado de descontrol informado por el  gobierno al principio de la epidemia. Desde entonces no nos hemos  separado por lo que podría decir que es mi mejor amigo. Militar que  escapó junto a unos cuantos otros del punto seguro de Murtám, Facu era un chaval joven y maduro que hacía sentir seguro a todo aquel que cubría o protegía. Mis  prismáticos se posaron en una pequeña loma a unos 300 metros, pude  distinguir a tres infectados que habían empalado junto a la carretera.  Sus cuerpos estaban totalmente inertes y no tenía ninguna duda de que no  nos iban a perseguir a zancadas hasta alcanzarnos, pero era imposible  estremecerse cada vez que veías alguno de ellos.

— Guti — Avisé — Tenemos delante a la derecha a unos 300 metros tres infectados no peligrosos empalados.

— Perfecto — Confirmó el conductor — ¡Santiago! Apunta en el mapa para incinerarlos a la vuelta.

— Recibido Sargento...— Respondió la voz vergonzosa de Santiago desde el interior del BMR — 12 de Octubre de 2028, kilómetro 342 de la carretera IN6A , infectados empalados en las coordenadas 4-F.

Era lo más interesante que nos había ocurrido aquella semana sin contar las paradas express para orinar de Facu donde tenemos que parar y cubrirlo mientras él orina en la cuneta de la carretera durante cinco largos minutos. El BMR se desplaza a máximo 75 kilómetro/hora, aunque su verdadera estadística habla de 100 kilometros/hora difiere de tener que usarlo por una carretera plagada de coches abandonados y podridos seres que te atacan. Llevamos de patrulla doce días y son las cinco de la tarde aproximadamente, pronto tendremos que apearnos y enclaustrarnos dentro del BMR para pasar otra noche agobiante. Dentro de este blindado con ruedas vivimos cinco personas con algo de espacio limitado por los víveres y objetos que vamos cogiendo al paso de las patrullas que realizamos así que dormir es bastante difícil, pero no queda otra opción si la más cercana es dormir en alguna casa o emplazamiento donde puedes ser asaltado por infectados o bandidos mientras sueñas con algún momento del pasado. Llevamos más de 300 kilómetros recorridos a velocidades cercanas a los 50 kilómetros/hora así que Guti decide que un llano a la izquierda del valle que estábamos subiendo seria el lugar idóneo para jugarnos la vida esa noche. Un BMR tiene la capacidad de soportar munición de armas de infantería e incluso motorizada por un tiempo bastante prolongado, pero teníamos constancia de que vehículos similares han sido movimos y desplazados por masas de estos infectados sin mucha dificultad, así que podíamos decir que la Leonera se puede convertir fácilmente en una lata de albóndigas cayendo por una montaña como dice Guti.
Cerramos las escotillas e iluminamos el interior con el sistema de leds por batería que instaló Santiago junto a Facu y nos dispusimos a cenar raciones de emergencia del ejército. Las conversaciones se fueron relajando a lo largo de esta semana, así que nadie habla ni saca conversaciones banales que incomode a ningún miembro. Estábamos allí para cumplir órdenes, pero la supervivencia es la supervivencia y es imposible aparentar normalidad cuando tanto de día como de noche, el simple hecho de vivir, puede ser tu razón para morir. Sobre las 21:40 apagábamos la luz para dar paso al nuevo día. Guti ordenó levantarnos a las 7:00 de la mañana, reconoceríamos los alrededores del BMR y continuaríamos hacia la ciudad de Solcemar. A las 6.00 de la mañana mis ojos se abrieron como persianas y mi cabeza se despejó en unos segundos. Desde que todo esto empezó no volví a despertarme a las 11 de la mañana como hacía antes, mi cuerpo había desarrollado el superpoder de convertirme en un anciano con tan solo 30 años. Estuve unos minutos tumbado intentando relajar mi mente pensando en la vuelta a Trisante, lugar donde se encontraba el punto seguro donde pudimos salvar la vida hace ya más de 3 años, así que tan solo debía esperar dos días más y podríamos volver con nuestro informe a casa. Me levanté sin molestar a los demás. El gilipollas de Fonseca roncaba como un demonio. Me acerqué a una de las ventanas de tiro de la parte lateral posterior que quedaba en la vertical de donde estaba durmiendo, deslizé el pasador para echar un vistazo y mi corazón se encogió en lo que calculé que sería el tamaño de una nuez de California, descubrí un infectado que deambulaba por nuestro alrededor apenas a 3 metros intentando localizar el sonido que Fonseca estaba ocasionando, pero supuse que debido al blindaje del BMR le costaba situar aquél estruendo en un punto en concreto. Por un segundo el pánico se apoderó de mí y mi corazón subió a 5000 revoluciones por segundo, pero pude controlar esta ansiedad, debía avisar rápidamente a los demás así que el primero fué Fonseca al cual pegué una buena patada mientras seguía mirando al infectado aunque este simplemente se giró y siguió durmiendo.
— ¡Chsss! ¡Sargento! — Intenté chillar dentro del rango auditivo de alguien que trata de guardar silencio.

BLINDADOSWhere stories live. Discover now