El adiós

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El adiós

Me armé de valor para despedirme de lo que mi alma me pedía a gritos, el ventanal estaba lleno de lluvia y la entrada a la casa era un cuarteto de música triste que abrazaba a todo aquello que tuviera el corazón roto. Yo nunca pude haber engañado al amor, al amor que le tenía y, solo me quedó ser feliz por su felicidad. Por más que lo haya intentado, ya era suficiente, era tiempo de verla y dejarla marchar. Cuando la vi sonreír me di cuenta que quizá yo jamás estuve ahí como lo pensaba, incrustado en su vida y en su alma y solo éramos dos personas que debían cruzarse ciertas veces, en cierto tiempo por la vida.

Así que tomé dos cigarros de la guantera y la esperé llorando en el carro, "claro que no va a venir, ni si quiera se va a preocupar por avisarme que la vida ya no la dejó venir", pero muy dentro de mi existía la esperanza de un mensaje o de algún aviso, que su llegada se hubiera pospuesto un poco por la lluvia de su ser, por los secretos que la vida ya no nos iba a dejar contar, este es uno de los adiós que más me ha dolido decidir, ni siquiera me dejó despedirme de ella, ni decirle que siempre la quise y que siempre la voy a tener en todo el paraíso que alguna vez construimos, que la odié algunas veces y que sea feliz con alguien que valga la pena vivir.

El adiós obligado es el adiós más doloroso. No se lo deseo a nadie, nunca.

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