Capítulo 3 Última Parte

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Capítulo 3 Última Parte

Martin Beck hojeó el periódico, pero no halló ni una sola línea sobre el asesinato.

Volvió a la página de cultura y se puso a leer un artículo sobre el antropósofo Rudolf Steiner, pero en Stuvsta se durmió.

Se despertó justo a tiempo para hacer transbordo en Hallsberg. Le volvió ese sabor a plomo a pesar de los tres vasos de agua que bebió.

Llegó a Motala a las diez y media, entonces ya no llovía. Como era la
primera vez, preguntó en el quiosco de la estación por el camino al hotel, y aprovechó para comprar un paquete de Florida y el periódico local.

El hotel estaba en la plaza mayor, a unas pocas manzanas de la estación, y el corto paseo le espabiló.

Una vez en la habitación, se lavó las manos, deshizo la maleta y se bebió una botella de agua mineral Medevi que había comprado al recepcionista.

Permaneció un rato junto a la ventana mirando a la plaza, con una
estatua que suponía que era Balizar von Platen.

Luego abandonó la habitación
para dirigirse a la comisaría. Como sabía que estaba justo enfrente, no se llevó la gabardina.

Se presentó al policía de guardia en la recepción y le llevaron enseguida a un despacho de la primera planta. Ponía « Ahlberg» en la placa de la puerta.

El hombre sentado tras la mesa era ancho, achaparrado y ligeramente calvo.
Tenía colgada la americana en el respaldo de la silla y bebía café en un vaso de papel.

Un cigarrillo se consumía en el borde del cenicero, donde se amontonaban
bastantes colillas.

Martin Beck tenía la habilidad de atravesar las puertas sin ser visto, costumbre que molestaba a algunos.

Alguien dijo que dominaba el arte de entrar en una habitación después de cerrar la puerta tras de sí, a la vez que llamaba a esa misma puerta desde fuera.

Al hombre de la mesa le cogió desprevenido. Posó el vaso y se levantó.

—Me llamo Ahlberg —dijo.

Había algo en su actitud que le hacía estar a la expectativa. Martin Beck lo
había notado antes y sabía a qué se debía.

Él era el experto de Estocolmo y el
hombre tras la mesa un policía de provincias que se había quedado estancado en una investigación. Los próximos dos minutos iban a ser decisivos para su colaboración.

—¿Cuál es tu nombre? —preguntó Martin Beck.
—Gunnar.

—¿Qué hacen Kollberg y Melander?
—Ni idea. Algo que se me habrá olvidado a mí, supongo.

—¿Llegaron con aire de « esto-lo-arreglamos-en-un-plis-plas» ?

El otro se rascó su pelo ralo. Luego dibujó una sonrisa torcida en la cara y se sentó en la silla giratoria.

—Más o menos —dijo.

Martin Beck se sentó frente a él, sacó el paquete de Florida y lo dejó en la mesa.

—Pareces cansado —observó.

—Mis vacaciones se han ido a la mierda.

Ahlberg vació el vaso de café, lo apretujó y lo tiró debajo de la mesa en dirección a la papelera.

El desorden del escritorio resultaba llamativo. Martin Beck recordó el suyo en Kristineberg, con un aspecto bien distinto.

—Bueno —dijo—, ¿cómo van las cosas?

—No van —se lamentó Ahlberg—. Después de más de una semana sólo
sabemos lo que nos han contado los forenses. Por costumbre, pasó a la típica jerga.

—Extinta por estrangulamiento con dosis de una brutal violencia de naturaleza sexual. Su autor, un salvaje. Indicios de inclinaciones perversas.
Martin Becksonrió. El otro le miró inquisitivamente.

—Has dicho extinta. Yo también empleo esos términos de vez en cuando.

—Redactamos demasiados informes…

—Joder con los condenados informes.
Ahlberg suspiró y se rascó la cabeza.

—La sacamos hace ocho días —recordó—. Desde entonces no hemos
descubierto nada. No sabemos quién es, no tenemos ni lugar del crimen ni
sospechoso. No hemos encontrado ni una sola pista que pudiera tener alguna relación razonable con ella.

RoseannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora