Capítulo 5 Pt. 2

2 0 0
                                    

Roseanna

Martin Beck - 05 Pt. 2

Capítulo 5 Pt. 2

Muchos pasajeros habían bajado a tierra.

Algunos estaban fotografiando la embarcación, otros hacían cola en los puestos de recuerdos, donde compraban banderines, tarjetas postales y recuerdos turísticos de plástico fabricados, sin duda, en Hong Kong.

Martin Beck no consiguió convencerse a sí mismo de que tenía prisa y por el respeto acostumbrado a los recursos económicos del estado, volvió en autobús.

No había periodistas en el vestíbulo ni mensajes en recepción. Subió a la habitación, se sentó a la mesa y miró por la ventana a la plaza.

En realidad tenía que regresar a la comisaría, pero ya había estado dos veces antes de comer.

Media hora después telefoneó a Ahlberg.

–Hola. Me alegro de que hayas llamado. Está aquí el fiscal provincial.
–¿Y?

–Va a dar una conferencia de prensa a las seis. Parece preocupado.
–¿Sí?

–Quiere que vayas.
–Voy.
–¿Te llevas a Kollberg? No me ha dado tiempo a avisarle.

–¿Y Melander?
–Ha salido con uno de los míos a comprobar una pista.

–¿Te pareció que podía ser importante?
–¡Qué va!
–¿Y por lo demás?
–Nada. Al fiscal le preocupa la prensa. Llaman por el otro teléfono.
–Vale. Hasta ahora.

Se quedó sentado fumando apáticamente hasta que terminó el paquete. Luego miró el reloj, se levantó y salió al pasillo. Se detuvo tres puertas más allá, llamó y entró, a su manera, en silencio y como un rayo.

Kollberg estaba tumbado en la cama leyendo el periódico vespertino. Se había quitado los zapatos y la americana, y tenía desabrochada la camisa.
Su arma reglamentaria descansaba sobre la mesilla, enredada en la corbata.

–Hoy hemos retrocedido a la página doce —dijo—. Están jodidos los pobres, no es fácil.
–¿Quiénes?
–Los malditos periodistas, quiénes van a ser. « El misterio en torno al brutal asesinato de una mujer en Motala sigue sin resolverse. No sólo la policía local sino también los curtidos inspectores de la Brigada de Homicidios buscan a ciegas en las tinieblas más impenetrables» . ¿De dónde sacan todo eso?

Kollberg era corpulento y daba la impresión de ser impasible y cordial, lo que había llevado a mucha gente a cometer errores fatales.

—« Al principio pareció un caso rutinario, pero se complica por momentos. El equipo que dirige la investigación se muestra sumamente reservado, se siguen varias líneas de investigación. La belleza desnuda del lago Boren…» .
–Bah, que se jodan.
Echó una ojeada al resto del artículo y luego dejó caer el periódico al suelo.

–Me cago en diez. Menuda belleza.
Una tía patizamba de lo más normal con mucho culo y pocas tetas.

Martin Beckrecogió el periódico y se puso a hojearlo como ausente.

–Hay que reconocer que tenía un buen coño —comentó Kollberg.
–Que se convirtió en su desgracia —añadió filosóficamente.

–¿La has visto?
–Claro. ¿Tú no?
–Sólo en fotos.
–Pues yo sí la he visto —dijo Kollberg.

–Joder —siguió.
–¿Qué has hecho esta tarde?
–¿Tú qué crees? He leído los informes de los compañeros que han ido llamando a las puertas para recoger información en el vecindario. Una basura. Es una locura mandar a un montón de chavales así, a la deriva. Todos se expresan de manera diferente y ven cosas distintas. Algunos redactan cuatro páginas porque han encontrado un gato tuerto o críos con mocos, mientras que otros serían capaces de despachar tres cadáveres y una bomba de acción retardada en una oración subordinada de relativo. Además, todos formulan las preguntas a su manera.
Martin Beckno dijo nada. Kollberg suspiró.

–Deberían tener unos formularios —aconsejó—. Nos ahorraría tres cuartas partes del tiempo.
–Sí.

Martin Beck rebuscó algo en los bolsillos.

–Como es bien sabido, yo no fumo—advirtió Kollberg maliciosamente.
–El fiscal provincial da una conferencia de prensa dentro de media hora. Quiere que vayamos.

–Ajá. Sin duda será un acontecimiento muy divertido. —Señaló el periódico y propuso:
–¿Y si esta vez preguntamos nosotros a los periodistas? Este tío lleva cuatro días seguidos escribiendo que se espera un arresto en el transcurso de la tarde. Y la tía un día se parece a Anita Ekberg y otro a Sofía Loren. —Se incorporó y se sentó en la cama, se abrochó la camisa y se dispuso a
atarse los cordones de los zapatos. Martin Beckse acercó a la ventana.

–Va a llover —dijo.
–Y una mierda —contestó Kollberg
bostezando.
–¿Estás cansado?
–Anoche dormí dos horas. Recorrimos los extensos bosques bajo la luz de la luna buscando a aquel tipo del manicomio de Sankt Sigfrid.
–Es verdad.

–Pues sí. Y cuando llevábamos siete horas arrastrando el culo por ese maldito póster turístico, alguien se tomó la molestia de decirnos que los compañeros del distrito de Klara y a habían cogido a ese cabrón anteayer en el parque de Berzeln.
Kollberg se terminó de vestir y se enfundó el arma. Echó un rápido vistazo a Martin Beck y dijo:

–Pareces deprimido. ¿Qué te pasa?
–Nada.
–Venga, vamos. La prensa mundial nos espera.

Ya había una veintena de periodistas en la sala donde iba a celebrarse la rueda de prensa, además del fiscal provincial, el fiscal de la ciudad, el comisario Larsson y un fotógrafo de la televisión con cámara y dos focos.

A Ahlberg no se le veía. El fiscal provincial, sentado tras una mesa, hojeaba pensativo los papeles de una carpeta. Casi todos los demás se encontraban de pie. No había suficientes sillas.

Todo el mundo hablaba a la vez y se quitaban la palabra unos a otros. Había poco espacio y el ambiente estaba cargado.

Martin Beck, que odiaba las aglomeraciones, dio unos pasos hacia atrás y se colocó de espaldas a la pared, en la zona fronteriza entre los que contestaban y los que hacían las preguntas.

Al cabo de unos minutos, el fiscal provincial se dirigió al fiscal de la ciudad y le dijo algo. Éste se volvió hacia Larsson y le preguntó en un susurro de apuntador que se abrió paso entre tantas voces:
–¿Dónde demonios se ha metido Ahlberg?

Larsson cogió el teléfono y cuarenta segundos más tarde Ahlberg entró en la sala con los ojos rojos, sudando y la americana a medio poner.

El fiscal provincial se levantó y dio unos golpecitos sobre la mesa con su estilográfica. Era alto y fuerte, y vestía de manera sumamente correcta, ray ando en la elegancia.

–Señores míos, me alegra ver a tantos periodistas en esta improvisada sesión informativa. Distingo representantes de todos los medios de comunicación, prensa, radio y televisión.
Hizo una ligera reverencia hacia el cámara de televisión, aparentemente el único entre los presentes que era capaz de identificar con seguridad.

RoseannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora