Capítulo 3

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Roseanna

Martin Beck - 03

Capítulo 3

Eran las cinco y cuarto de la mañana y estaba lloviendo.

Martin Beck llevaba ya un buen rato cepillándose los dientes con mucho esmero para deshacerse del sabor a plomo en el paladar y parecía que iba a conseguirlo.

Luego se abrochó el cuello de la camisa y se hizo el nudo de la corbata mirándose apático al espejo.

Se encogió de hombros, fue para el recibidor, entró en el salón y al pasar contempló con melancolía la maqueta a medio terminar del buque escuela Danmark, que le había tenido ocupado demasiado tiempo la noche anterior.

Entró en la cocina. Se deslizaba suave y silenciosamente, en parte por costumbre, en parte para no despertar a los niños.


Se sentó a la mesa de la cocina.

-¿Y el periódico? -preguntó.

-Nunca llega antes de las seis -contestó su esposa.

Fuera ya había amanecido, pero estaba nublado, y la luz de la cocina era gris y espesa.

Su mujer no tenía la lámpara encendida. Lo llamaba ahorrar.

Abrió la boca, pero la volvió a cerrar sin pronunciar palabra. Sólo provocaría una discusión y no le pareció un buen momento.

En vez de hacerlo, se puso a tamborilear lentamente los dedos sobre la mesa revestida de fórmica mirando la taza vacía con un dibujo de rosas azules, una muesca en el borde y una grieta marrón debajo.

Esa taza los había acompañado durante casi todo el matrimonio. Más de diez años. Ella no solía romper nada, por lo menos nunca de manera irreparable.

Lo raro era que los niños fueran como ella.

¿Se podían heredar rasgos tan específicos? No lo sabía.

Ella apartó la cafetera del fuego y sirvió el café. Él dejó de golpear la mesa.

-¿Quieres un sándwich? -le preguntó.

Él bebía con cuidado dando pequeños sorbos. Estaba sentado en el extremo de la mesa algo encorvado.

-La verdad es que deberías comer algo -insistió ella.

-Ya sabes que no puedo tomar nada por la mañana.

-Deberías, de todas maneras -le repitió-. Especialmente tú, con ese estómago que tienes.

Se pasó la mano por la mejilla y notó algunos pelos de la barba, muy pequeños y afilados. Bebió un poco más de café.

-Te puedo preparar una tostada -le ofreció ella.

Cinco minutos más tarde dejó la taza sobre el platillo, en silencio, levantó la mirada y observó a su mujer.

Llevaba un albornoz rojo lleno de pelotillas encima de un camisón de nailon, apoyaba los codos en la mesa y la barbilla en las manos.

Era rubia, de piel clara, ojos redondos y algo saltones. Solía teñirse las cejas, pero en verano se le aclaraban y ahora las tenía casi tan rubias como el pelo. Le sacaba un par de años y, a pesar de que había engordado bastante durante los últimos tiempos, la piel del cuello empezaba a arrugársele.

Al nacer su hija, hacía doce años, dejó su trabajo en un estudio de arquitectura y nunca se preocupó de encontrar otro.

Cuando el niño comenzó el colegio, Martin le propuso que buscara un empleo de media jornada, pero ella hizo cálculos y llegó a la conclusión de que no merecía la pena. Además, tenía buen carácter y se sentía feliz con su vida de ama de casa.

Bueno, pensó Martin Beck levantándose. Empujó el taburete azul bajo la mesa sin hacer ruido y se quedó junto a la ventana viendo caer la lluvia.

Por debajo del parking y de una pendiente de hierba, se extendía la autopista, brillante y vacía.

Se distinguía una débil luz en algunas ventanas de los bloques de apartamentos de la colina, detrás de la estación de metro. Un par de gaviotas daban vueltas bajo el bajo cielo gris, pero por lo demás ni un alma.

-¿Adónde vas? -preguntó ella.


-A Motala.

-¿Vas a quedarte muchos días?

-No sé.

-¿Es por esa chica?


-Sí.

-¿Crees que te llevará mucho tiempo?

-No sé gran cosa, sólo lo que ha salido en los periódicos.


-¿Por qué tienes que coger el tren?

-Los demás se fueron ayer. Al principio y o no iba a ir.

-Te estarán tomando el pelo, como siempre.

Respiró hondo y miro fijamente al exterior. Pareció que escampaba.

-¿Dónde te alojarás?

-En el Stadshotellet.

-¿A quién llevarás contigo?

-A Kollberg y a Melander. Se marcharon ayer, como te dije.


-¿En coche?

-Sí.


-¿Y tú tienes que ir hasta allí traqueteando?

RoseannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora