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A la mañana siguiente, Lluvia de Canela ya estaba mejor, por lo que el grupo podía continuar su camino. Aún cojeaba de su pata afectada por la picadura del alacrán, pero el dolor se había calmado. Manchada se sentía orgullosa de su trabajo, y sabía que recibiría la aprobación de su mentora en cuanto volvieran a verse, esperaba, muy pronto.

Pese a sentirse mejor, los ánimos de la líder de grupo eran bajos. Por muchos motivos sentía que estaba fracasando en su misión de encontrar un nuevo territorio para su clan.

–¿Por dónde seguimos? –preguntó Manchada, mirando dos grietas; una al lado de la otra.

–Por aquella hay rastros de Dos Patas –señaló con la cola Cerezo– Anoche la exploré y se la enseñé a Ráfaga de Nieve.

–Lo que dice es cierto... –continuó la guerrera– Podemos seguir explorando aquel túnel, pero corremos el riesgo de toparnos con algún Dos Patas.

–Entonces no nos queda más opción que seguir por este otro túnel –señaló Huella Ligera.

–No lo he explorado, no sabemos a dónde conduce... –intervino Cerezo.

–Yo opino que deberíamos salir de la cueva ahora que aún podemos –sugirió Ráfaga de Nieve.

–Lluvia de Canela, ¿qué dices? –preguntó Manchada.

Un silencio sepulcral invadió el interior de la cueva, al tiempo que todas las miradas se clavaban en la guerrera marrón. Ella era la líder, ella debía decidir.

–Quizás... –comenzó diciendo, a media voz y mirándose las patas– quizás ese otro túnel nos conduzca a alguna otra salida. Si salimos de la cueva ahora, puede que nos topemos con un peligro peor...

–Está muy oscuro dentro... No me da mucha confianza –confesó Manchada, mirando hacia el interior.

–Bueno, nuestra líder ha dado una orden. Movámonos de una vez –dijo Huella Ligera, avanzando e internándose en la oscuridad del nuevo túnel.

Todos volvieron a mirar a Lluvia de Canela antes de seguirlo. La guerrera tan sólo asintió, tomando camino. Manchada le dio una mirada de temor a su madre.

El túnel comenzó estrecho, provocando que los gatos avanzaran a través de éste, uno detrás del otro. Sin embargo, éste se anchó pasos más adelante. En lo alto, estalactitas de todos los tamaños, colgaban tenebrosamente como filosos colmillos. El suelo rocoso estaba cubierto de tierra áspera y gruesa, que hacía complicado el caminar del grupo al clavárseles pequeños fragmentos en las almohadillas. Más al fondo aún de aquel túnel, el olor a Dos Patas puso en alerta a los guerreros, aunque lo que más les preocupó, fue el olor a monstruo, que parecía aún más reciente y cercano.

–No es buena idea seguir por aquí. Tenemos que regresar... –dijo Ráfaga de Nieve, deteniéndose bruscamente.

–Hay una luz más allá –indicó Lluvia de Canela– Si nos damos prisa, con seguridad encontraremos una salida más cercana.

–Pero los Dos Patas... –dudó Cerezo.

–Vamos, es una orden –lo interrumpió Huella Ligera, quien de pronto parecía estar apoyando a su hermana en sus decisiones.

Lluvia de Canela estaba confundida; y lo que siguió a eso, no le ayudó en nada. Los gatos continuaron caminando, siguiendo a la guerrera hacia el lugar en donde había visto colarse una luz. Mas un ruido ensordecedor invadió el túnel. El rugido de un monstruo.

–¡Escóndanse! –gritó Lluvia de Canela, dispersando el grupo.

Pero el fuerte ruido desencadenó nuevamente la vibración bajo sus patas, sólo que esta vez mucho más intensa que la que había sentido fuera de la cueva.

–¡No es seguro! ¡Hay que llegar a la salida, ya! –exclamó Ráfaga de Nieve.

La primera intención, fue regresar por donde habían entrado, pero su escapatoria fue frustrada luego que varias de las estalactitas cayeran desde lo alto, bloqueando el acceso que antes habían utilizado.

–¡Vuelvan! –ordenó Huella Ligera, guiándolos hacia el otro extremo del túnel.

La vibración no tardó en convertirse en un temblor intenso, que seguía derribando estalactitas y, lo peor, abriendo grietas gruesas en el suelo. Estaban atrapados.

–Tenemos que llegar a donde la luz se cuela –dijo Manchada, mientras corría en esa dirección con el resto.

Sin embargo, una gran grieta oscura en el suelo detuvo de golpe a los gatos, la cual seguía abriéndose frente a ellos mientras todo seguía temblando.

–¡Tendremos que saltar! ¡Vamos, no se queden atrás!

Huella Ligera de pronto se vio dirigiendo al grupo, supervisando que todos saltaran al otro extremo. Primero fue Manchada, le siguió Cerezo. Ráfaga de Nieve por poco resbala al calcular mal el ancho de la grieta. Mas cuando llegó el turno de Lluvia de Canela, ésta se paralizó de miedo.

–¡Vamos, no te quedes ahí! –se acercó Huella Ligera a empujarla con el hocico.

–No puedo... –la joven guerrera tiritaba encogida.

–Claro que puedes. Eres la líder de este grupo.

–Yo los conduje a esto... Están atrapados por mi culpa... No soy buena líder, tú tenías razón; siempre la has tenido...

–No me quedaré aquí a discutir esto contigo...

–¡Dense prisa! ¡La grieta sigue creciendo! –aulló Ráfaga de Nieve.

–Vete con ellos... –pronunció Lluvia de Canela con un hilo de voz.

–No me voy sin ti.

Huella Ligera, al ver que su hermana no se movía, se acercó a agarrarla del cuello (casi como si fuera una cachorra) y tomó vuelo rápidamente para saltar con ella a cuestas, bajo las asustadas miradas de sus compañeros de clan. Con todas sus fuerzas, el guerrero gris arrojó el cuerpo de Lluvia de Canela al otro extremo, cayendo ésta a salvo con los demás; mientras él, agarrado con sus garras desenvainadas de la orilla del precipicio oscuro, luchaba por subir. Manchada corrió a ayudarlo, sin embargo cuando ésta llegó, Huella Ligera resbaló de la orilla, cayendo y perdiéndose en la oscuridad. Sólo entonces, el temblor en el túnel comenzó a menguar.

Lluvia de Canela se sacudió el polvo, aturdida aún, y buscó con su mirada a su hermano. Al no verlo con el grupo, que aún permanecía en shock, corrió a la orilla del precipicio.

–¡Huella Ligera! –gritó, con la vista nublada por las lágrimas.

Nada se escuchó. Y la oscuridad impedía ver si el guerrero estaba a salvo. Lluvia de Canela volvió a llamarlo, una y otra vez, desesperándose más. Para entonces, todos ya sabían lo que había pasado, mientras la joven marrón seguía en una etapa de negación.

–Lluvia de Canela... –se aproximó con cautela Ráfaga de Nieve– Se ha ido...

–¡No digas eso! –bufó con lágrimas en los ojos– Tiene que estar abajo, no puede subir. Lo tengo que ayudar...

–No puedes bajar por él –intervino Manchada– Si estuviera vivo...

–¡No sigas diciendo eso! No ha muerto... No Huella Ligera... –llorando, se ovilló a la orilla– No mi hermano...

En respetuoso silencio, ambas gatas se ovillaron junto a Lluvia de Canela, pegando sus cuerpos a ella a modo de consuelo. Cerezo se les unió luego, mientras el silencio volvía a adueñarse del túnel.

La Sombra que Extinguirá la FlamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora