Recuerdos, lagrimas y amor.

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Víctor suspiro con cansancio. Era la quita vez en la semana que intentaba hablar con David, pero como había ocurrido anteriormente, este no se molestaba en dirigirle la palabra.

Habían pasado varios meses en los que su relación había llegado a un estado de deterioro casi irreparable. A pesar de todo, lo que más dolía no era la continua indiferencia de parte de su esposo, sino que ni siquiera mostrara interés en arreglar las cosas.

Ambos seguían viviendo juntos, y la rutina que antes era tortuosamente incomoda, cada vez se sentía menos. Al menos Víctor veía que así era para David, para el en cambio, la indiferencia y el voto de silencio que su esposo tenía con él, le resultaba desesperante y doloroso, porque realmente sentía que lo suyo no tenía arreglo, si cuando intentaba discutir las cosas con calma, David ni siquiera le devolvía la mirada, haciéndolo sentir como un viejo objeto con el que se habían cansado de jugar y solo recordarían al encontrarlo en una esquina del sótano, envuelto en polvo y viejas memorias.

Pero él seguía allí, callado, paciente, con la esperanza de que las cosas volvieran a ser como antes de esa mañana, la que arruino su matrimonio y su vida, ese dos de enero.

Lo recordaba perfectamente: el despertando en su cama, con un terrible dolor de cabeza, sin memoria de lo que había ocurrido la noche anterior, pero con una sensación de amargura en la boca, una que se acrecentó al ver a su esposo en la puerta de la habitación con lágrimas en los ojos, mientras el hombre en la cama junto a él, se vestía con rapidez para marcharse sin cruzar palabra con ninguno.

Ese día había sido el principio del fin de su matrimonio, y lo peor de todo era que no recordaba cómo había pasado aquello, no pudiendo creerse capaz de haber cometido una infidelidad.

Antes de siquiera poder procesar que tan rota estaba la relación, vio a la semana, que David ya no llevaba el anillo de bodas, y las sonrisas que le dedicaba cada mañana, habían desaparecido.

A pesar de no recordarlo, lo entendía. Entendía que su esposo se sintiera traicionado por lo que hizo. Pero estaba allí, porque sabía que su amor era tan fuerte, que podría superar esa y muchas otras barreras, por más difíciles que fueran. Lo sabía, estaba convencido de ello, tardara lo que tuviera que tardar, porque al día siguiente del incidente, recordaba como en mitad de la noche, David entro a su habitación, se recostó en su lado de la cama y antes de dejarle decir algo, comenzó a llorar mientras lo abraza, pidiéndole que no lo dejara, que podían solucionar aquello, que lo amaba y siempre lo haría y que no quería perderlo.

Víctor se limitó a acompañar su dolor con lágrimas, mientras también se aferraba a su esposo pidiéndole perdón.

Pensó que tras esa noche, lo intentarían, pero al pasar el tiempo, y ver que no fue así, supuso que David necesitaba tiempo para perdonarlo, para pensar las cosas, y para sanar sus heridas.

Pero la situación ya había durado varios meses, más de los que creyó tener que aguardar, y parecía que David se alejaba cada vez más, como si con esos silencios, quisiera dejarlo ir.

Solía encerrarse en su biblioteca por horas, haciendo quien sabe que ahí dentro, hasta que los primeros rayos de sol aparecían y decidía que su cuerpo necesitaba unas horas de descanso.

Sabía que David, aunque no era de demostrar sus emociones, estaba sufriendo, cada vez que lo encontraba sollozando en la ducha, dejando la comida a medio terminar después de unos bocados, y en ocasiones, con una pesadez tal, que no se levantaba de la cama en todo el día.

Y aunque dormían en la misma cama, Víctor sentía que no estaba allí, al menos ya no estaba allí para su esposo.

Después de mucho meditarlo, había tomado la difícil decisión de dejar la casa. Estaba por demás decir que amaba a David, que su indiferencia le dolía, y se dio cuenta que esa situación lejos de aportar algo, les estaba haciendo daño a ambos. Concluyo que lo mejor sería dejar a David en paz, mientras sanaban las heridas de la traición, esperanzado en que algún día, al menos pudiera brindarle el placer de su compañía, aunque fuera reducida a una simpe amistad.

Esa noche antes de irse, decidió despedirse de su esposo. Sin hacer mucho ruido entro a la biblioteca encontrándolo de espaldas a la puerta, sentado en su viejo sofá color rojo, mirando hacia la ventana.

Sigilosamente se acercó a él parándose justo en frente, antes de arrodillarse para quedar a su altura. Comenzó explicándole que lo amaba, que no quería irse, pero sabía que lo que hizo no fue correcto, que se estaban lastimando, y que lo mejor sería irse de allí al menos por un tiempo.

David, como siempre, pretendió que no escuchaba nada, que él no estaba allí, y a pesar de su paciencia y comprensión en todos esos meses, ese momento Víctor no lo soporto más. Quería que lo viera a los ojos, que al menos le diera un vago adiós, y en medio de esa desesperación, quiso levantarle la cabeza para verlo a los ojos esa última vez, pero pasó algo que nunca espero: su mano, atravesó a su esposo, como una nube en el cielo. Y al tiempo que comenzaba a temblar de miedo preguntándose qué le estaba pasando, todos los recuerdos aparecieron en su mente.

Ese dos de enero, después de que el hombre que despertó junto a él se fue, él se levantó con horror al ver a su esposo derramar lágrimas mientras hacia una mueca de dolor. Se vistió con lo primero que encontró, y salió detrás de David como si la vida se le fuese en ello, solo que ese fatídico día, si se le fue. Mientras cruzaba la calle distraídamente persiguiendo a David llamándolo con desesperación, un camión apareció en el camino, impactando contra Víctor. Escucho las sirenas, comenzando a verlo todo más oscuro y sintiendo que le faltaba el aire, escucho los gritos de la gente alrededor y por último, la voz de su esposo diciéndole que estaría bien, que lo amaba y no quería perderlo.



Al levantar la mirada, vio que David sostenía sus anillos de bodas en la mano derecha, y un retrato de ambos en la otra, mientras derramaba un par de lágrimas, nombrándolo entre susurros.

Víctor comprendió que el ya no estaba allí, que había muerto hace meses, y que David no podía verlo.

Se sentía abatido, la tristeza comenzó a invadir su cuerpo, mientras las lágrimas comenzaban a recorrer sus mejillas. No podía creerlo, no quería aceptar que ya no estaría con el hombre que amaba, solo por una estúpida infidelidad de la ni siquiera tenía memoria.

Estaba dolido, pero a la vez confundido. Se suponía que al morir, uno no debería seguir en el mundo mortal... pero el sí. Claro, se sentía culpable, no podía irse así, y de hecho, al momento de pensar eso lo supo, supo que era eso, que estaba allí porque no tenía el perdón de David, no podía irse en paz.

Se quedó mirándolo durante algunos minutos hasta que este se durmió, dejando caer el retrato al suelo.

Víctor lo levanto, y lo coloco en el escritorio, antes de volver su mirada hacia David. Se acercó lentamente hacia él, acariciando su mejilla como solía hacer en vida, mientras recorría con la mirada ese rostro tan conocido.

- Espero que algún día puedas perdonarme

Sin esperar respuesta, le dio un beso en la frente dispuesto a seguir su camino y marcharse, pero antes de hacerlo, escucho la voz entrecortada de su esposo como muestra de la existencia alguna deidad.

- Ya te perdone mi amor...

Y tras secarse las lágrimas del rostro, Víctor sonrió, antes de desaparecer, junto con la llegada de los primeros rayos de sol. 

Hasta que la muerte nos separeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora