I. Muñeca conformista

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Sonrisa armadita con rubor en las mejillas, ya estás lista. Bienvenidos y bienvenidas a todas aquellas personas que quieran identificarse con vos o simplemente leerte y conocer tus errores. Ahí estás, levantándote muy de mañana, entrando a la ducha, arreglándote el pelo, eligiendo la ropa más linda: ¿Y para qué? Ya está, es para él, no queres dar rodeos.

Primero vas a trabajar porque nadie se levanta a las 6:30 de la mañana para ver a un hombre... y bueno, ahora creétela vos.

Es sábado y como tienen por costumbre, a las once en punto, él está esperándote. A veces con sueño, a veces despierto. La verdad es que esperas con ansias cada fin de semana para verlo porque entre semana "estoy muy ocupado", te dice y vos acordas con que también lo estás, aunque sea mentira ya que harías espacio en la agenda para él, como sea.

Es la misma rutina de siempre; un beso de saludo, caminar al ritmo de Mandarina -su perro-, hablar pavadas y finalmente decidir ir a su casa.

–El perro se cansó de pasear –te dice. ¡Y qué feliz te sentís! 

Van a su departamento, seguro que ahí será otra vez el mimoso de siempre.

Caminas cautelosa hacia el edificio blanco de la emblemática esquina que te marca. Suben las escaleras, abre la puerta y, ¡Por fin! Están solos, lejos de las miradas de la calle.

–Mira lo que tengo para vos –Saca un alfajor, es la debilidad que tenes entre todos los dulces y, claro está, Juan Pedro también es una debilidad. Suelta a Mandarina y lo deja deambular por donde quiera. Te sentís en el borde de la cama; la computadora está encendida con música, y el televisor capta la señal de un canal nacional.

–¿Queres ver otra cosa? –se acomoda y estira los brazos para abrazarte, como si fueran novios, como si pasara algo.

–Dale –acoplas a tu personaje de mujer enamorada. Cómo te gusta hacerte la que ves algo en la televisión mientras lo abrazas con fuerza. Una y otra vez se almacenan y salen los recuerdos de las veces que estuviste con él de esta manera. Pones la boca en su mejilla y te acaricia la oreja, bajando por el mentón y toda la tersura de tu rostro. Una sola cosa te ronda por la cabeza:

"Besame".

Sos cobarde, o quizás te equivocas: no sos cobarde sino tonta. Y tenes miedo a quedar como lo que crees que sos. Esto es así, son amigos que se besaron en reiteradas ocasiones, pero no siempre. Ya van tres años bailando el mismo vals y no cambian de canción. ¿No me explico? Vas tres años fingiendo que es el amigo que besas a veces, con el que no pasa nada. Pero sí que pasa, te pasa mucho.

Por su parte Peter la tiene más clara. Él estuvo saliendo con una chica de la cual ni siquiera sabes el nombre. No quiso decírtelo por estúpidas razones y claro, la amiga comprensiva y buena -Vos, Mariana-, tiene que bancársela dando consejos que ni ella misma escucha. Deberías escuchar lo inteligente que decís de vez en cuando, en lugar de dejarte llevar por esa mentira que suena a verdad.

"Besame".

Dice la vocecita dentro tuyo y despacio le haces cariñito con la boquita... todo en diminutivo, así pensar todo: En pequeño. Te sentís pequeña.

–Si te digo algo, ¿No te molestas? –te sujeta, lo escuchas con la cabeza escondida en su hombro.

–No... –murmuras sin despegarte.

–¿De verdad no te molestas?

–Mmm... no... –dijiste confundida.

–¿En serio no lo haces?

–Bueno, ¿Me vas a decir? –decís ya cansada.

–¡Viste! Te molestaste –ríe con ganas–. Ok, te digo.

–Dale –lo hablaste todo con un tono inocente, uno de "no tengo la menor idea de lo que hablas", pero sospechas algo, quizás hoy sea el día...

–Tengo muchas ganas de besarte –lo dijo seductor. Ya está, terminaste de derretirte con sus palabras. Pero... Un segundo ¿Hay un pero? ¿Tenes un 'pero' para Juan Pedro Lanzani?

–¿Y por qué tenes esas ganas? –y lo decís con un bonito meloso y casi sexy que destilan tus labios. No pensar hacerle un verdadero STOP, solo queres jugar, reírte... y las infinidades de cosas que haces para después sentirte mal con vos misma.

–Y... no sé. Siempre lo hacemos, ¿no? –Te lo explica como si fuera algo normal que él y vos se coman la boca cada vez que al chico de ojos verdes se le da la gana. Lo peor de todo es que esas insulsas frases no son suficiente para apaciguar cualquier duda importante.

Te dejas besar.

Y su boca, al desplazarse sobre la tuya, te vuelve loca.

Escuchas su respiración apenas y sus labios que entrechocan, y las lenguas que pareciera que bailan despacio a un ritmo casi mágico.

Te encanta, sí, te encanta que suba la mano por tu espalda hasta llegar a tu pelo y desordenártelo; o cuando llevas cola alta, la desarme como si estuviera moldeando algún tipo de escultura.

Queres más besos. Más de sus besos.

¿Qué hora es Mariana? Te decís. Es la una y cuarto. Tenes que irte, tenes que hacer el almuerzo para Stéfano, tu hermano que regresa de jugar al fútbol. Mamá no está en casa, te toca cocinar. ¡MOVETE!

–Pela... Hey, pela... –te besó por milésima vez y luego se acomodó en tu pecho para que lo acaricies con ternura.

–¿Qué pasa, linda?

–Tengo que irme, ya es tarde.

–No, dale. Quédate un rato más... –Y sí, siempre tenes que sacrificarte y quedarte y él nunca lo hace por vos. Pero pensar que debe ser porque quiere que lo mimen y porque le gusta el aroma que traes puesto, ese perfume que vaciaste casi hasta la mitad antes de salir del trabajo. Lógicamente para cualquiera que esté al tanto de la situación, esto sería motivo para que te preguntes si realmente está enamorado de vos... Pero no lo haces porque tenes miedo a que la respuesta sea No, y entonces eso que no existe entre los dos, se acabaría.

Te humedece el cuello con los labios, parece tu dueño. Cuando él quiere, como él quiere, donde él quiere; vos nunca decidís. Me das rabia e impotencia al imaginar que salgo de tu cuerpo y me veo a mí misma en esa patética situación, dejando que me arrollen, que me pasen por encima.

Salís sutilmente de la escena. Hasta ahora solo son besos los que se dieron y agradeces al cielo que nada más allá de eso suceda.

–¿Me acompañas? –Él es tan lindo cuando te acompaña. Caminan juntos y parecen novios de verdad.

–No, Lali. No puedo. Tengo que hacer cosas –sostuviste la cara para que la desilusión no se te note.

–Bueno. Me voy entonces... –Agarras tu bolso y te haces la superada pero te duele su indiferencia. Sí, notaste indiferencia de un momento a otro.

–Dale, te veo el próximo sábado –argumenta mientras mira la computadora y chequea su mail o cambia la música. No lo sabes porque te fuiste después de un –Chau, cuídate; y cerraste la puerta con el mismo sentimiento que tener al momento de salir de ese edificio. Conformismo.

Ese conformismo que hace que te contentes con las migajas de cariño que te tocan de él.

MUÑECA DE TRAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora