II. Muñeca para jugar

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–Bueno. Me voy entonces... –Agarras tu bolso y te haces la superada pero te duele su indiferencia. Sí, notaste indiferencia de un momento a otro.

–Dale, te veo el próximo sábado –argumenta mientras mira la computadora y chequea su mail o cambia la música. No lo sabes porque te fuiste después de un –Chau, cuídate; y cerraste la puerta con el mismo sentimiento que tener al momento de salir de ese edificio. Conformismo.

Ese conformismo que hace que te contentes con las migajas de cariño que te tocan de él.

Diez meses antes viaja tu cabeza. Tenes veinte años pero aún vivís con tus viejos porque sos de las que pensas a la antigua: Con los viejos hasta casarte. Pensamiento absurdo o no, así planeaste las cosas para el futuro. Y la realidad te golpea de frente e irse a vivir sola es un lujo que no podes darte.

Llegaste un poco tarde a casa y tu vieja, metida como siempre, te hace un interrogatorio fatal. Contestas de buena gana actuada, para que no sospeche que estuviste con él. Fue la entrevista para aquel trabajo donde solicitaban mesera para atender unas cuantas mesas del local de comida rápida de los arcos dorados. Elegiste estratégicamente el local, queda muy cerca de su departamento. Y la vida gira en torno a él y te das cuenta, pero lo haces igual.

Saliste del local atolondrada con el paso rápido porque recibiste un mensaje de Juan Pedro, diciéndote que te esperaría muy cerca de allí. Te peinaste haciéndote una cola alta para disimular el pelo sucio y grasoso por estar todo el día fuera de casa y laburando. Usas un par de invisibles para asegurar la gomita y que así no se note.

En la esquina, con su buzo negro y un jean cómodo, él espera tranquilo.

–Hola, Pitt –te acercas y lo saludas. Ya habías idealizado la escena: Vos llegas; él te mira, te sonríe y te besa en los labios. Es entonces cuando rodeas su cuello y Peter tu cintura. Se besan profundo y lento como en las novelas que ves. También te dice que se moría de ganas de verte para que vos le respondas que también lo extrañaste mucho.

–¡Hey, Peti! ¿Cómo andas? –Bueno, sabes que si imaginas lo que sucederá tener una en un millón de que pase. Sonreís de todas formas.

–Cansada. ¿Vos?

–Bien, bien. Más tarde hay fiesta en la casa de Mery, ¿Vas? –Mery vive a dos cuadras de tu casa, fueron al mismo colegio. No es de tus mejores amigas pero no te cae mal. En fin, es buena mina pero algo aburrida para tu gusto–. Me dijo que podía llevar gente.

–¿Ir? –dudas; después de todo Mery no te invitó directamente–. No, no creo –No querer porque estás segura de que allí te sentirías completamente de otro planeta, rodeada de su gente; un sapo de otro pozo.

–Dale, anda. No seas aburrida –te dice de onda. Y más aún preferís no ir porque estás segura de que si van juntos, él se va a ir a tomar con sus amigos y vos quedarías sola y aburrida en un rincón. Ya viviste aquello antes.

–Quiero, pero tengo que hacer algunos trabajos para la Facu –mentís y, felizmente, te cree. Caminan juntos y de repente te pasa el brazo por los hombros. Te emocionas pero mantenes la templanza. 

Juan Pedro te habla sobre su hermana, sentís una calidez increíble y fue por ello que decidiste abrirte a contar cosas sobre tu niñez, teniéndole una confianza única. Se están riendo de alguna ocurrencia que soltaron y se ofrece a llevarte la mochila. Aceptas encantada y sorprendida; hoy está hecho un caballero con vos.

Termina la calle y paran un taxi que piensan pagar a medias. Cuando se sentaron, automáticamente dejó de abrazarte, de estar cerca, y vos decidiste no afligirte por ello aunque ya lo estés, nunca aprenderás. Cruzaron pocas palabras durante el viaje; reconoces el lugar y bajan.

MUÑECA DE TRAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora