IV. Muñeca herida

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Caminaste la calle ancha y larga, doblaste con paso firme la esquina derecha para seguir de frente y terminar en ese edificio que te genera emoción y decepción a la vez. Sí, muñeca, vos te conformas con los mendrugos que te dan y sin saber por qué, no te avergonzas de ello. Durante la semana has revivido, contándote a vos misma lo que sucedió con él diez meses atrás y te repetís, muy en el fondo, la verdad que no queres aceptar: Sos una muñeca para jugar, su muñeca de trapo. Más tristes momentos se te arremolinan en la cabeza contando, claro, ese día donde vos bailaste sola, el día de su cumpleaños.

Subiste hasta llegar al cuarto piso y saliste con un aire distinto, queriendo tapar el sol con un dedo. Pero no, muñeca, eso no se puede. Abre la puerta, te sonríe y vos entras creyendo olvidar las humillaciones que recordaste en esos días, los que no lo ves.

Volves a mirar todo desde un ángulo particular, precisamente desde su cama, y te parece estar algo incómoda. Rogas con todas tus fuerzas que la careta que vende que "Todo va bien" no se te caiga y te deje expuesta. Ha dicho cosas bobas, como para que vos entres en confianza; notó tu rostro con ligeros cambios de intentos serenos, porque estás ida, tildada... Porque el recordar te hizo mal. No tenes nada de ganas de reír pero lo haces por compromiso: La cara se te cae sin ganas pero la risa sale libre. Él abre la heladera, está buscando algo para tomar, como te dijo. 

Echas un décimo vistazo al lugar. Su computadora sigue encendida con el reproductor expulsando alguna canción de Bob Marley y rodas los ojos en señal de fastidio porque sos de las pocas personas a quienes no les gusta esa música. 

Entra al cuerto con dos vasos de Coca-Cola fría. –Para vos –te dice seductor, como si te estuviese ofreciendo algún licor caro y delicioso. Le recibís el líquido y te seguís haciendo la distraída cuando se recuesta en la cabecera de la cama.

–Acomodate –dice apenas enciende la televisión. Lo miras y luego posas la vista en el control remoto con el que encendió el aparato. Bufás para tus adentos porque él siempre tiene el control y te jode. Tonta y obediente te arrastras desde el final de la cama, hacia su brazo extendido, y te acomodas en su pecho.

Dentro tuyo inicia una batalla campal. Te dividiste en dos: Una Lali que piensa, razona, que es consciente; y la otra, la Lali estúpida que se deja manipular. Es así como casi podes divisar que la primera le grita a la segunda con una fuerza desesperante, ruega casi de rodillas que no se deje controlar así, que le exija una explicación, que lo obligue a decirle qué carajo son y que por favor, no bese más esa boca. Esa boca que estás besando en ese momento.

Y estás besando a ese amigo de la infancia con el que te peleabas horrible, al que insultabas a más no poder porque odiabas con todo que te diga petiza y que medio salón de clases se burle de vos y tu estatura por culpa suya. Y estás mordiendo los labios de ese idiota que durante la adolescencia hizo que te sintieras fea porque alguna vez lo escuchaste decir que eras la menos linda del aula. Te dejas abrazar por Juan Pedro Lanzani, ese chico que después de que te cambiaste de colegio siguió viéndote porque tienen amistades en común y fue por eso que volvieron a hablarse y que inventaron esta rara amistad.

Te dejas besar el cuello y recordas que vino a vos como un lobo vestido de oveja. Que te besó por primera vez bajo un cielo despejado, en una noche de verano. Que te hiciste la desentendida cuando tanteaste que su intención no era la que creíste, o quisiste creer. Y si no hubiera sido porque tenes los ojos cerrados, una lágrima traicionera se hubiera resbalado por tu mejilla.

Te condenas por haber entrado en este juego donde se dan besos sin culpas ni explicaciones.

Peter sale de tu cuello y vuelve por tus labios y tu respiración porque pareciera que le encanta tener todo ese poder sobre vos y pareciera que a vos te encanta que él lo tenga; después de todo, vos se lo diste. Muerte tu labio suave como alguna vez en sus charlas de 'amigos' le confesaste que te gustaba. Y te detenes y te escondes en la cavidad que hay por detrás de su oreja. Él te entiende y te acaricia el brazo muy cariñoso. No decís nada pero te parece completamente extraño e increíble que dé esas demostraciones de afecto; entonces te cuestionas seriamente si Juan Pedro es realmente Juan Pedro.

MUÑECA DE TRAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora