III. Muñeca baila sola

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Veinticuatro de agosto, su cumpleaños. Sábado. Dos semanas atrás te dijo que aún no sabía si festejaría sus veintidós años. 

–Quizá haga algo con los chicos de la facultad –dijo, pero al final decidió realizar una fiesta a lo grande, como siempre dice que sabe organizar. El lugar: La casa de Pablo, un amigo que tienen en común.

Cuando entraste allí el humo de los cigarros te hizo lagrimear. La gente bailaba y la música estaba alta, sonaba algún reggeatón de moda. 

–¿Dónde está? –le preguntaste a Candela mientras mirabas hacia todos lados y ella te ayudó a buscarlo entre el gentío con la mirada. 

–Ni idea, Lali. No sé dónde pueda estar –vos trataste de no parecer afligida y creíste que funcionó ya que tu prima te guiló un ojo y se escabulló hacia la pista cuando algún chico la sacó a bailar. Te quedaste parada mirando como el resto se dividía y vos solo pensabas en Juan Pedro.

–Gracias por venir –una mano te acercó hacia él y la otra sostenía un vaso con ron.

–Te dije que iba a venir –sonreíste perfecta. Vos lo buscabas y él te encontró. Extendiste el brazo cuando te ofreció de su bebida–. Gracias –balbuceaste para sonar linda y provocativa. Bebiste un poco y evitaste poner cara de asco. Odiabas el ron, nunca te había gustado, pero por Peter Lanzani podrías tomarte una botella entera. 

–¿Bailas? –No te viste pero sabes que los ojos te brillaron y la sonrisa aumentó mucho más de lo que imaginas. Le tomaste la mano y bailaste como nunca; lo queres impresionar y es la oportunidad que necesitas. Las parejas alrededor se acercaron a ustedes a medida que la música los hacía moverse. Se tocó el bolsillo casi desesperado–. Bancá –pronunció, y vos te quedaste bailando sola. 

Es una obviedad aclarar que disimulaste semejante desplante volviéndote íntima con el vaso de ron que aún no terminabas. El ron es fuerte, y al no estar acostumbrada a tomarlo, sentís que el piso se tambalea un poco, pero seguís bebiendo.
Llegaste lento y algo acalorada a la puerta que da al jardín y lo escuchaste. Lo escuchaste hablar con alguien. Tal vez sea ella, la novia con la que a veces pelea, de la que no conoces el nombre: El fantasma que está y no está. 

–Vos sos la que no quiso salir hoy –le reclama por teléfono–. ¿Qué? No, cualquiera. Tenía el celular apagado... ¿Ahora yo? No, vos... Basta, entendelo. Basta. ¿Te vas a poner así? –te da la espalda y no tiene noción de que lo estás espiando en silencio–. Sí... sí, gordita. Perdoname si no te llamé antes. Yo también... más... muchos besos. Te extraño. Te veo mañana, dale. 

Lo escuchaste y estás segura. El alcohol no te ha afectado el oído. Sigue con ella. Te contaste a vos misma como si nunca lo hubieras sabido, lo supiste desde antes que te lo confirmaras. 

–¡Hey, Lalu! Estabas ahí –resuelve con una sonrisa al darse vuelta y encontrarte. Se acerca pasándote el brazo por la cintura–. Veni que acá vamos a estar más tranquilos –te cree tan estúpida como para saber lo que pasa y no hacer nada.

–¿Quién te llamó? –preguntas boba. 

–Nadie, nada importante –se sienta y te ubica en su regazo–. ¿Sabes que estás muy linda esta noche? –Y sos estúpida porque no le dijiste nada más. Solo eso bastó para que te olvidaras de lo que escuchaste. 

–Gracias. Vos también estás muy lindo –te pusiste en posición para lo que se venía. Él sentado, vos en sus piernas, te está mirando fijo y sus bocas se besan. 

Amor mutante

Amigos con derecho y sin derecho

De tenerte siempre

Y siempre tengo que esperar paciente

El pedazo que me toca de ti.

Un cambio de canción lo hizo detenerse. –¿Escuchas? Esa canción me encanta. ¿Vamos adentro? 

Casi, casi te deja con la trompita parada, esperando que sea más que un beso a medias el que se den esa noche. Te quedaste helada, pero te compusiste como pudiste y armaste una vez más la sonrisa para complacerlo. 

–No... hay que quedarnos un rato más porque... porque hay mucho humo adentro –queres persuadirlo.

–Yo voy... Si queres te podes quedar...

–Quedate conmigo, acompañame –sugeriste. Su cara de desgano te apremió su decisión y te desdijiste rápidamente para añadir: –Mejor anda, yo me quedo –te evitaste algún tipo de vergüenza ante su negativa.

Amor fugado

Me tomas, me dejas, me exprimes 

Y me tiras a un lado

Que feo fue escuchar como todos se divertían y vos te quedabas con frío en ese jardín lleno de mala hierba. Respiraste hondo para saber qué se siente llenar ese vacío que te deja Juan Pedro cada vez que te besa y se va. 
Entraste al bullicio de nuevo, te animas de golpe. Hay que aparentar e inclusive bailar sola. Lo viste algunas veces contonear la figura de alguna chica que sacó a bailar; lo viste fumar mucho y beber aún más, también lo viste reírse con sus amigos, y lo viste, lo viste, lo viste... Desperdiciaste toda la fiesta viendo qué hacía sin vos, esperando un mínimo de su atención, como de costumbre.

Te volviste hacia las mesas para servirte más, es el cuarto vaso de ron que te tomas. Finalmente lo viste bailar con Candela y te alivias. Con ella no sucederá nada. Y automáticamente te dejaste de preocupar por el qué estará haciendo. Un chico te sacó a bailar, y aunque no era muy agraciado le aceptaste la invitación y aparentaste estar divirtiéndote a lo grande, para que Peter se entere que sin él también te divertís. 

Alguien chocó con vos y su ron se desparramó por tu brazo. Te quejaste pero al verlo te quedaste muda. Sí, había sido Juan Pedro. Te reíste media atontada por los efectos del alcohol que ya te habían sacado partido. Fuiste al baño a limpiarte y él te siguió, dejaste caer el agua, se posó detrás tuyo y te giró lento para que lo beses. Y claro que lo besaste. 

Un tiempo en el que sentiste su boca complementando el beso que se dieron tres horas atrás en el jardín. Pronunciaste lento los movimientos y comiste suavemente de su sabor a ron y cigarro.

Otra vez

Mi boca insensata vuelve a caer en tu piel 

Vuelve a mí tu boca y provoca. 

Se terminó su beso y como era de esperarse te dejó sola en ese baño a oscuras. Siempre te deja queriendo más, odias que lo haga pero no te lo admitís. Buscaste la luz a tientas y te miraste en el espejo.

Otra vez mi boca insensata

Vuelve a caer en tu piel de miel

Vuelve a mi tu boca, duele.

Presionaste el cerrojo para que nadie más entre y dejaste ver tus ojos en el reflejo. ¿Qué te muestra, Lali? ¿Qué es lo que el espejo te devuelve? Una buena cantidad de ron te hace reaccionar... Quizás. Queres llorar pero no podes, no hay lágrimas. Te secaste y no supiste cuándo. Te das un gesto reconfortante; imaginaste la noche de manera diferente: con él bailando con vos, con muchos abrazos y besos, con un tipo de declaración esperada, con ustedes agarrados de la mano al terminar todo. Pero no es así. Estás en ese baño, esperando que vuelva. 

Muñeca, sabes que te toca bailar sola, y te duele.

MUÑECA DE TRAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora