V. Muñeca, dulce y amargo

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Pasaron quince días desde que rechazaste su llamada. Quince días después renunciaste al trabajo. No queres tenerlo cerca, no podes darte excusas a vos misma para pasar por su calle. Al fin y al cabo ya te habías aburrido de limpiar mesas y acomodar sillas. 

Disimulás mirando el calendario y claramente se ven los quince días marcados desde su último encuentro y, ya sin marcas, muchos días libres que pasan y pasan hasta llegar a Diciembre. Martes 29, calor insoportable y agobiante en la ciudad, últimos días del año y vos seguís inconsciente sacando la cuenta de hace cuánto tiempo no lo ves. 

Hay días en los que no te acordas de nada, pero hay otros en los que prácticamente te atormentas inmortalizando la sensación que te producía tenerlo cerca.
Te sentás sobre la cama destendida y, aunque odies saberlo, está la impresión liviana de que algo falta; son las cenizas de lo que alguna vez llamaste extrañar.

La vida sin Juan Pedro pasó lenta como oleaje de verano. Y decís oleaje porque inconscientemente lo comparas a él con un océano: podes indagar solo hasta donde llegue la luz; su profundidad es un misterio. 
Ocupaste el tiempo lo más que pudiste pero tuviste aquellos ratos libres donde escribiste mucho sobre vos, la vida, y sobre él. Armaste un Word con cada cosa que te duele de Juan Pedro; contaste detalladamente su historia y la relees cada tanto para hacerte recordar lo poco que, a veces, te querés. Es la forma que tenes para sobrellevar lo que te afecta.

Y entonces te preguntas si él pensará o no en vos, como a veces vos lo pensas a él. Si alguna vez soñó con vos como en ocasiones lo soñaste. Y en ese momento te cuestionas si lo odias por no saberte querer, porque imaginas que quizá vos seguís existiendo en su cerebro y, ya es mucho creerlo, en su corazón.

¿Ya contaste que solés armar una sonrisa increíble cuando estás mal? Sí, me parece que lo hiciste. Hasta vos misma crees que ya es un hábito: reír para no llorar, pero ha dejado de funcionar. 

Tanto tiempo esperando su oportunidad, la oportunidad para demostrarle que lo queres en serio, que los juegos de besos y coqueteo se quedaron atrás el día que comprendiste que estabas enamorada de él, o creías estarlo. Llegó a tu vida para enseñarte a sonreír entre lágrimas, para encender un amor hipócrita y luego apagarlo. Te habías ilusionado con sus corazoncitos de caramelo y los ojitos que derriten... y las tantas cosas por las que dejaste que te trate como su muñeca de trapo.

Suspirás profundo y largás el aire como si estuvieses cansada. 

Estás tarde, siempre tarde. Otro defecto tuyo, que considerás tal porque sabes que durante dos años fuiste más un defecto que una virtud. Arrastras la valija como podes y pensas dos veces si es que no te excedes con el peso.
Salís de casa porque es posible que el taxi que llamaste esté afuera esperándote. Bajas lento, con las manitos tratas de cargar la exagerada valija y luego con la misma dificultad, logras encajar la llave en la ranura. 

Pronto estarás con los dos pies lejos de Argentina y de Juan Pedro y sentís un alivio que te sube desde el estómago hasta el pecho. 
Te acomodas en una de las bancas que está afuera de la tienda de la esquina. El calor quema y ya te estás enojando porque hay que esperar y odias esperar. Tomás la bebida fría que compraste y lo ves ahí, de espaldas. El pecho te da un vuelco de emoción, nervios, sorpresa, qué se yo.

Te levantas del banco y girás sobre tu eje para intentar pasar desapercibida.
Casi de reojo lo viste golpear tu puerta varias veces. Te ataca una especie de miedo tonto: Trataste de esconderte pero al darte vuelta supiste que eso era demasiado infantil. No lo ves desde... no sabes, recordaste que dejaste de marcar el calendario.

Hay que estar loca para pensar lo primero que se te vino a la cabeza: Pareciera que tu vida se está volviendo la telenovela de las siete de la tarde -esa que ves con ansias de que los protagonistas se coman la boca para alucinar por unos segundos que sos vos la que vive esa hisotira de amor tan intensa-; es la clásica escena donde el protagonista, después de mirar hacia todos lados, menos hacia vos, cuando casi se da por vencido, de pronto... Logra divisarte. La idea de esconderte rodó nuevamente por tu cabeza. 

MUÑECA DE TRAPODonde viven las historias. Descúbrelo ahora