0. Ruptura de la cotidianidad (III)

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¿Cómo puede uno convencerse de que todo saldrá bien, si hasta ese momento nada lo ha hecho? La mente de Maxine es vilmente arrollada por sus inseguridades, su incertidumbre, su sorpresa y su pavor. Siente un apretón en la muñeca que le recuerda donde está y qué estaba haciendo, cuando alza la mirada, se encuentra a Enzo caminando con prisa, guiándola entre el humo y los gritos hacia la oficina del director. Oyen un estruendo muy extraño, como de un cristal rompiéndose, cuando alcanzan la puerta. Ve a los hermanos Rodríguez acercarse e intentar abrirla con la ayuda de Enzo, que la libera de su preocupado agarre. Siente ganas de vomitar cuando el putrefacto aroma de la muerte se asoma, recordándole que hay cadáveres tirados en el suelo, y otros danzando por los pasillos de su colegio en busca de carne viva que devorar. Desliza sus dedos escurridizos por su accesorio recientemente adquirido, sintiendo en su fuero más interno la presencia de Dominic, recordándolo con cada suave caricia al oro. Deja la cadena colgar entre sus delicados dedos y observa el dije que entrelaza dos corazones con una cuerda, cada uno con sus iniciales. Lo envuelve en su puño y una lágrima corre por su mejilla, tiene que cerrar sus ojos y respirar temblorosa en busca de conciliar la calma. Otro fuerte golpe la hace dar un salto, la puerta está abierta y los chicos entraron, excepto Enzo, que se vuelve para apresurarla.

—Sigo sin entender por qué vinimos aquí. Podríamos haber huido a esta altura —Rubén apoya su espalda contra la puerta que cierra, asegurando su estadía dentro de la lujosa y extravagante oficina. Max se fija en lo marcados que están los brazos del negro, y también de su color de piel intenso, mucho más que el de su hermano Andrew. También destaca su altura, comparándolo con su novio e incluso Paul. Su mente se inunda con la duda del paradero de sus amigos, de su pareja, de su familia. El nudo en la garganta regresa.

—El director es un cazador empedernido —Ve a Andrew acercarse, con su baja estatura y grandes músculos, combinación que siempre le ha resultado de lo más curiosa. El pequeño de piel oscura se pasea por la habitación absorto en la decoración de pieles, animales disecados y más partes exóticas enmarcadas y glorificadas por la extraña obsesión del director. —Además, Max nos comentó que en una de sus visitas aquí, vio armas —Observa cómo se vuelve hacia su hermano y choca puño con palma—. Queremos agarrar todo lo que podamos usar para defendernos, luego nos iremos, hermanito —Max se fija en el ademán que hace el pequeño musculoso, girando varias veces su muñeca—. De cualquier modo, los espíritus están guiándonos. Es el camino correcto.

La rubia restriega su muñeca en el ojo lloroso, sin deshacer su rostro confundido. Sabía que Andrew era fanático de una extraña religión, algo llamado santería o esoterismo, no está completamente segura. Pero nunca lo había escuchado hablar tan pragmáticamente al respecto y ha de admitir que la tomó por sorpresa.

—Yo no veo ningún arma por aquí, lo que sólo confirma mi especulación. Esto es una ridícula pérdida de- —Un grito interrumpe a Rubén, llamando la atención de todos en la habitación, en especial la de Max. Ella sabe quién está detrás de ese alarido que clama por auxilio. Sabe que está en peligro, que está dentro de la humareda, a merced de quien sabe cuántos peligros. Su cuerpo se desliga de su razón y actúa por inercia, abalanzándose contra la puerta que Enzo abre precipitado y tan apresurado como ella, lo que la hace pensar que comparten la misma desesperación y esperanza. No le importa si los hermanos los siguen, sólo le interesa encontrarlo, salvarlo, ayudarlo. Sólo quiere volver a él, y que él vuelva a ella.

—¡Dom, amor! —Su grito manifiesta todos los sentimientos entremezclados que retumban en las paredes de su cabeza. Su virar desesperado a cada lado y la tensión en sus músculos representan su angustia y terror. —Estoy aquí, oye mi voz. Síguela, acércate, por favor...

—No lo encuentro —Enzo trata de despejar el lugar agitando bruscamente sus brazos, el humo les dificulta demasiado la búsqueda, no ve nada a más de tres pasos. Echa un vistazo al suelo cuidando de no caerse y ve gotas de sangre regadas y se vuelve cuando detecta un crujido que dispara todas sus alarmas. Maxine en medio de su desorientación, distingue la silueta de Andrew y por cómo reacciona, deduce que consiguió algo que identifica como trozos de vidrio regados por el suelo cuando se acerca. El humo se revuelve y un mechón de pelo se alza cuando Enzo prácticamente vuela frente a ella hacia una pared difusa por la intensa y espesa humareda. No lo entiende, va a estrellarse, pero no escucha un estruendo, ve su sombra saltar y pisar más vidrios. Confundida se acerca y ve a Andrew hacer lo mismo que el Narizón, pasando por encima del marco de una ventana rota. Su intuición la lleva a seguir un rastro de gotas de sangre, guiándola a dejar de darle importancia a sus zapatos dañados por los cristales del suelo, al humo que tanto dificulta su respiración y ensucia cada rincón de su anatomía, ya no le importa la gente muerta que sabe que la rodea, aunque no pueda verlos. Su único interés reside en esa persona que Enzo y Andrew están salvando, quitándole un cadáver de encima y cuidando de no lastimarlo más. Está perpleja, su grito ahogado que la forzó a cubrir sus labios con ambas manos fue su primera y única reacción. No sabe si está aliviada o entristecida.

Fin de la vida: DominicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora