1. Rebelión emocional (I)

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La ciudad es una auténtica zona de guerra, las detonaciones y los gritos desgarradores que perturbaron su sueño durante toda la noche parecían no encontrar su clímax y posterior desenlace. De vez en cuando el sonido de la muerte se adormecía, apaciguado, pero como un adicto recaía en la razón de su vicio, haciendo al grupo adolescente saltar con cada explosión que, aunque lejana, podían escuchar a la perfección. El alba cobija la traumada y abusada ciudad, con sus edificios derrumbados, montañas de cadáveres apilados en las zonas más congestionadas, casas abandonadas y comercios saqueados, además del hogar de Enzo, donde la juventud yace perturbada e inquieta. Dominic mantiene su mirada fija en el techo del salón, ensimismado, pensativo, acariciando delicada y cariñosamente la rubia melena de su novia. Siente su cuerpo entumecido, no consiguió conciliar el sueño como Paul o Rubén, incluso a Elizabeth y a Evangeline las vio dormir en cierto punto de la noche. Cuida de no despertar a Maxine mientras se retira y la deja recostada sobre el cojín en el mueble más largo del salón, y una vez de pie, camina hacia la puerta que da al patio. La luz del día lo obliga a cubrirse los ojos con su antebrazo, la herida en su espalda lo hace quejarse, pero poco, el vendaje que Liz le practicó cuando llegaron fue de mucha ayuda. Ve la camioneta oxidada y sin llantas que encara el portón negro al frente de la casa, cuya puerta funciona de entrada, muy parecido al que había en el colegio. Las terribles imágenes de sus últimos momentos en aquel lugar hacen que se retuerza, incómodo por tener memoria. Avanza a paso lento, algo tambaleante, desorientado por haber estado quieto durante tantas horas. Atribuye parte de su andar alcoholizado a su tobillo hinchado, no recuerda en qué momento se torció el pie, pero es una molestia que lo persigue con cada pisada. Comienza a subir las escaleras que dan al cobertizo situado sobre el negocio familiar de Enzo, o más bien de sus padres, conocidos por la venta al mayor de bocadillos fritos con base de harina de trigo. En su ascenso, descansa su mirada en la puerta del portón y esboza una sonrisa a medias recordando la psicosis que los abrumaba y los llevó a trabarla con barras de metal y sillas. Se acerca a una de las ventanas del cobertizo, desde pequeño ha admirado la vista panorámica que tiene ese lugar y recuerda cuando jugaba con Paul y Enzo, haciéndose pasar por soldados veteranos, cuyas escobas-francotiradores no fallaban un solo tiro. La nostalgia casi lo hace llorar, pero oye los tablones de madera de la escalera rechinar, volviéndose de inmediato. Andrew lo ve de pies a cabeza, tiene las ojeras muy marcadas y su rostro refleja un cansancio que quizá supere el suyo.

—No luces como alguien que tuvo un sueño enriquecedor —Esboza una sonrisa y se sienta en una mesa, apartando algunas herramientas con cuidado—. ¿Crees que podamos recuperarnos de esto?

—Nada volverá a ser como antes, Dom —Ve por un lado del trigueño hacia la ventana, observando el cielo contaminado de humo y a algunas personas corriendo a la lejanía. Aunque su tono es contundente, severo, su mirada refleja cierta calma y confianza—. Pero nos recuperaremos. Los espíritus están de nuestro lado. De lo contrario, no habríamos llegado aquí. Encontraremos la forma.

Se siente confundido, pero no permite que Andrew lo detecte. Da una profunda respiración y luego se encoge de hombros, inclinando un poco su cabeza. —Este lugar servirá para montar guardia, tiene una vista panorámica que nos ayudará a detectar cualquier amenaza a cuadras de distancia. Nos mantendrá seguros, alertas —Hace una pausa para tomar aire y aprieta sus labios—. Creo que Rubén y Enzo deberían tomar el primer turno. Y cuando rotemos, que sigan siendo pareja de vigilancia.

—Sabes que eso no puede ocurrir —Andrew se cruza de brazos y frunce el ceño—, mi hermano es excesivamente rencoroso y Enzo no se ve con intención alguna de perdonarlo. Actuó prepotentemente y lo reconoce, sin embargo, tampoco se arrepiente. Rubén es muy difícil, por ahora debería ser yo quien vigile a su lado —Hace un gesto con la mano mientras camina de un lado a otro, preocupado.

Fin de la vida: DominicDonde viven las historias. Descúbrelo ahora