16 - MONSTRUO

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Cuando era niña, un monstruo se metió a mi casa, buscándome exclusivamente a mi.
Tenía una enorme garra de acero, en la cual se proyectaba la luna. Aprovechó la oscuridad y el silencio para colarse a mi habitación. Al entrar, el monstruo resbaló con los juguetes que tenía tirados, entonces yo grité, asustada por el golpe.

Se levantó, me miró, y sus rugidos volcaron la noche. Su garra rebanó el viento e intentó rebanar también mi piel. Sin embargo, de entre las sombras, mi madre apareció para estamparse contra el monstruo antes de que éste lograra su cometido. Yo sólo alcancé a ver dos siluetas peleando furiosas con la luna de fondo. Los alaridos le hicieron grietas a los cristales, los forcejeos hicieron que la tierra se fuera de lado, el sonido de cuerpos estampándose en las paredes y ventanas formaron una violenta sinfonía.
Yo lloraba, mis lágrimas eran tan pesadas que hundían la cama al caer en el colchón. Quería que mi padre viniera a rescatarnos, pero después del divorcio ya no lo veía tan seguido. En ese entonces él estaba en otra casa, en otra cama, buscando la felicidad en otra parte. En definitiva, no vendría a ayudarnos.
Mi madre y el monstruo pelearon con el salvajismo de dos olas que se estampan, el amor y el odio chocaron sacando chispas en la oscuridad. La garra de acero alcanzó a mi madre y ésta cayó, mirándome con el gesto más preocupado que he visto en mi vida. Las estrellas no quisieron intervenir, el cielo oscureció dos tonos más.
El monstruo me lanzó una mirada y me pareció que había aumentado su tamaño. El odio en sus ojos me quemaba la piel, como una lupa que intercepta la luz del sol.
El monstruo se preparó para atacar, pero entonces mi madre, con salvajismo sobrehumano y en contra del pronóstico de la luna, se levantó a pesar de sus heridas y embistió al monstruo en dirección a la ventana.
Escuché los cristales reventarse. Ambos cuerpos cayeron en cámara lenta como si la madrugada quisiera apreciar cada detalle. Un golpe seco anunció el fin del combate.

Cuando la policía llegó encendieron las luces una por una. Me sacaron de la habitación sin preocuparse de secarme las lágrimas.
En el jardín, acurrucados de manera extraña, encontraron el cuerpo de dos mujeres. Una de ellas era mi madre; la otra, aún con restos de locura en su expresión, era el monstruo. Ninguna de las dos tenía pulso. A unos metros estaba el tercer combatiente: un cuchillo de acero.
Mi padre llegó una hora después para llorar conmigo. Me abrazó, me acurrucó en su pecho y mojó mi cabello con sus lágrimas.

No me dijo la verdad hasta que cumplí catorce años, borracho de culpa, abrumado por un remordimiento que no le correspondía.

«No me hagas elegir entre mi hija y tú, porque nunca vas a ganar. No puedo irme a otra ciudad contigo, no puedo abandonar a mi hija. Sigue tu camino, no quiero volver a verte». Eso fue lo que mi padre le dijo al monstruo.
Y ella, cargada de celos y rabia, entró a casa de mi madre para intentar matarme...

Creditos A Quien Corresponda.

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