Capítulo 1: En medio de la oscuridad, resplandor

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Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, la cual escudriña lo más profundo del corazón.Proverbios 20:27

No había notado lo tenue que se había vuelto la luz de la lámpara hasta que parpadeó. Me pareció extraño. Apenas llevaba caminando unos cuantos minutos, aunque puede que me haya tomado demasiado tiempo para cruzar el primer puñado de raíces, que sobresalían de la tierra como arterias de árboles. Ahora el sendero estaba más marcado, pero aún así la lámpara parpadeaba.

Frené al lado de un árbol cruzado por dos tajos. Alrededor había senderos desérticos de troncos oscuros y formas borrosas, a diferencia de lo que había pensado, no soplaba ni una pisca de viento. Todo estaba tan quieto.

Supongo que trataba de ganar tiempo, y me habría gustado hacerlo personalmente, pero era muy peligroso que yo misma intentara echarle leña a la lámpara. Ya saben, primero se quema el que prende la hoguera.

Así que la dejé con suavidad sobre el césped y puse distancia. En cuanto una de esas criaturas pasara cerca, la oscuridad iba a servir para avivar la luz.

Ahora que lo digo así, no tiene mucho sentido. ¿Será que las tinieblas son ausencia de luz, o la luz ausencia de tinieblas? Supongo que tengo que preguntárselo a Dios algún día.

Lejos de la lámpara hacía mucho frío. El Bosque estaba frío. Hubiera servido de sobra una buena fogata para atraer el calor y espantar las sombras, pero en un mundo tan oscuro uno no puede fiarse del fuego. Si le das demasiado poder, podría volverse en tu contra.

Apoyé la espalda tratando de pensar en otra cosa. La lámpara parpadeaba cada tanto; dicen por ahí que, mientras más parpadea, más cerca están las criaturas.

Yo me había acostumbrado a su resplandor desde que era muy chiquita. Una buena amiga, era la única lámpara de mi pueblo que no se había fundido cuando los servicios de electricidad dejaron de funcionar. Muchas personas no se lo tomaron a bien. Para ellos era humillante que la lámpara de una niña fuese lo único que podía amainar las sombras de sus casas. Aunque, claro, jamás dejaron de estar oscuros por dentro.

Pero no todo es malo. En un mundo tan oscuro, me es muy fácil ser luz.

Solté aire. El bosque ya no estaba tan frío como antes. Tardé unos segundos en procesar el ardor que me recorría la espalda, un calor que se arremolinaba como si fuera el aliento de una bestia. Abrí los ojos y mire al suelo. Las raíces se habían movido.

El titilar de la llama bailó sobre ellas cuando, como tentáculos, se arrastraron entre las hojas secas cercanas, envolviéndome los tobillos y reptando por mi pierna. Un repentino acceso de angustia me sobrevino, rodeándome el cuello con manos invisibles, impidiéndome respirar mucho antes de que las raíces llegaran hasta allí.

Caí de rodillas y enterré las manos en el lodo. Un jadeo desesperado escapó de mi boca a medida que la presión de las raíces fue en aumento. De pronto, la llama crepitó dentro de la lámpara, y una única chispa encontró su camino hasta afuera. Suspiré de alivio.

Como una hoja cayendo de un árbol en llamas, la chispa descendió, resistiéndose a las leyes naturales, zurcando el aire descuidadamente hasta ser depositada sobre una de las raíces.

Los tentáculos oscuros se estremecieron, y la presión cedió. Sus puntas desaparecieron en la tierra, llevándose consigo una herida abierta. Cuando mis piernas recobraron la libertad, me arrastré hasta dejar a la lámpara entre el árbol y yo. Sus rayos de luz iluminaban su tronco robusto, su corteza morena. En lo alto, hojas de torno grácil se lo tragaban en un mar embravecido de verdes grisáceos. Era un árbol. Pero el halo de luz que nos rodeaba a ambos también revelaba su sed de tierra regada de otoño y de ocasos. Era un árbol mimo.

Sendero de guijarros: Vestigios de una batalla campalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora