Capítulo 3

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Alice comió algo ligero a pesar de la insistencia de Camila. Se negó a considerar la idea de acompañarla a una cena. Camila tenía una excelente memoria y le recordó cada favor que le había hecho, cada cosa que le había prestado, cada día compartido...

Alice tenía ganas de ahorcarla, pero accedió. No tenía otra opción.

–Una hora... –advirtió entre dientes mientras escogían lo que cada una luciría esa noche.

Camila sonrió ante la reticencia de Alice y no quería ni imaginarse lo que se le venía. Kristen tendría que protegerla o alguien muy fuerte... –pensó cerrando los ojos ante la idea de aquella cena.

–¿Qué color te gustaría? –preguntó Alice mirándola detenidamente–. ¿Dorado? –entrecerró sus ojos, mirando alternativamente el vestido que tenía en sus manos y el rostro de Camila–. No, esta vez será el gris.

– Gris... bien lo acepto. De todos modos, no tenía planeado nada para esta noche.

– ¿No? ¿Por qué? ¿Acaso fue algo de última hora? –inquirió con sospecha Alice.

–No seas paranoica –se quejó Camila, aunque dejó vagar la mirada–. No hay conspiración, que yo sepa.

–Espero –cerró su boca antes de añadir nada más.

Había sido una tarde tranquila. Tras la partida de Camila, solo habían tenido dos clientas más, de las cuales una había reservado un vestido. Digitó el código de seguridad y cerró el local. Se marchó con lentitud hasta la estación del autobús, a pesar del tiempo, se negaba aún a manejar. Ella podría provocar un accidente y...

Era absurdo y lo sabía. Tendría que tener miedo a algo lógico, como el autobús que podía ser similar a la buseta donde llevaban a los niños hacia el colegio. Pero no, ella tenía un miedo, casi pánico a manejar. La mente tenía unas manías.

Al sentarse, miró por la ventana y el trayecto pareció volar. No tenía nada de ánimo de llegar a otro lugar más. Igual de vacío que todo, su departamento no era la excepción. Lo había escogido por ser pequeño, ella no necesitaba tanto espacio y parecía acogedor. Eso había creído; no obstante, cuando ella llegó, pasó a ser un lugar más, igual de vacío que el resto de su vida, asfixiante y sin una chispa de luz.

Se probó el vestido que Mary y Camila habían insistido que luciera. Antes, cuando lo había diseñado, había considerado la idea de dejárselo para sí. Luego, se había hecho innecesario. Ella no los necesitaría más en el mundo gris en que estaba encerrada.

Camila la recogió y alabó lo bien que le quedaba el vestido. Su figura no era la mejor, aunque sin duda ya no estaba tan delgada como hacía unos meses. Aún no olvidaba la cara de Joseph cuando la había mirado...

Se quedó de piedra cuando lo reconoció. No, no y no... Camila no había podido llevarla a la cena de la hermana de Joseph.

Kristen McCallister era de naturaleza amable y caritativa. Cuando la había conocido, Alice esperaba a alguien un tanto caprichosa, sin embargo, se sorprendió por lo que encontró. Kristen siempre había estudiado en el extranjero y hasta el momento que la conoció, solo había escuchado historias. Era hermosa sin duda, y tenía los mismos ojos azules de él. ¡Maldita fuera Camila!

–¡Cómo pudiste! –le gritó a Camila y ella la miró con sorpresa–. ¡Traerme hasta aquí! ¿Qué tal si él está aquí?

–¿De qué hablas? –Camila se giró aterrada en cuanto parqueó el auto.

–Sé a dónde me has traído. Kristen me habló hace unos días, pidiéndome que lo reconsiderara, que yo siempre le acompañaba en sus eventos de caridad. Me negué. ¿No lo entiendes? ¡No quiero ver a Joseph en mi vida! ¡Maldición!

–Deja eso ya –Camila trató de tranquilizarla–. Joseph no estará. ¿Crees que no me aseguré? Él no viene, o si lo hace –Alice la fulminó con la mirada– y si lo hace –insistió Camila– será dentro de unas horas.

–¿Cómo pudiste hacer...? –empezó Alice y cambió la pregunta–. ¿Cómo sabes eso?

–¿Lo de dentro de unas horas? –recalcó y ella asintió–. Porque así ha sido desde hace tres años, Aly. No sé cómo no lo notaste...

Camila tenía razón. Desde aquella noche que Joseph había llegado, cuando ya ella sabía toda la verdad, habían asistido a los eventos de Kristen por apariencias que no sabía bien por qué las mantenía. Ella se repetía por Josh; no obstante, si había algo cierto, era que desde aquel día Joseph no salía de su trabajo temprano por nada. Nada lo alejaba de su trabajo.

–Sí. Bien, que sea pronto –Alice soltó bajándose del auto. De todos modos, habría asistido o Kristen no se lo habría perdonado. No es que importara demasiado, Kristen siempre había sido una gran amiga, aunque no estuviera de acuerdo con sus decisiones...


Aquella tarde había sonado el timbre y ella ya tenía casi todo en cajas y empacado. Abrió con lentitud y Kristen entró con rapidez.

–¿Dejarás a Joseph? –inquirió directamente en un susurro– ¿por qué, Aly? ¡No puedes hacer eso ahora!

–Kristen... –su tono sonaba suplicante– no quiero hablar de eso más. No lo entiendes.

–No Aly, tú eres la que no entiende. Ahora no puedes hacerlo... no así.

–No es algo que esté en discusión –replicó con dureza.

–Te desconozco, Aly –le dio la espalda por un momento y luego regresó– pero trato de entenderte. No imagino lo que estás pasando y no pretendo entenderlo. No podría... solo quería decirte que puedes contar conmigo, Aly. Tú siempre serás mi hermana.

–Gracias, Kristen –se dejó abrazar por su cuñada y las dos sintieron que sus mejillas se llenaban de lágrimas.

Cuando amas a alguienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora