Capítulo 2

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Hacía más de un año, aquel lugar era su pequeño desorden lleno de colores. Telas de diferentes texturas se esparcían por el lugar y ella amaba cada minuto que estaba ahí, diseñando, confeccionando todo, dándole vida a lo que su mente ponía en sueños.

Fue tocando con las yemas de los dedos lo poco que quedaba de ese lugar tan suyo. También estaba prácticamente vacío, como devastado por una tormenta que no había perdonado nada a su paso. Sí, así se sentía ella también.

–Alice, deberías comer algo –escuchó una ligera voz regañona a su espalda. Supo quién era sin siquiera mirar.

–Camila, no tienes cosas que hacer aún, ¿eh? –la miró con ojos burlones–. No me parece que sea un empleo después de todo.

–¡Claro que es un empleo, Aly! –exclamó riendo ligeramente–. Bien, eso creo.

–¡Ja! ¿eso crees? Entonces, no es un empleo.

–Bien, no he venido a discutir de mi empleo señorita "soy mi propia jefe" –utilizó un tono petulante y burlón– ¿me acompañas a comer?

–Esto es sospechoso, lo reitero. Es como si ahora te hubieran empleado para ser mi niñera y asegurarte de alimentarme, como si yo necesitara una...

–¡Como si no la necesitaras! –emitió una carcajada Camila.

Alice se negó a seguir con las bromas y accedió a comer con Camila. Tal parecía, que de unos meses acá, todos se preocupaban por ella. No es que antes no lo hicieran, pero de un tiempo al presente... desde que había firmado los papeles del divorcio.


Joseph se negaba a firmar nada. Él amaba a Alice y no iba a dejarla escapar con su dolor. Ellos debían seguir unidos, aún en esa adversidad. Josh era su hijo... ¿por qué tenía que irse ella también ahora?

Aquel día había sido gris y de una fina llovizna. Su ánimo no era mejor. Él no iba a permitir que nada terminara. Estaba dispuesto a luchar... a dar pelea a la resolución de Alice.

Así había sido... hasta que la había visto. Ella no era la mujer que amaba. Estaba delgada y pálida, sus ojos tenían un vacío profundo y parecía que en cualquier momento fuera a quebrarse si la brisa soplaba demasiado fuerte. Él sintió el impulso de abrazarla tan fuerte y protegerla de la barrera de dolor que parecía envolverla, pero ella estaba demasiado lejana. Era intocable y ahí supo que no era nadie para batallar contra su voluntad. Alice tendría lo que quería... él no podía ver que terminara sus últimas fuerzas en una batalla contra él.

No había opción, él perdía o perdía. Así de simple.

Y aún perdía...



–¿Joseph? –llamó Kristen por el otro lado de la línea– últimamente te pierdes demasiado, ¿sabes?

–Eres un fastidio como de costumbre –murmuró con malhumor Joseph.

–Y tu un amargado, como ya es tu costumbre también. Desde que Aly te dejó...

–¿Necesitas algo, Kristen? –preguntó con impaciencia Joseph– estoy muy ocupado.

–Ay hermanito... solo quería pedirte que vinieras a la cena de caridad de esta noche. Mike y yo la hemos organizado con tanto esmero. ¿Vienes por favor? –pidió con tono meloso que hizo que él pusiera en blanco sus ojos con desencanto.

–Será un momento, Kristen... –advirtió y con tono duro añadió– sin trucos o en ese instante me voy.

–Como si no hubiera quedado claro la última vez –Kristen sintió un escalofrío al recordar la actitud de Joseph.

–Exacto. Entonces esta noche será...

Joseph escuchó la voz de su asistente pidiéndole algunos papeles. Se levantó de su asiento para mirar hacia el exterior, ignorando todo lo que le rodeaba. Si tan solo él supiera que había pasado...


Recordaba con absoluta claridad el dolor de perder a su hijo, a casi dos años de perder a su esposa. Sí, era como si los dos lo hubieran dejado. Tal vez Alice se había quedado durante un tiempo más... pero ya no era ella. Josh había muerto hace un año ya... y Alice... ella lo había dejado hacía tres años. Sí, él sabía que el divorcio era cosa de tiempo, pero justamente en ese instante... ¿por qué?

No lo sabía, pero había unas palabras que él aún recordaba.

Quedas libre de todo –había pronunciado Alice la última vez– lo que una vez existió, no existe más. No quiero saber más de ti.

Él había tratado de explicar. La amaba y no quería ser libre... él era libre con ella, nunca se había sentido atado. Simplemente demasiado feliz, más allá de lo que era razonable. Tenía la vida perfecta, que, si bien no la había planeado así, era mejor de lo que él o alguien más podría haber imaginado.

Hacía tres años, Joseph McCallister tenía la vida de sus sueños. Hacía tres años, él era feliz. Hacía tres años... todo había terminado.

Joseph había realizado un viaje de negocios excepcionalmente largo, al menos en relación a los que hacía normalmente. Dos semanas lejos de su hogar era todo lo que necesitaba para volverse prácticamente loco de tanto extrañar a Alice y a su pequeño Joseph.

Ya imaginaba llegar y encontrar, como de costumbre, esa escena tan familiar. Joseph jugando con el tren que él le había obsequiado, a los pies de Alice que estaría tarareando mientras esbozaba algún nuevo diseño en el papel. Su lápiz parecía volar mientras ella dibujaba con facilidad. Cada trazo era tan natural... tan delicado... tan suyo.

Pero no había sido así. La casa estaba silenciosa, casi como si algo lúgubre se hubiera apoderado del ánimo. Estaba en penumbra y pensó que seguramente había llegado bastante tarde. Las ocho... no era demasiado tarde.

Buscó a Alice en el salón, pero no estaba. Siguió por la cocina y comedor, subió las escaleras hasta la primera habitación. Josh estaba recostado en el regazo de Alice, que leía algo muy bajo. Su pequeño hijo ya estaba adormilado cuando Alice notó su presencia. Joseph le dedicó una ligera sonrisa, estaba muy cansado. Su sonrisa se congeló con la mirada gélida que obtuvo en respuesta.

Ese día... ese día había perdido a su esposa.

Cuando amas a alguienDonde viven las historias. Descúbrelo ahora