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Estuve evadiendo nuestra conversación varios días, después de que una llamada de tu madre me salvara la campana aquella tarde en el cementerio. De igual forma estuve huyendo de Lila, quién pretendía convencerme de esa supuesta conversación que tú y yo nos debíamos.

No sabía a qué te referías con exactitud a que tampoco podías ser solo mi amigo, y aunque la curiosidad era insoportable, por mí bien era mejor no saber.

Sería demasiado para mí sí me hablabas de ser amigos con derechos.

Fue aquella tarde después de mi rutina de ensayos que te hallé a la salida del estudio de ballet. Estuviste sentado sobre la acera de en frente durante todo el rato aguardando por mí, y creo que cuando te vi me sonrojé; comenzando porque iba vestida con mi peor vestuario de ensayo –mi body de manga corta y mi pantalón de nylon–, estaba de mal humor e iba deshaciendo mi moño porque me dolía la cabeza. La semana pasada nos habían anunciado que la obra La Bailarina del Templo sería dentro de unos meses, y en mi preparación para la audición yo estaba fatal. Salía pensando en llegar a casa, darme una ducha y hundirme en la cama, porque tenía que renunciar a las pizzas por un tiempo; en mis rutinas musculares estaba fallando mi elasticidad, y antes de recibir un fuerte regaño de parte del nutricionista deportivo, tenía que volver a rendir el cien por ciento; pero entonces verte ahí me dejó paralizada varios segundos, los que te tomó cruzar la calle y plantarte frente a mí.

—¿Qué... haces aquí? —Fue lo primero que balbuceé, puesto que verte frente a mí, vestido tan... tú, con las manos dentro de los bolsillos delanteros de tu jean, y luciendo una sonrisa y una expresión muy plácida; mi raciocinio quedó en blanco.

—Vine a buscarte. —Respondiste, y recuerdo haber visto un ligero brillito de timidez en tu mirada bonita—. Creo que necesitamos hablar.

Pero yo seguía creyendo que no lo necesitaba, y no puedes culparme; soy una terca cuando se trata de proteger mi estabilidad mental y emocional.

—Ahm, —batallé con mi raciocinio para hallar una excusa, había comenzado a ponerme nerviosa. Nunca me acostumbré a ese efecto que siempre tuviste en mí—, lo siento, Liam, no puedo. Debo...

—Carleigh. —Me interrumpiste, porque me dirigía a una excusa patética y porque estabas aprendiendo a leerme—. Por favor, solo serán cinco minutos.

Y como señalaste la plazoleta, lugar que debía cruzar para seguir el camino a casa, asentí con la cabeza haciéndote creer que cedía. Pero planeé huir en cuánto llegáramos, entonces fui construyendo una excusa un poco más convincente mientras nos acercábamos en sumo silencio.

Era algo como: lo siento, Liam, de verdad tengo que llegar a casa... y no recuerdo qué más seguía. Pero, hey, no puedes culparme. Esto fue hace algunos años ya, hago mi mejor trabajo al recordar todo lo más minucioso que puedo.

Sé que fue de nuevo frente a la fuente, y que cuándo te di mi excusa tú solo sonreíste colocando mi cabello tras la oreja, que después de soltarme el moño de ballet no pude volver a atar debido al dolorcito punzante en mi coronilla.

—¿Por qué me huyes? —Preguntaste, con un matiz dulcificado, y juro que había ternura en tu mirada. Y eso era algo nuevo, en serio.

Los nervios, de nuevo, mezclados con la ansiedad hacían estragos en mi estómago. Y me aferré a la correa de la bolsa deportiva que colgaba sobre mi hombro, mientras soltaba un suspiro y desviaba mi mirada varias veces de ti. Me había decidido a ser sincera, porque ya no podía minimizar mis sentimientos con tal de no sentirme humillada; necesitaba sacarlos, soltarlos y dejarlos ir. Y a ese punto todos lo intuían a la perfección, menos tú.

—No quiero escucharte, —susurré, mi voz sonando martirizada como nunca lo planeé—, tengo la ligera sospecha sobre qué vas a hablarme, y no puedo oírlo.

Había cerrado mis ojos, cabizbaja, porque a final de cuentas sí me sentí avergonzada. Mi corazón latía tan acelerado que percibía los latidos detrás de mis orejas.

—No, Leigh, no puedes saberlo. —Murmuraste, con un dejo de ternura que en mi momento de vergüenza me hizo percibirlo como lástima. Por eso me había alejado de tu tacto cuando intentaste tomar mi mentón y alzar mi rostro hacia ti.

—Mira, sé que lo eché a perder. Sé que dije cosas que quizás no debí haber dicho; porque no era la manera, no era lo correcto, y... no era totalmente cierto. —Entonces vislumbré el desasosiego en tu expresión de ceño fruncido, y me crucé de brazos, protegiéndome—. Sé, también, que es idiota de mi parte pedirte que comencemos de nuevo cuándo aún debo aclararte ciertas cosas, y por eso estoy aquí, detrás de ti. Porque... —y ahí estaba, esa bocanada fuerte de aire, esas manos en tu cintura y esa mirada lejos de mí; así era cuando no sabías decir algo–, porque te mentí, porque... jamás quise que fueras un secreto, porque... —cerraste tus ojos, apretando tus párpados y tus labios; justo como cuándo te costaba decir algo que pensabas no decir—, eres la niña más hermosa de toda la jodida escuela, la que mis ojos no han podido dejar de ver desde que te vi por primera vez y no sabía quién eras ni por qué demonios no te había visto antes. Y porque lo sexual, en parte, solo fue una vil mentira para alejarte de mí, sin saber en ese entonces que no te quería lejos realmente. Te quiero conmigo, y quiero estar contigo, de verdad.

Hiciste de mi mente una maraña de pensamientos dispersos, entonces no supe cómo reaccionar.

Lo que nunca te dije, crush © [PRIMER BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora