VII. Monstruos

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Queen no había corrido tan rápido en toda su vida. Ya no es solo que esta vez el bosque no les esté poniendo impedimentos para llegar a casa, es que parece guiar a la yegua por el camino correcto.

Alba no quiere pararse a pensar en lo que ha hecho posible que pueda atravesar ese bosque sin impedimento alguno. No quiere recordar a Natalia dejando aquel pétalo delicadamente entre sus manos, como si se tratara de un pedacito de su corazón, a sabiendas de que no lo iba a recuperar. No puede dejar que vuelva a su cabeza esa mirada triste y derrotada tras la última caricia de la joven en la mejilla de la princesa. Porque si piensa en ello, aunque sea una milésima de segundo, querrá dar media vuelta y volver al castillo.

Volverá, eso es algo que tiene muy claro desde el momento en que, a lomos de su yegua, ha cruzado la verja del jardín. Volverá, porque Alba no se había sentido nunca tan viva como durante aquellos últimos días. Volverá, porque se ha dado cuenta de que aquella bestia testaruda y malhumorada se ha quedado también con un pedazo de su corazón.

Pero primero debe encontrar a su familia.

Pronto los árboles dejan de retorcerse entre ellos y, a lo lejos, como perdida en el horizonte del camino, ve una pequeña y tintineante lucecita.

Lejos de aminorar la marcha, Alba apremia a Queen para que vaya aún más rápido y, temerariamente, las llama en la distancia.

- ¡Mamá! ¡Marina!

Aquella luz amarillenta, que cada vez está más cerca, de pronto se mueve con brusquedad y, tras unos segundos en los que solo se escuchan los cascos de la yegua contra la tierra del camino, alguien grita su nombre.

- ¿¡Alba!?

Ahora las ve, bañadas por la tenue luz de una vieja lámpara de aceite, dos siluetas a un lado del camino.

¡Por fin!

En cuanto llegan, Queen frena en seco su galope y Alba salta de su lomo cual resorte. Nada más poner los pies en el suelo, sale corriendo hacia Marina, que ha dejado la lámpara en el suelo junto a Rafi, y la espera con los brazos abiertos y una mezcla de sorpresa y alivio en su rostro.

- ¡¿Se puede saber qué hacéis en el bosque a estas horas? -Pregunta la joven, mientras Alba se arrodilla junto a su madre que, todavía en shock y temblando de frío, se aferra a ella como si le fuera la vida.

- ¡¿CÓMO QUE QUÉ HACEMOS?! ¡ÍBAMOS A RESCATARTE! -Grita Marina, que parece indignada ante la tranquilidad de su hermana. - ¡Todo el pueblo cree que mamá está loca porque cuando volvió sola empezó a decir que un monstruo te tenía encerrada en su castillo!

-Mini, baja la voz, por favor. Los lo...

- ¡Han estado días riéndose de ella! -Vuelve a gritarle Marina, sin darle tiempo a Alba de explicar por qué no deberían hacer tanto ruido. -Y cuando por fin parece que hemos convencido a alguien para que nos ayude a buscarte, ¡van y nos dejan tiradas en mitad del bosque! ¡Llevamos horas dando vueltas sin sentido, y de pronto puff! ¡Aparece la hija prodiga montada a caballo, con una capa de terciopelo que no tiene pinta de haber estado en una mazmorra!

-Marina, si te calmas te lo explico, pero antes necesitamos llevar a mamá a casa.

La seguridad con la que Alba dijo aquellas palabras ayudaba a su madre a levantarse del suelo y la guiaba hacia la yegua, hizo que la menor de las hermanas se relajara un poco, aunque se cruzó de brazos todavía enfadada.

- ¿Sabes cómo volver?

-Os he encontrado, ¿no?

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De castillos y princesas encantadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora