En la noche estrellada

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Un carraspeo se oye entre el silencio que reina en el vestíbulo principal del palacio.

-Compañeras y compañeros, -Empieza a decir Sabela, que se encuentra unos cuantos escalones por encima del resto, junto al candelabro y la tetera. -Como bien sabéis, se acerca el vigesimoprimer cumpleaños de su Alteza, y esta podría ser nuestra última oportunidad de romper la maldición antes de la fecha límite. Pasada esa fecha, nosotros pasaremos a ser un puñado de antiguallas sin vida, y la princesa pasaría el resto de sus días con su forma actual.

Julia, que está perdiendo la paciencia, le da un golpecito.

- ¿Quieres dejarte de tanto dramatismo e ir al grano? -Le dice.

-No. Considero que es de suma importancia que todo el mundo entienda lo que nos estamos jugando, Julia. -Tras contestarle, el reloj vuelve a dirigirse a los demás sirvientes. -Bien, como todos sabéis, su Alteza y la señorita Alba han ido acercándose estos últimos días, pero necesitamos que surja la chispa del amor antes de que el hechizo sea irreversible. Para ello...

-Vamos a organizarles una cita romántica. -La interrumpe Julia, finalizando la frase, ya que está viendo que si no aquello iba a ir para largo. -Cenarán, bailarán y, con suerte, se declararán amor eterno bajo la luz de las velas.

La tetera da entonces un saltito hacia delante, pidiendo turno de palabra.

-Nuestro trabajo será conseguir que esta noche sea perfecta. -Dice, -Hay que dejar el castillo como los chorros del oro. Quiero tanto el comedor como el gran salón impolutos. También nos dividiremos en varios equipos para ayudar a su Alteza y a la señorita Alba a preparase antes de la cena. Escuchadme bien, -Dice, antes de hacer una pausa para mirar amenazadoramente al resto de empleados. -Si encuentro a alguien que no ponga el ciento-diez por ciento en que esto salga bien, le rompo las piernas en cuanto vuelva a ser humano, ¿entendido?

- ¿Y yo también puedo ayudar? -Pregunta Marilia, emocionada.

-Tú te vienes conmigo a despertar a los instrumentos que podamos. -Le contesta María mientras baja los dos últimos escalones y se pone a su altura. -Vamos a necesitar música.

+++

Después de comer, Alba ha acabado sacando el cuaderno al jardín para seguir practicando allí. Natalia tenía razón, hacía demasiado buen día como para desperdiciarlo pasando las horas dentro del castillo.

Natalia.

Por fin sabía su nombre. Una incógnita menos que despejar dentro de aquel inmenso pozo de secretos que se ocultaban tras su maldición. Además, ahora también entendía por qué María le había recalcado en tantas ocasiones que su ama no tenía culpa de que no pudiera volver a casa. En realidad, si se paraba a pensarlo fríamente, la culpable de verse en aquella situación era la propia Alba, ya que había sido ella quién le había pedido a su madre las rosas en primer lugar.

Desde que se ha sentado en aquel banco de piedra a dibujar, no ha podido parar de darle vueltas a la conversación de esta mañana. Poco a poco, había conseguido que la princesa le explicara pinceladas de aquella maldición que la condenaba a vivir aislada del mundo, pero Alba no había querido insistir demasiado por miedo a que se cerrara en banda de nuevo. La joven no lo había mencionado en su momento, pero fue muy consciente del pánico que atravesó la cara de la bestia en el momento en que Alba le ofreció la rosa, y no pudo evitar recordar aquella misma flor en los aposentos de la princesa, suspendida en el aire, sin duda debido a la misma magia que hechizaba el resto del castillo. Era evidente que aquella rosa era una parte importante de la maldición, de no ser así, Natalia no habría perdido los estribos aquella noche, cuando la encontró a escasos centímetros de tocarla.

De castillos y princesas encantadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora