VIII. Condenas cumplidas

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La tormenta había empezado en cuanto Alba atravesó los límites del castillo y su figura se perdió en la lejanía del bosque. Desde entonces, el castillo se ha quedado en silencio y lo único que se oye son los truenos resonando en las paredes de piedra.

Uno a uno, los sirvientes han ido subiendo al ala oeste en un intento de hacerle compañía a la princesa, que se ha encerrado en sus aposentos sin ganas de enfrentar miradas de lástima, pero finalmente se han dado por vencidos y se han reunido todos junto a la chimenea.

- ¿Sabemos cuánto tiempo hasta...?

Todos levantan la vista del suelo para mirar a Julia, que ni siquiera se ha atrevido a terminar la pregunta. Saben que no les queda mucho, que el sacrificio de la princesa les ha costado también a ellos gran parte del tiempo que les quedaba, pero ya no pueden hacer más que esperar.

-Para una vez que nos hacía falta que fuera egoísta... –Comenta de nuevo el candelabro. –Ojalá Alba nunca hubiera aparecido en nuestras vidas. Era mejor vivir sin esperanzas.

- Vale que las cosas no han salido como esperábamos, -Interviene María, viendo que los ánimos están cada vez más apagados, -Y, tal vez, mañana a estas horas no seamos más que trastos sin vida... Pero no cambiaría por nada estos últimos días. Alba nos ha devuelto a nuestra princesa, a la chiquilla que se escapaba con nosotros al lago, la que se escondía en la cocina para comer con los sirvientes, esa Natalia que desapareció cuando el imbécil de su tío la corrompió con ideas de grandeza siendo solo una cría. Lo que más rabia me da es saber que se volverá a quedar sola.

-Tal vez la muchacha vuelva, -Comenta Sabela. –Cuando solucione lo de su familia, quiero decir. La conexión que hay entre ellas es demasiado real. Aunque ya no pueda romper la maldición, volverá.

-No, Sabela, no lo hará. -La corrige María. – ¿Es que lo habéis olvidado? En cuanto caiga el último pétalo, la maldición quedará sellada para siempre y el castillo, y todos los que lo habitamos en él, no seremos más que una fantasía del pasado. Si Alba no ha vuelto antes de que eso ocurra, ni siquiera recordará que...

La tetera se ve interrumpida de repente, cuando Marta entra corriendo a la sala más nerviosa de lo habitual.

-¡Corred! ¡Venid! –Les apremia. -¡Se ve gente en el camino!

Extrañados ante aquella noticia, todos los objetos que estaban junto a la chimenea, además de los pocos que quedaban repartidos por el palacio a lo que el plumero había alertado con sus gritos, han ido corriendo hacia la terraza más próxima, desde donde tienen una vista perfecta de la línea del bosque.

A pesar de la lluvia y de la oscuridad que acompañaba a la tormenta en la que estaban sumidos los alrededores del castillo, a lo lejos, entre las siluetas de los árboles, se podían divisar montones de luces en movimiento.

-Antorchas... -Murmura María.

-¿Creéis que puede ser Alba? –Pregunta Marta.

Pero la respuesta llega en forma de una horda de gente saliendo del bosque, iluminados tan solo por los relámpagos y las antorchas, armados hasta los dientes con horcas y hachas, y con el odio en sus caras por bandera. Definitivamente, no iba a ser una visita cordial.

-Julia, ves corriendo a avisar a su Alteza de que tenemos intrusos, -Ordena la tetera, mientras indica al resto que entren de nuevo. –Los demás, quiero que os preparéis para defender este castillo hasta vuestro último aliento. ¡Y que alguien me busque a Marilia!

+++

Alba deshacía el camino de la noche anterior todo lo rápido que las patas de Queen le permitían, pero tenía la sensación de que no iba lo suficientemente deprisa.

De castillos y princesas encantadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora