I. Más allá del oscuro bosque

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Apoyada en la fría pared de aquella celda, Alba podría decir que está viviendo la situación más surrealista de toda su existencia y aun así no le haría justicia, porque la escena que se está desarrollando frente a ella no tiene descripción alguna.

Y es que no todos los días puede una ver a un reloj antiguo y un candelabro pelearse como si de un matrimonio humano se tratara.

-¡Mira lo que has conseguido! ¡Tendríamos que haberla echado en cuanto ha entrado por la puerta! –Le reclamaba el reloj al candelabro – ¡Ahora el ama va a estar de mal humor durante días!

-Y yo que pensaba que ese era su estado habitual... -masculla el otro objeto. –Vamos Sabela, ¡es nuestra oportunidad! ¿No lo ves? ¡Podría ser ella!

-¿Crees que no lo sé? Pero no podemos...

-Perdonad... -interrumpe Alba, que se ha levantado de la esquina de la celda donde se había refugiado y se ha acercado con cautela, y mucha curiosidad, a los objetos parlantes, -Este castillo... -prosigue con cautela, mientras se arrodilla para ponerse más a su altura, -¿está encantado?

Tanto reloj como candelabro se giran hacia ella con expresión de sorpresa.

-¿Encantado? Prfff... –Pregunta el reloj nerviosamente, -¿De dónde saca que el castillo esté encantado? –Entonces se gira de nuevo hacia el candelabro, apuntándole acusatoriamente –Se lo has dicho tú, ¿verdad?

-Lo he deducido yo solita. –Contesta Alba, divertida ante la situación.

El reloj suspira profundamente.

-En fin, ya no podemos hacer nada –dice el objeto, dándose por vencido –Será mejor que nos vayamos a descansar. Está siendo un día muy largo.

Ambos objetos empiezan a andar hacia el pasillo y Alba se levanta con intención de seguirlos, pero entonces recuerda que está allí en condición de prisionera, y eso complica las cosas.

El candelabro, al notar que no caminaba tras ellos, se gira extrañado.

-¿Señorita?

-Yo... no puedo...

-¡Oh! Si es por lo que ha dicho el ama, no debe preocuparse. Es de mucho ladrar...

-Julia... -le advierte el reloj antes de que pueda continuar.

Así que Julia y Sabela –piensa Alba­. Definitivamente encantado.

-Sabes tan bien como yo que si hubiera querido que se quedara en la celda, ella misma habría cerrado la puerta con llave –contesta el candelabro –La señorita es nuestra huésped y como tal, debe dormir en uno de nuestros mejores aposentos.

-Esto acabará en tragedia.

-Tonterías –contesta el candelabro, que se gira hacia Alba para indicarle el camino -¿Señorita? Detrás de usted.

La rubia da dos pasos hacia el pasillo del torreón, no sin antes girarse una vez más hacia el interior de aquella celda donde, por un momento, pensó que iba a pasar el resto de su vida.

¿Cómo había llegado a meterse en semejante situación?

+++

Recapitulemos...

Definitivamente, la vida rural no estaba hecha para ella.

Llevaban casi un año viviendo en aquella aldea perdida en mitad de la nada, cuidando ovejas y cuatro gallinas que les había dejado su abuelo, y que su madre había recibido con los brazos abiertos. Tras la muerte de Miguel Ángel, la familia había empezado a pasar algún que otro apuro en la gran ciudad, así que Rafi había aceptado hacerse cargo por fin de la granja familiar, alegando que la vida tranquila del campo les haría bien.

De castillos y princesas encantadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora