V. Por una mirada, un mundo.

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Hace ya rato que Alba ha desistido en su intento de plasmar las tres manzanas y el cuenco roto que tiene en una mesita frente a ella. Concretamente, ha desistido en el momento en el que la bestia se ha sentado en el suelo junto a uno de los ventanales y se ha puesto a leer tranquilamente.

Ha pasado ya casi una semana desde que su anfitriona le había regalado la oportunidad de disfrutar de aquel precioso estudio para lo que quisiera y, desde entonces, ambas habían adoptado una rutina en la que podían pasarse horas en silencio en aquel lugar, tan solo disfrutando de la presencia de la otra y la calma que producía estar entre aquellas paredes dedicadas al arte.

Como ahora dispone de todos los materiales que cualquier artista pueda soñar, Alba aprovecha toda oportunidad que tiene para probar técnicas que en otras circunstancias no habría tenido a su alcance, en este caso un lienzo y óleos para plasmar esas tres manzanas que había encontrado por la cocina. Pero en cuanto la dueña del castillo ha entrado por la puerta, ha tardado tan solo un par de minutos en abandonar el cuadro y, disimuladamente, coger papel y carboncillo para empezar un dibujo nuevo.

Llevan así un buen rato, y prácticamente no ha podido desviar la mirada de su figura recortada a contraluz junto a la ventana. Tan solo de vez en cuando sus ojos vuelven al papel para comprobar que los trazos están quedando como deberían.

Mientras intenta reflejar los contrastes de la luz con tan solo aquel trozo negro de carbón, Alba no puede evitar que su mente divague y le dé vueltas a los miles de preguntas que todavía esperan respuesta. ¿Quién era aquella bestia que vivía aislada del mundo, en un castillo encantado lleno de objetos parlantes? ¿Por qué no podía cruzar el bosque? ¿Cómo era posible que nadie conociera la existencia de aquel lugar?

Alba ve como, con toda la delicadeza que su gran zarpa le permite, la bestia pasa una hoja del libro, y entonces una nueva duda la asalta.

Ni siquiera sé su nombre.

-¿Te apetece dar un paseo por el jardín? –Pregunta inesperadamente su anfitriona. La joven, que ve como cierra el libro y se levanta lentamente del suelo para dirigirse hacia ella, se da prisa en ocultar el dibujo que estaba haciendo para volver a coger el pincel. –Hace demasiado buen tiempo como para estar encerradas en el castillo. ¿A no ser que quieras seguir pintando?

-No, no..., un paseo me parece bien.

A su mente le vendrá bien un poco de aire fresco.

+++

Llevaba días pensando en cómo abordar el tema.

Intentar explicarle a Alba parte de la maldición, sin llegar a contárselo todo, iba a ser complicado. No es que no quiera que la joven conozca toda la historia, pese al miedo terrible que tiene a que su opinión de ella cambie por completo, es que no se puede permitir que nada influya en las decisiones que Alba pueda tomar en el futuro, ya sea para bien o para mal.

A medida que avanzan en silencio por el jardín, le da por fijarse en los detalles que, poco a poco, han resurgido tras desaparecer la nieve. Hacía tanto que no disfrutaba de aquel lugar bajo los rayos del sol, que casi había olvidado lo espléndido que había llegado a ser.

Su mirada se desvía hacia Alba, que se ha agachado a contemplar las flores que han empezado a crecer junto a la fuente, y el corazón se le llena de algo parecido a esperanza. No hay duda de que ha sido aquella muchacha valiente y testaruda, que a veces parece brillar más que el mismísimo sol, quien ha ahuyentado por fin el invierno en el que llevaba años sumida.

Caminan unos minutos más y por fin llegan al lugar que la bestia tenía en mente desde el principio; las rosas a la entrada del castillo.

Ahora que no hay nieve, el rosal ha quedado al descubierto en su totalidad y a simple vista se pueden apreciar los carnosos pétalos rojos de sus flores. Cualquiera que no conociera el oscuro secreto que escondían aquellas rosas, se sentiría irremediablemente atraído por ellas.

De castillos y princesas encantadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora