Introducción.

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El llanto de una bebé fue escuchado por todo el pueblo, la niña gritaba con esmero, anunciado su llegada al despiadado mundo que la esperaba con ansias

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El llanto de una bebé fue escuchado por todo el pueblo, la niña gritaba con esmero, anunciado su llegada al despiadado mundo que la esperaba con ansias.

Él la tomó en brazos, la niña tenía un rostro angelical, tan dulce, que empalagó a su padre.

Su madre estiró sus brazos indicándole a su esposo, que quería cargarla. Cuidadosamente, él se la entregó.

Ella sostuvo su mano y no pudo evitar sonreír ante la ternura que le causaban los pequeños dedos de su primogénita.

—¿Kakoye imya ty dash'? —preguntó la anciana que asistió el parto. «¿Qué nombre le darás?».

La mujer de cabellos castaños rojizos sonrió sin decir nada más y miró a su esposo esperando a que él contestara y decidiera. Ella aún no comprendía muy bien el idioma, solo sabía algunas pocas palabras.

—Ne budet imet' —respondió con su voz grave. «No tendrá».

Cristine asintió conforme. Para ellos, desde tiempos inmemoriables, era muy importante el nombre de los bebés.

Es por eso, que su hija no tendría nombre hasta que comience a crecer y a desarrollar su personalidad. Después de todo, el nombre era asignado basándose en ello, en el comportamiento del niño o niña en cuestión.

En Rusia, ocho de cada diez niños no poseían nombres hasta después de los cinco años, que era cuando su personalidad comenzaba a desarrollarse.

Era una costumbre desde inluso mucho antes del año mil ochocientos desinueve, el año actual, y todos estaban seguros de que esa costumbre perduraría muchos años más.

Sin mucho más para decir, la anciana se marchó y Cristine acarició el rostro de su esposo.

Sacha cerró sus ojos disfrutando de las caricias de su compañera. Él amaba profundamente a esa británica de ojos azules.

—No veo la hora de ponerle un nombre... —murmuró Cristine besando la frente de su hija —... ¿cómo crees que será?

—No lo sé, amor mío —contestó sincero, en su voz se notaba un poco de su idioma natal—. Sea lo que sea, será precioso.

Las semanas pasaban y Cristine no podía despegarse de su adorada hija. La cargaba en brazos todo el tiempo meciéndola lentamente al compás de la melodía de su canción de cuna, que inmediatamente, se oía por toda la estancia.

Le gustaba pasearse por los pasillos con su hija, le cantaba, le contaba historias magníficas.

—Mamá Cristine, ¿esa es tu bebé? —preguntó un niño.

—¿Podemos verlo, mamá Cristine? —preguntó una niña.

La británica sonrió y se agachó a la altura de los niños. Destapó suavemente el rostro de la bebé y se las enseñó.

—¡Es preciosa! —exclamaron ambos.

—¿Cristine? —preguntó un hombre mientras se acercaba junto a Sacha.

—¡Dimitri! —gritaron los niños con felicidad.

Ambos se hacercaron a él y lo abrazaron. Antes de que pudieran decir algo, Sacha les pidió que se marcharan a jugar.

Era un tanto difícil hablar por los pasillos, puesto que, estaba repleto de niños y todos adoraban las visitas, en especial si se trataba de Dimitri.

La mansión Petrov funcionaba como un hogar para niños en situación de calle. Cristine había sido el alma bondadosa de la idea, ella no podía tener hijos. O eso creía, hasta que tuvo a su pequeña, un verdadero milagro.

Los niños la amaban y de cariño le decían mamá. Habían por lo menos, veinte niños de todas las edades.

—Dimitri ha viajado desde su manada solo para conocer a la niña —informó Sacha.

Cristine sonrió, siempre sonreía. Irradiaba felicidad por cada poro de su piel.

—De parte de mi padre —aclaró de inmediato.

—¡Mamá Cristine! —gritó un niño— ¡Milenka se ha caído!

Sacha frunció el ceño y siguió al niño—Sostenla Dimitri, ya vuelvo —dijo aproximando a la niña.

—¿Qué? —preguntó alejándose—. No, yo no sé cargar a un bebé.

Cristine se rió de él—Siempre hay una primera vez, querido —animó—. Sostén con cuidado su cabeza, es muy frágil —explicó dejándole cuidadosamente a la niña sobre sus fornidos brazos.

Sin darle tiempo a que dijera algo, se marchó siguiendo el mismo camino por donde se había ido su esposo.

Dimitri mordió el interior de sus mejillas. Estaba nervioso y no sabía porqué.

Miró a la niña que tenía sus ojos abiertos de par en par mirándolo con el ceño fruncido. Era la primera vez que la niña abría sus ojos.

Por un momento, se perdió en su mirada azul. Tensó cada músculo de su cuerpo al sentir un aroma lábil, una fragancia a orquídeas que lo atontó por unos instantes. Miró en varias direcciones y se dio cuenta, de que estaban solos.

Los rayos del sol se filtraban a través de las cortinas blancas y acariciaban el rostro pálido de la niña.

—Será dificil, niña... —murmuró depositando un casto beso sobre su pequeña cabeza.

La bebé hizo pequeñas muecas que se entendían como sonrisas.

La suave piel bajo sus labios le causó un hormigueo agradable.

Sin quererlo, se encontraba perdido en ese mar azul que ella tenía por ojos.

Sin quererlo, se encontraba perdido en ese mar azul que ella tenía por ojos

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𝐋𝐔𝐍𝐀 𝐀𝐙𝐔𝐋 [𝐋𝟐]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora