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DIMITRI LASAREV

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DIMITRI LASAREV.

Habían pasado tres días. Tres días desde que Jezabel ya no estaba junto a mi, o mejor dicho, que yo no estaba junto a ella. Porque así era, siempre fui detrás de aquella pelirroja.

Podía sentir un fuerte dolor en el pecho, eran punzadas agudas que me sacudían el cuerpo al igual que cuando lloraba, como ahora, que me encontraba de rodillas frente a su cuerpo.

Yacía tan plácidamente sobre aquella mesa de piedra.

Sentía mis lágrimas arder, pero no las apartaba, sentía que debía sufrir aún más.

Me lo merezco, me merezco más dolor aún.

Suspiré sacando de mi bolsillo la pequeña caja de terciopelo—Te fuiste antes de que pudiera dártelo... —susurré.

—No lo entiendo —dijo ella, con su fría voz. Hasta en eso eran idénticas—. ¿Por qué te sigues dañando de esta manera? —preguntó.

Estaba tiesa a un lado de mi, entrelazando sus dedos por detrás de su espalda y con la mirada fija en el pálido cuerpo sin vida de su madre.

—Mazikeen, el día que sientas lo poderoso que es el lazo, lo entenderás —respondí.

Ella meneó la cabeza y se marchó, sabía que era paciente conmigo. Tenía mucho que decirme y lo veía en sus ojos pero se quedaba en silencio, a la espera de mi compostura.

Dejé la caja de terciopelo a un lado junto con el ramo de flores que le había llevado y me coloqué de pie, sacudiendo mis pantalones de vestir. Miré una vez más todas las flores y velas que se encontraban en el altar, el pueblo lobuno realmente la adoraba y es que, gracias a ella, logramos tener una posición en la cima por sobre cualquier otro ser.

Eliminé expresión alguna de mi rostro y doblé los puños de mi camisa hasta la altura de mis codos, necesitaba explicaciones.

Fui guiado por Mazikeen a través del bosque, si no confiara en ella, podría decir que me llevaba directo a una trampa. Se detuvo frente a unos árboles, fruncí el entrecejo sin entender hasta que la vi desaparecer entre ellos. Parpadeé sorprendido.

—Que, ¿no vienes? —preguntó con diversión. Recordaba ese brillo, ya lo había visto antes en Jezabel.

La seguí mientras miraba con detenimiento, seguramente aquello era obra de Raymond. Era el único que poseía tanta magia.

Atravesamos lo que pareció ser una especie de ilusión, detrás de aquellos árboles, se encontraba una pequeña cabaña.

Igual a la casa del árbol.

Metí mis manos dentro de los bolsillos del pantalón mientras miraba cada detalle. La cabaña estaba cubierta de plantas, tenía un porche y al entrar sonreí. Igual de lujosa que su madre.

—¿Has vivido aquí todo este tiempo? —pregunté tomando asiento en un sillón individual.

Ella se sentó a un lado, cruzó sus manos por sobre sus piernas y las apretó, estaba nerviosa—No, pero vine en cuanto mamá supo que debía volver y quedarse.

Apoyé mis codos sobre mis rodillas y sostuve mi cabeza entre mis manos. No me sentía listo para oír su historia pero quería hacerlo—Quiero saberlo todo —demandé mirándola fijo. El brillo azulino de sus ojos me tenía embelesado, sin dudas eran un par de perlas perfectas del color del océano.

Torció sus labios y dejó escapar un suspiro—Soy la única hija de Jezabel, por aquel entonces, mamá debió mantenerme oculta porque no quería que me usaran en su contra —comenzó a relatar—. Le pidió a Raymond que ocultara nuestros aromas para que nadie sospechara, mamá se la pasaba encerrada en una habitación y Bernabett se encargaba de cumplir las órdenes de ella —se tocó la frente con frustración—. Ya sabía que ella moriría, cuando comencé a crecer, me lo explicó todo, incluso la maldición que la atormentaba.

Apreté mis puños, aún recordaba como me pidió que acabara con su vida. Se removió en el asiento y me miró fijamente.

—¿Qué? —pregunté. Me sentía inquieto bajo su mirada.

—Eres mi padre, ¿cierto? —preguntó, sonreí. La posibilidad de que Taric fuera su padre era aún mayor que la mía—. Mamá me dijo que buscara a Dimitri Lasarev —los bellos de mi cuello se erizaron—, y debes ser tú porque Raymond dijo que....

—¿Qué? —la interrumpí. Había comenzado a hablar rápido.

La miré fijamente, prestando atención a cada detalle de su rostro.

¿Cómo no lo noté antes?

Miré sus ojos, era lo único idéntico a Jezabel a demás del caracter. Su cabello era del mismo color que el mío y le caía por sobre los hombros con pequeñas ondas, sus labios e incluso su nariz eran como la mía.

Mis ojos se llenaron de lágrimas, era ella.

Era mi hija.

Me levanté de mi asiento y ella me imitó, me acerqué lentamente y acaricié su mejilla suavemente al mismo tiempo que ella cerraba sus ojos. Una lágrima cayó de su ojo derecho y la aparté para luego depositar un suave beso en su frente.

Ella se aferró a mi camisa y comenzó a sollozar—He querido saber de ti hace tanto tiempo... —murmuró contra mi pecho, la estreché entre mis brazos y me permití llorar junto a ella.

—Lo siento, Mazikeen —dije—. Si tan solo hubiera ido detrás de tu madre aquella vez... —la recordé.

Jezabel se veía tan vacía, manchada con la sangre de sus padres de pies a cabeza.

—Papá... —murmuró apartándose un poco, aquellos ojos azules se oscurecieron—... mamá podía controlar a Raymond, él le ha quitado el amuleto cuando la dejaste en sus brazos —comentó—. Mamá me ha dicho, que para lograr ponerle fin a la maldición, también debemos acabar con Raymond. De lo contrario....

—Su muerte habrá sido en vano —la interrumpí sintiendo enojo.

Ella asintió dándome la razón—Tengo una idea de dónde puede estar, pero nos tomará días llegar hasta allí.

—No importa, iremos y lo mataré con mis propias manos si es necesario.

Y dicho aquello, la abracé con mayor fuerza. Sentía una felicidad descomunal al saber que era hija mía, única hija.

Oh amada mía, es el secreto más hermoso.

Juro que la cuidaré, con mi vida que lo haré.

Juro que la cuidaré, con mi vida que lo haré

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𝐋𝐔𝐍𝐀 𝐀𝐙𝐔𝐋 [𝐋𝟐]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora