Capítulo 11

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Su cabeza estaba a punto de explotar, aún seguía sin comprender cómo es que él la había encontrado. Después de tantos años sin verse nunca pensó seguir sintiendo aquello que sentía por él, que la hiciera temblar con solo mostrarle su sonrisa o respirar cerca de ella.
Estaba tan o más guapo de lo que recordaba, con la misma picardía y descaro que la hizo enamorarse de él. Ese amor que creó a una hermosa niña que hoy estaba lejos de ella, un amor que él le estaba profesando, confesando después de tanto tiempo y justo cuando su vida no tenía salvación.

¿Qué debía hacer? ¿Aceptar aquella propuesta de Scott de buscar una segunda opinión e intentar estar juntos? O terminar sus días lejos de las dos únicas personas que tenía en el mundo, esperando inevitablemente su muerte.

Y ahí estaba él convenciéndola con besos, caricias y palabras que le llegaban al alma, que lograban estremecerla, haciéndola vibrar nuevamente, suspirar y sentirse plena.

¿Cómo era que Scott Aldridge todavía tenía el poder de poner su mundo de cabeza? ¿Por qué con su sonrisa y sus ojos chispeantes siempre lograba convencerla? ¿Por qué sus ojos tenían que ser como un libro abierto que le gritaban con todas sus fuerzas que lo que le decía era real?

— ¿Por qué me amas a mi? Soy un caso perdido y tú mereces ser feliz... nuestra hija merece ser feliz — preguntó separándose por unos segundos de sus labios.

— ¿Para que voy a querer a otra persona? Si mi corazón lleva perteneciéndote a ti desde hace más de seis años. Cuando te vi en el hospital supe que no necesitaba a nadie más.

— ¿Por qué yo? — cuestionó nuevamente.

— La verdad es que nadie se había encargado de amarme y enseñarme a amar como tú ese es el por qué.

Suspiró, tembló y con todo el miedo del mundo se lanzó a sus brazos.

¿Qué podía perder?

Lo que le ofrecía Scott quizás era un último intento desesperado por aferrarse a la vida, por ser feliz, por tener una familia, por seguir con sus sueños.

— ¿Y qué haremos con Sophia? No quiero ilusionarla en vano, yo no me lo perdonaría — le dolía de solo pensar que le partiría el corazón a su pequeña nuevamente.

— Está en unas vacaciones cortas con Andrew y su familia, regresarán hasta la otra semana... Haré que el mejor médico de Londres te vea mañana mismo si es necesario amor — su gran mano acaricio su mejilla, rozando su nariz contra la suya inhalado su aroma, perdiéndose en sus caricias — déjame hacerte el amor aunque sea la última vez... — pidió con aquellos ojos azules que le calaban hasta el alma — si decides quedarte aquí, incluso si al final no podemos estar juntos por lo menos regalémonos esto porque yo agradezco cada día que hayas formado parte de mi vida.

— Podría decirte millones de cosas... pero si me miras a los ojos ya deberías saber la respuesta — susurró sobre esos carnosos labios que la atraían como un imán — Hazme el amor— susurró en su oído.

Le tomó la cara entre sus grandes manos y hace que lo vea a los ojos.

— Amor no sabes cuánto te he extrañado — confesó — mi vida ha estado tan vacía sin ti y sin Sophia.

— Yo también extrañaba esto que teníamos cari — se fundieron en un largo y apasionado beso, uno que le hacía sentir que sus piernas están hechas de gelatina. La tomó entre sus brazos para llevarla escaleras arriba hasta la cama donde la depositó suavemente y sin perder tiempo alguno volvieron a unir sus labios otra vez.

Sus besos lograban encender cada célula de su ser poco a poco, las caricias que él le propinaba a su piel hacían que se sintiera en el mismo cielo. Scott se encargó de que no quedara ni un solo centímetro de su cuerpo descuidado y mimado por él, bajando sus besos húmedos por la tierna piel de su cuello perdiéndose rápidamente hasta el valle de sus pechos.

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