Cap 6. Comenzando la pesadilla

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Golpes.

Escucho unos golpes extraños que resuenan en mi cabeza como campanas, ondas extrañas que giran y me destrozan, golpes insistentes que no se van por mucho que les grito con mis pulmones exhaustos y mi garganta destrozada intentando sin éxito que entiendan lo cansado que estoy y lo mucho que me está costando mantener mi cordura. Quiero que me dejen aquí, que me dejen en la oscuridad en la que se ha convertido mi vida y no me vuelvan a sacar a aquella hiriente luz que devorará hasta el último resquicio de mi alma, porque a veces la vida es mucho más difícil que la muerte.

No estoy muerto, solo me gustaría estarlo. Si estuviera muerto no tendría que participar en aquellos malditos juegos que me han condenado; no me vería obligado a matar, y a ver sin poder hacer nada para evitarlo, como son asesinados mis compatriotas solo porque algún loco que ostenta el poder dice que esto debe ser así, que es así como debemos pagar por los errores de las personas que jamás conocimos. Lo odio tanto, los odio tanto que no estoy seguro de que sea algo realmente sano, en mi mente se repiten una y otra vez las palabas de alguien querido que debe ser olvidado; el nombre de un chico de ojos color miel que me recuerda una y otra vez que debo seguir siendo yo, que no deje que los malditos gobernantes del Capitolio envenenen mi alma hasta convertirla en algo irreconocible.

Lo haría, de verdad que lo haría, seguiría tu consejo, pequeño Nathaniel, si tan solo fuera solo yo el condenado a enfrentarse a esta masacre, a este genocidio infantil en el que niños son obligados a convertirse en asesinos. Con gusto entregaría mi vida y mi sangre para su satisfacción si no fuera por Amelya, la dulce chica que tú estabas esperando, si… y también porque le hice una promesa a una extraña niña, la hija de tus padres; la única que heredó aquellos ojos verdes que, aunque no se parecen a los míos, de alguna forma puedo verme reflejado en ellos.

Los golpes siguen y por alguna razón que no entiendo, despierto. Creí que esa parte del día ya me la había saltado, creía ya haber despertado hace rato pero al parecer volví a quedarme dormido entre los recuerdos de un hogar que me reclama; siento como mi pulso poco a poco vuelve a la normalidad al darme cuenta de que todavía no me encuentro en los juegos. Por un horrible momento temí una nueva estrategia de los Vigilantes, sedando a los participantes para que poco a poco se fueran despertando según su resistencia y su fortaleza, dejando a los débiles en una desventaja aún mayor; como si necesitaran que las probabilidades se alejaran aún más de ellos.

Suspiro y me levanto, quitándome la playera empapada de sudor que se ha pegado a mi espalda; camino lentamente hasta la puerta y la abro con un quejido y una muestra significativa de molestia en mi voz.

-¿Por qué molestan?, estaba durmiendo.

Levanto los ojos esperando ver a un ayudante del capitolio o a Tledius cuando, sorprendentemente, son unos dulces ojos del color delas avellanas los que me reciben. Es Amelya y, al principio, se muestra sonriente hasta que se da cuenta de mi situación y puedo ver como la sorpresa tinta sus adorables rasgos, coloreando sus mejillas del color de las rosas que plantaba mi madre en casa y sus pequeños labios se curvan en un gesto de aparente molestia.

 -Finnick, Tledius nos llama, estamos a punto de entrar en el capitolio y quiere que estemos allí cuando eso suceda

Me lanza otra mirada mesurada y, volteándose a la vez que su cabello castaño me golpea la mejilla se aleja gritando

-Y más te vale que te vistas, se supone que debes dar una buena impresión.

No puedo evitarlo, me echo a reír mientras la veo desaparecer entre los vagones del tren y me encierro nuevamente en mi habitación tratando de respirar entre risa y risa. Ahora entiendo porque le gustaba tanto a Nathaniel, es tan estirada que hasta a mí me cuesta no sentir un ramalazo de ternura al recordar como sus mejillas se sonrojaron por mi leve desnudez, tintando de un adorable color aquello que en un principio estaba tan pálido como la cal que usamos para mantener secas nuestras viviendas. Suspiro entre risas y me pregunto si tal vez las cosas no sean tan malas para nosotros después de todo, puesto que si al final puedo hacer que ella se incomode solo mostrándole mi torso desudo bueno, las cosas no pueden estar tan terribles como en un principio había pensado.

Solo un juego masDonde viven las historias. Descúbrelo ahora