Como le gustaba su largo cabello rubio ceniza. Siempre lo llevaba perfecto.
Aun que, en secreto, amaba los días en los que se lo dejaba enredado. Entonces, ella no paraba de tocarselo con las manos, tratando de ponerle un poco de orden.
Que ganas tenía él de mirarla a los ojos y gritarle lo guapa que era, peinada y sin peinar, con un elegante vestido y con una camisa a cuadros. Seguramente estaría preciosa recién levantada.
Pero él solo se sentaba y esperaba.
Esperaba a que, algún día, ella supiera ver en sus ojos la verdad.