Se llamaba Gabriel. O eso decía la etiqueta de su libro.
Siempre el mismo, pero nunca lo leía.
Prefería observar a la gente. Sus actos. Sus emociones. Incluso su manera de vestir.
Un día le pareció que la estaba mirando a ella. Pero, seamos realistas, ¿Qué había en ella que pudiera interesarle a Gabriel?
Nada. Absolutamente nada.
Pero él la miraba todos los días.