Inmortales

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Inmortales

Daniel está sentado en la parte trasera de una camioneta de lujo. Es apenas un chico de 16 años, pero ya posee experiencia asesinando gente. Siempre se pone un poco nervioso antes de una escaramuza. Esta vez, la emboscada va dirigida a un convoy militar a las afueras del pueblo de donde es originario. Se acomoda en su asiento, abrazando su fusil M16A1 cuando Erasmo, el conductor de la pick up, lo mira por el espejo retrovisor y le dice:

- Sin miedo, cabrón.

- Tengo más huevos que tú, pinche Erasmo – contesta Daniel casi inmediatamente.

Mientras esperan a que el convoy militar aparezca, lo asaltan recuerdos de cómo fue que llegó hasta ese preciso momento.

Nació en una ranchería a orillas del pueblo. Su padre los abandonó cuando el tenía 6 años y siendo el hijo mayor, tuvo que hacerse cargo de los gastos de la casa. De la escuela ni se hablaba, su madre fue quien le enseñó a leer y escribir de forma precaria. Su andanza laboral comenzó tratando de sembrar en las pocas parcelas que tenía en su casa, pero apenas y cosechaban los suficiente para comer, así que debía olvidarse de vender lo cosechado y conseguir unas monedas.

Su primer acercamiento al mundo delictivo del narcotráfico se dio de manera fortuita, a la edad de 13 años. A su ranchería llegó un convoy de camionetas de lujo. De ese convoy descendió un hombre de mediana edad, ataviado con la vestimenta típica de un capo de la droga: Pantalón de mezclilla, botas vaqueras de piel exótica de algún animal que Daniel no supo reconocer, una camisa de colores chillones con alacranes estampados y remataba el atuendo con un sombrero vaquero y gafas de sol. El motivo de la visita era obsequiar algunas cosas a los residentes, principalmente comida y algún electrodoméstico, aprovechando que los residentes de aquellos lugares desolados, solían tener tomas de electricidad clandestina. Pero no hay buenas acciones que escondan un motivo ulterior y esa no era la excepción. Aquel hombre de mediana edad y atuendo singular, en realidad quería sembrar estupefacientes en aquellas parcelas.

La madre de Daniel le ordenó a todos sus hijos salir mientras hablaba con el narcotraficante y su comitiva. Agradeció y acepto de buena gana los obsequios pero dejó bastante claro que ella ni ella ni sus hijos querían formar parte de esa vorágine sangrienta que representa el narcotráfico. Discutieron bastante tiempo y aquel hombre se dio por vencido, diciendo que podían quedarse con los obsequios, pero que la mujer pensara en la oferta de arrendarles las parcelas.

Cuando la comitiva se retiró, Daniel y sus hermanos ingresaron nuevamente a la casa. Entre los obsequios venía un radio que a Daniel le encantaba escuchar. Un amigo le facilitó un CD de música vernácula, específicamente, narco corridos, aquellas canciones que suelen exaltar los lujos, la valentía, las infidelidades, incluso, hasta la suerte que tienen esos personajes, famosos en todo el país y que mucha gente idolatra.

Exactamente dos semanas después de aquella visita. Daniel se puso en marcha hacia el pueblo, decidido a buscar a aquel hombre que los había visitado, mintiendo a su madre que iba a buscar algún trabajo o intentar obtener algunas monedas. Preguntando a los habitantes, obtuvo santo y seña del bar donde se encontraban aquellos hombres. Una vez hubo llegado, esperó pacientemente a que salieran. Un par de horas después, los hombres salieron del bar, ligeramente alcoholizados. Daniel se acercó a uno de ellos, que parecía ser guardaespaldas o algo por el estilo.

- ¿Puedo hablar con el don un momento?.

- Lárgate de aquí, mocoso – increpó el que parecía guardaespaldas, llevando su mano hacia la pistola Colt M1911 calibre 45.

Al oír el alboroto, el hombre volteo y observó a Daniel. Ordenó al guardaespaldas no desenfundar y permitió al chico acercarse.

- Tú eres el hijo de Doña María ¿verdad?.

- Si señor. Y vengo a pedirle trabajo.

- Niño ¿sabes quienes somos y qué es lo que hacemos?.

- Si, señor, sé que ustedes le venden drogas a los gringos.

- Tienes huevos niño – aquel hombre rió – Pero quiero comprobarlo, a ver si es cierto. Ven mañana al camino de tierra que lleva a la sierra a las 10 de la mañana.

- Solo quiero pedir una cosa antes señor – dijo Daniel – Las tierras de mi madre no se van a usar para sembrar.

El hombre lo pensó unos instantes y accedió.

- Te vienes con ropa cómoda, cabrón. Vamos a estar en la sierra un mes. Y dile a tu madre, que vas a trabajar con un pariente de Don Jacinto, que vas a estar fuera de la casa un mes, pero que Don Jacinto le va a dar su gasto. – le advirtió el hombre.

- Allí estaré puntual, don.

De regreso a su casa, le mintió a su madre, diciendo que había conseguido trabajo con un hermano de los hombres más rico del pueblo, pero lo que no sabía Doña María, es que Don Jacinto también estaba coludido con aquellos personajes. Al día siguiente, preparó sus cosas y partió rumbo al punto de encuentro.

El entrenamiento en la sierra fue brutal, por no decir menos. Los obligaban a estar de pie, en posición de apuntado de arma, mientras les rellenaban los bolsillos del pantalón con restos de comida, para que las hormigas los mordieran, o en su defecto, los golpeaban en las piernas en esa misma posición de disparo. La finalidad era que aprendieran a soportar el dolor y realizar un disparo certero bajo condiciones extremas. También los dejaban sin comer o sin dormir algunos días en una especie de entrenamiento de supervivencia. De cuando en cuando, los torturaban para que, en caso de caer prisionero en manos enemigas, no proporcionaran información sensible sobre sus operaciones.

- Este tipo de entrenamiento – dijo un instructor de apariencia norteamericana – es el mismo que se les da a los U. S. Marines.

Como pudo, completó la fase de entrenamiento y le siguió entrenamiento táctico básico, de como preparar efectivamente una emboscada, así como también tácticas de tortura para infligir el mayor dolor posible. Se consolaba pensando que por lo menos, su madre y sus hermanos tendrían algo de dinero para mantenerse.

Una semana después de terminado el entrenamiento, le fue dada su arma, un rifle de asalto M16A1 y una pistola Glock modelo 18 de 9mm. Su primer objetivo fue un capo de un cartel banda en una localidad cercana a la suya. Pasaron tres días planeando la emboscada y procedieron a actuar. Esperaron a que el objetivo saliera de un restaurante con su familia a plena luz del día y comenzaron a movilizarse. El carro del objetivo se detuvo en un cruce peatonal, con las ventanillas bajas y allí le dieron alcance Daniel y su compañero ataviados con casco, en una motoneta, descargando sus armas sobre el lado del conductor. Tan raudos como pudieron, se dieron a la fuga, adentrándose en calles, callejones hasta que estuvieron seguros de que nadie los seguía. La adrenalina corría por su sangre, aún cuando ya estaban a salvo, en una casa de reunión de sicarios. Cuando la adrenalina se hubo disuelto, comenzó a vomitar profusamente.

- Tranquilo, pinche Danny, con el tiempo se hace más fácil – le dijo algún otro sicario que no alcanzó a identificar.

Ahora estaba allí, a la espera de un convoy militar, con su cuenta de muertes de 26 personas. Ya poco queda del niño que salió de su casa para darle a su familia algo que llevarse a la boca de alimento.

- Oye pinche Erasmo ¿crees que algún día me hagan un corrido? – preguntó Daniel.

- Si sigues chambeando chingón, yo creo que si. – contestó Erasmo.

- Estaría con madre. – replicó Daniel.

Un vigía avisó por radio que el convoy se dirigía a la posición de emboscada y todos se comenzaron a movilizar. Cuando el convoy hizo acto de presencia comenzó la escaramuza con los militares listos para pelear y las armas desfundadas. Alguien, sabrá Dios quién, había alertado a los militares y venían preparados a repeler el fuego. Fue una refriega encarnizada que ganaron los militares por muy poco, en una balacera que pareció durar horas, pero que en realidad había durado unos cuantos minutos. Daniel estaba sentado en posición de cobertura, a un lado de una camioneta de lujo, con dos orificios de balas, una en el costado derecho y uno en la pierna izquierda. Uno de los militares sobrevivientes se acerca a la posición de Daniel, con la intención de rematarlo. A Daniel le cuesta trabajo respirar por la pérdida de sangre y el shock que suponen sus heridas, pero todavía es capaz de increpar al militar que viene a matarlo.

- Jálale, puto, que al fin y al cabo, no vas a vivir mucho tiempo, perro. ¡Yo voy a ser inmortal!.

El militar no pronuncia ninguna palabra, solamente apunta con el arma reluciente a la cabeza de Daniel. Éste cierra los ojos y su último pensamiento es… “Por fin me van a hacer mi corrido”…



El Oscuro InsomneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora