Capítulo XXIII: La gárgola y el Fénix

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Ayer después de las seis de la tarde, Hermione llego al dormitorio y alego mil argumentos de porque tenía que darle una explicación de donde había estado. Agradecí mentalmente que nuestras compañeras de cuarto no estaban y le conté lo que había pasado (menos lo de mis poderes alterados) y se sorprendió mucho al saber que estuve con Cedric porque es mayor y casi se va de boca al saber que somos amigos, sin embargo me dijo que el Hufflepuff tiene mucha razón, que no debemos dejarnos acorralar por la altanería de los demás.

Ella me contó que Quirrell ni cuenta se dio que no estuve en su clase y que cuando me marche del gran comedor el techo encantado sustituyó un bonito cielo soleado por relámpagos y truenos, incluso formo una pequeña lluvia que mojo a todos, la situación fue  muy rara porque ayer el día estuvo soleado y se supone que el techo simula el cielo de afuera, pero el fenómeno más extraño fue que los zumos de calabaza de muchos Gryffindor se congelaron como acero sólido.

¿Habré sido yo la causante de todo eso?

Pues ni idea la verdad.

Al día siguiente bajamos los cuatro juntos, nos sentamos a lado de Neville en el comedor ignorando los cuchicheos a nuestro alrededor.

—Elizabeth —susurran unos asientos más adelante, sigo la voz y me topo con la triste mirada de George.

Lo ignoro olímpicamente y continuo comiendo, se que debo hablar con ellos pero no quiero hacerlo ahora.

Terminamos de desayunar y nos retiramos del comedor.

—Esos estúpidos calderos que limpie ayer me dieron comezón —se queja Ron sobando sus manos.

—No recordada que Snape te castigo, deberías ir con Madame Pomfrey, seguro tiene algún ungüento —digo haciendo una mueca.

Nos detenemos frente al aula de transformaciones, todos están esperando a McGonagall ¿Porqué se habrá retrasado? Nunca llega tarde.

—Pero miren quienes están aquí —dice con voz brusca Malfoy —cara rajada, la sabelotodo y él pobretón.

—Te olvidas de la apestosa —se ríe tontamente Parkinson.

—Anh sí —sonríe con descaro —y dime Weasley ¿Qué se siente traer más deshonra a tu familia? —mira a Ron con lástima —no solo resaltas su pobreza usando esas túnicas viejas y esa varita deshilachada, te debes de esmerar mucho para hacerlos que dar
en ridículo, mira que perder todos esos puntos por ir a visitar a ese cochino sirviente —hace una mueca de asco.

Ese estúpido rubio se acaba de ganar un pase directo a mi lista negra esta vez no detengo la furia, ni el ardor, ni la ira que emana mi cuerpo, en cambio arremango mi túnica y alzo mi mano.

—¡No te metas con mi familia! —muevo la mano en su dirección y de la palma sale una bola de magia tan naranja que parece de fuego, sale disparada al estómago de Malfoy  haciendo que vuele por los aires y choque contra el suelo —ni con mis amigos, serpiente ponzoñosa.

Todos sueltan gritos de sorpresa y se apartan de nosotros sorprendidos.

No me arrepiento de mi arrebato, después de todo, por culpa de Malfoy nos han estado molestando, si no hubiera ido de chismoso todo habría sido diferente.

Malfoy se levanta avergonzado y a dolorido, me mira con rencor y saca su varita listo para atacar.

—Señor Malfoy ¿Qué cree que esta haciendo? —McGonagall acaba de llegar y mira con desaprobación al rubio —guarde esa varita, no tengo tiempo para sus excusas tontas —dice antes de que Malfoy intente defenderse —entren al aula, estamos atrasados.

La octava hija de los WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora