Capítulo XXIV: La Profecía

620 53 17
                                    

Libros, pergaminos, ropa, zapatos, cachivaches, todo yace por todo mi lado del dormitorio, desde que retomamos hace tres semanas los horarios de repaso con Hermione casi ni tiempo tengo, me la vivo haciendo cientos de deberes y leyendo casi todos los libros de las asignaturas.

Aveces ni tiempo de comer me da, los días de vagar por los pasillos han quedado atrás, los exámenes cada vez están más cerca.

Hermione, Harry, Ron y yo nos quedamos hasta altas horas de la noche repasando y tratando de recordar los distintos ingredientes
de complicadas pociones, incluso a mi se me esta haciendo difícil memorizarlos, con tantos hechizos y encantamientos por aprender de memoria, sobre todo los de transformaciones.

—Creo que voy a vomitar —me desparramo sobre la mesa y me acaricio la panza.

—Descansemos un minuto —acata Hermione.

La miro como quien no quiere la cosa.

—Esta bien, cinco minutos.

Golpeo mi frente contra la mesa de la biblioteca.

—Eso te ganas por juntarte con sabelotodos —escupe una voz cargada de rencor frente al estante.

Malfoy, desde que lo humille se volvió insoportable, cada que nos topamos me tira indirectas infantiles.

—Vete a chingada rubio de bote —digo de mal humor —no estoy para tus tonterías.

—Que lenguaje, deberías lavarte la boca con jabón —cierra un libro que  finge leer y lo coloca de nuevo en el estante —mejor me voy, antes de que se me pegue lo vulgar —arruga la nariz y mira a mi hermano —y lo corriente —recita y se marcha.

—Estoy tan cansada que ni ganas de pelear tengo —le digo a Ron.

—Imagínate si las tuvieras —me responde con ironía él pelirrojo.

—Hermione, es viernes por la tarde necesito dormir —digo cabeceando en la silla.

—Si se enferma Fred, George y Charlie me matarán, así que mejor vamos a descansar.

Hermione cede ante la directa amenaza que le hace Ron, guardamos nuestras cosas, en el trayecto a la torre de Gryffindor voy sujeta del brazo de Ron para no caer, ni bien atravesamos la sala común me tambaleo hasta llegar al dormitorio, tiro la mochila al suelo y me lanzo a mi cama cayendo en un profundo sueño.

•••

—Elizabeth —tiran de mi brazo con fuerza.

—Dejame —suelto una patada al aire y golpeo algo blando, se escucha un golpe seco y me siento en la cama con pereza —lo siento —me disculpo con la castaña tirada en el suelo —pero tú tienes la culpa, es sábado por la mañana ¿Cómo se te ocurre venir a despertarme? —entierro mi cara en la almohada.

—Son las diez de la mañana Elizabeth —me informa enfadada —anoche te perdiste la cena, intente despertarte pero tienes el sueño pesado y hoy también te perdiste el desayuno, debes empezar hacer un esfuerzo por levantarte temprano.

—Hmm —respondo con flojera.

—Ya estoy harta, siempre es lo mismo contigo, si quieres quedate pegada en la cama yo iré a estudiar, ya perdí mucho tiempo intentando despertarte.

Escucho un fuerte portazo y bufo.

Solo me siento en el borde de la cama porque una leve capa de sudor comienza a molestarme, me quedo en esa posición haciéndome preguntas existenciales ¿Porqué el sol no es verde? ¿Porqué Dumbledore no se corta la barda? ¿Porqué las gallinas no vuelan como las demás aves? Para empezar ¿La gallina es un ave? Después de perder el tiempo unos cinco minutos camino hasta la ducha, el agua esta fresca y lo agradezco.

La octava hija de los WeasleyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora