Capítulo 31. Casi nada sale como estaba planeado

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Cleopatra había estado muy ocupada ese día. Su hijo Cesarión era un muy buen chico, pero la tendencia que había adquirido desde que estuvo en Armórica a quedarse dormido a los pies de los árboles le daban a la soberana de Egipto mucho trabajo para controlar a su pequeño.

En Alejandría mandó construir unos árboles de oro, un bosque en realidad, pero el pequeño Cesarión se negaba a dormir allí, siempre que su madre le buscaba lo hallaba dormido a los pies de una palmera... un árbol de verdad. Eso facilitó las cosas en realidad, pues la cantidad de árboles que había allí era considerablemente escasa, pero la Villa de César en cambio, había árboles cada pocos metros, lo que hacía que encontrar al niño fuera una tarea ardua de verdad.

Precisamente, la reina de las reinas acababa de hallar a Cesarión dormido de nuevo tras haber pasado al menos un par de horas buscándole. Nada más recogerle había escuchado el sonido de unos caballos aproximándose. ¿Quién se acercaba? Si nadie sabía que estaba allí, nadie salvo... ¡Julio César! Sí, seguro que era él. ¿Quién más podría ser? Si por algún casual fuera ese necio Brutus, Cleopatra se encargaría de que le quedara claro al hombre quién era el faraón de Egipto y porqué era una mala idea hacerla enfadar.

Pero, por otra parte, era poco probable que fuera Brutus, pues César había enviado a ese hombre a la Germania del norte, y eso estaba a muchas semanas de distancia de Roma. Y además, César había sido lo suficientemente considerado como para respetar sus deseos de privacidad.

Con el niño aún dormido, la mujer egipcia se acercó a la entrada de la Villa para averiguar quien era el que se acercaba. En la lejanía ya podía ver el polvo que se levantaba indicando cuán cerca, o lejos, dependiendo del punto de vista, estaba el visitante.

Cuando el carruaje apareció ante su vista, lo primero que sintió la Reina de las Reinas fue sorpresa, ¿por qué se acercaba hasta ese lugar un hombre enmascarado? Su segundo pensamiento fue de temor. ¿Y si, de algún modo, alguien había descubierto que ella estaba allí y venían con la intención de hacerle algo a ella o a su hijo?

El temor se convirtió en furia ante ese último pensamiento, si alguien quería hacerle algo a su niño, antes tendría que pasar por encima de ella. Con determinación, la mujer egipcia se adelantó aún más para hacer frente al intruso. El carro se detuvo de repente y el hombre exclamo en voz alta:

"¡Ya hemos llegado!"

¿Hemos? ¿Había alguien más con ese hombre? ¿Y por qué había algo en la voz de ese hombre que le resultaba familiar? Para sorpresa de Cleopatra, un par de cabezas se asomaron por un lateral del carro. Por Osiris, ¿quiénes eran esos chicos? Los dos vestidos como típicos niños romanos nada menos. La mujer egipcia se sintió ligeramente incómoda cuando el chico rubio se la quedó mirando fijamente. ¿Qué esperaba descubrir mirándola así? De repente los ojos del niño se abrieron como platos y ese niño dijo algo, pero ella estaba demasiado lejos y el niño habló tan bajito que no pudo entender lo que decía. Cleopatra se quedó mirando también a los dos niños, el de pelo castaño era un completo desconocido, pero había algo en el otro chico, algo que le recordaba a alguien, pero ¿a quién?

Bueno, eso no importaba, fueran quienes fueran esos visitantes, Cleopatra iba a cantarle las cuarenta a los recién llegados, en especial al adulto, naturalmente.

La mujer frunció el ceño mientras se acercaba a los viajeros, vio como el hombre bajaba del carro y lentamente se sacaba el casco, revelando a...

¿César?

No, ¡no podía ser! ¿Cómo se atrevía ese hombre a presentarse así sin avisar? ¿Y encima vestido de ese modo tan hortera? ¿Era esto alguna especie de broma? ¿Un juego?

La equivocación de PanorámixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora