Capítulo 1

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Mi vida.



-No pienso seguir limpiando tu mierda Dylan.

Grité mientras salía de su cuarto.
Lancé la puerta, dando paso a un estruendo que retumbo por toda la casa, acompañado del eco de mis pasos al bajar las escaleras del porche.
Necesitaba salir de allí o iba a matarlo.

Dylan era mi mejor amigo o mi peor pesadilla, ya no sabía bien en que categoría se encontraba. Recuerdo tener cerca de  10 años cuando se convirtió en mi vecino. El chico que vivía en la puerta de al lado. Por aquel entonces él tenía 13 y mi primera impresión fue la de un chico rudo, solitario y un poco tímido.

Costaba sacarle una oración completa de la boca cosa que me sacaba de mis casillas. Y quizás fue eso lo que me tentó a acercarme o quizás sus ojos verdes.

Pasé días insistiendo en que fuéramos a jugar y por días su respuesta se mantuvo en un gran NO. Pensaba que algún día me respondería diferente, me conformaba con un -lo pensaré-, pero nunca sucedió. Quizás si no hubiera presenciado una discusión en su casa mientras me escabullía en su patio para convencerlo de ir a montar bicicleta, no nos hubiéramos convertido en lo que somos hoy o en pasar a la categoría de mi persona favorita.

Ese día hubo un antes y un después en mi vida. En mi corta edad nunca había visto tanta tristeza en la mirada de un niño. 

Dylan se encontraba acurrucado en una esquina con los puños apretados y los ojos llorosos y yo solo lo abracé como hacia mi mamá cada vez que me hacía daño y lloraba por cualquier tontería.

Después de ese día me negué llorar, todos en casa decían que mi cambio se debía a mi prematura madurez, sin embargo todo se debía al chico asustado de al lado. No tenia derecho a llorar cuando él apesar de verse tan triste no había derramado una lágrima.

Sus ojos verdes estaban brillantes brillantes y rojos, pero no había rastro de haber liberado un poco de su tormento. Ni un grito, ni un gruñido, ni un llanto furioso. Solo era él en aquella oscura esquina viéndose demasiado desolado y necesitado de un abrazo.

Pasaron horas en las que estuve envuelta a él como una pequeña lapa, no hubo renuncia de su parte y yo era feliz en poder ayudarlo a sí sea con un simple abrazo. Cuando su cuerpo se relajó y su respiración se asemejaba a la mía lo solté y regresé a casa.

Ese día en mi cuarto mientras intentaba dormir, no pude alejar la imagen de sus ojos, apagados y tristes.

Al día siguiente cuando coincidimos por los pasillos de la escuela recibí una inclinación de cabeza por su parte y fui realmente feliz. Quizás era una tontería, pero después de estar soportando solo gruñidos por su parte era todo un adelanto.

Después de eso cada vez que Dylan tenía un mal momento yo simplemente lo sentía y acudía a su encuentro, pocas veces hablábamos, solo nos mirábamos por horas o le sostenía su mano y después cuando todo se calmaba volvía a mi casa.

Nunca hice preguntas, sabía que no las necesitaba y yo era demasiado pequeña para entender muchas de las cosas que pasaban en su casa.

Los escándalos que ocurrían en la casa de al lado eran nuevos para mí. Mis padres no peleaban, ni se alsaban la voz  y eso en casa de Dylan era el pan de cada día.

Mi tarea era sencilla y no era la de hacer preguntas, solo mejorar un poco la vida de ese chico de ojos tormentosos y sonrisa difícil, y por mucho tiempo lo logré.

Hasta que la necesito ese abrazo fui yo y el chico de al lado no dudó en dármelo. Cuando tuve 15 año mi madre murió de un infarto cerebral, un día estábamos charlando en la mesa del comedor y al otro ya no se encontraba con nosotros.

Junio ( Borrador)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora