"El Cuaderno Rojo"

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Una noche fría, vacías las calles, paseaba solo. Solo por no tener amigos, solo por no querer tenerlos. No recordaba a nadie que hubiese estado nunca a su lado. ¿Su madre? No la recordaba ¿su padre? Menos. Volvía a casa.

Cada mañana despertaba en la misma habitación, sin saber nada de él ni de nadie. Ni dónde estaba, ni que había en los cajones. Pasaban diez minutos hasta que encontraba donde había ropa guardada. Solo sabía una cosa. Sabía de un cuaderno tapizado en rojo, que cada mañana al despertar estaba en esa mesa. Solo recordaba su aspecto pero nunca lo que había dentro. Confuso, tardaba horas en decidir si leerlo o no ¿Y si es de alguien? ¿Y si es mío? ¿Y si tiene las respuestas qué busco?

Ya llegaba la noche cuando se decidía a abrirlo y comenzaba a leerlo cada segundo más pálido y aterrorizado.

Soy Juan. Mi madre me llamaba Juan hasta la noche en que murió. Ahora ya no sé quien soy. Yo, que estaba con mi familia de vacaciones en nuestra casa de la playa, había visto cómo mientras mi madre reciente enferma reposaba en cama, mi padre jugaba con la asistenta. Pensé que eso eran juegos de mayores, y que mi padre solo debería jugar a eso con mi madre. Así que llame a la asistenta desde mi habitación y me escondí detrás de la puerta. Tardó un poco en llegar, supongo que estaría vistiéndose. Tiempo perdido para ella, ya que en cuanto atravesó la puerta de mi dormitorio, la golpeé con el palo de la chimenea del salón que recogí camino a mi habitación. Ella quedo inconsciente, quizá muerta, sobre la alfombra. Cerré rápidamente la puerta de la habitación con seguro y la arranque la ropa. Esa sucia asistenta debía aprender a no jugar con la gente equivocada. Yo la enseñaría las normas del juego. Pasaron unos 20 minutos y ella no se movió, ni tan siquiera emitió un sonido. La di por muerta. Mejor, así no diría nada.

Escuché como la llamaba mi padre, con una excusa de papeleo, aunque supongo que para continuar con su juego. Cabreado, pensando en la pobre de mi madre, enferma en cama y seguramente soñando con recuperar la que un día había sido una familia feliz, recogí el palo de la chimenea, y lentamente, evitando que se escuchasen mis pasos, me dirigí al cuarto de mi padre.

Abrí la puerta y él estaba de espaldas, esperando:

-Olivia has tardado mucho…-No acabó de hablar para cuando se giró y me vio sosteniendo el grueso palo de hierro. Del susto pegó un grito, pero fui rápido y pude aplastarle la cabeza antes de que alguien pudiera oírle. O eso creía.

-Juan…-escuché una voz bajita y enferma desde la otra habitación.

Yo entré dispuesto a explicarle que papá ya no cuidaría más de ella, que huyo con Olivia, pero que nunca iba a estar sola. Y pensé que me entendería. ¡Pero no lo hizo! Su cara, ¡Esa cara de espanto, pálida que mostro al verme recubierto de sangre¡ ¡Quise explicarla, pero ella no callaba¡ Quise decirla “mamá, esto fue por ti´´. Pero ella no estaba dispuesta a entenderme. Si seguía gritando los vecinos de aquel lugar vendrían a investigar y yo no tendría tiempo de esconder los cadáveres. Sin pensármelo demasiado, agarré el palo con fuerza y la golpee, ¡Una y otra vez hasta que su cara quedo irreconocible! ¡Y lo disfruté, ella debió haberse callado!

Uno a uno, guardé los cadáveres de aquella sucia gente en bolsas de basura los monté a la barca en la oscura noche y los lancé a la mar.

El resto de páginas de aquel diario estaban en blanco. Se horrorizó. Esa crueldad no podía ser cierta. No podía ser un asesino, no podía haberlo escrito para recordarlo. Nadie jamás debía conocer aquella historia. Encendió la chimenea, viniendo a su cabeza esos horribles recuerdos de la casa de verano, y arrojó el cuaderno rojo al fuego. Y espero. Espero hasta estar completamente seguro de que aquello ya no existía.

Nervioso salió a dar un paseo. Todo era oscuro. No sabía que pensar. Estaba confuso, cansado. No quiso pensar en nada, tardo poco en decidir volver a casa, con el fin de descansar “mañana será otro día´´. Durmió.

Al despertar no sabía dónde estaba, ni quien era. No reconocía aquel lugar, lo único que recordaba un poco, era un extraño cuaderno rojo que había sobre la mesa.

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