Su nombre era Grace. Grace tenía nueve años de edad, era tan sólo una niña pequeña, pero con una vida horrible. Por mucho tiempo, Grace fue violada, torturada y maltratada por parte de sus padres, hermanos y su abuelo.
Fue a los nueve años que, en una de las múltiples torturas, sus familia la tomó por muerta. Preocupados, entendieron que el cuerpo muerto de la niña podría delatarlos. Al muy estúpido grupo compuesto por su madre, su padre, su hermana, su hermano y su abuelo no se les ocurrió nada mejor que sepultar el cuerpo de la niña en el jardín, dentro del bonito ataúd que había construido su abuelo a lo largo de los años con su tiempo libre.
El ataúd era acolchado y suave por dentro, en algún momento la habían obligado a dormir allí y le decían que la enterrarían viva.
Después de meter el cuerpo dentro de la caja y enterrarlo a mitad de la noche para que nadie lo notara, entraron a su casa y fingieron que nada había pasado. Pero, bajo tierra, Grace comenzó a moverse. Estaba enterrada cinco metros bajo tierra. Se dio cuenta de que estaba dentro del ataúd y comenzó a gritar y a golpearlo con desesperación hasta que le sangraron los nudillos por los golpes, pero la madera no cedía.
Ella ya llevaba días bajo tierra, tenía hambre y sed. Entonces sintió un horrible olor, se dio cuenta de que en todos esos días su cuerpo se había estado pudriendo de forma rápida. Tocó sus piernas y se dio cuenta de que había gusanos comiendo su piel. Gritó de asco y terror, aun con más fuerza hasta reventar sus cuerdas vocales con un último y ahogado grito.
“¡Por favor, seré buena! ¡ Déjenme salir, por favor!” gritaba Grace repetidamente antes de que perdiera las cuerdas vocales y le sangrara la garganta. Pasaron los días y la carne de Grace se pudría, se había roto huesos golpeando el ataúd en busca de salida. Finalmente, la madera cedió y una enorme pila de tierra cayó sobre Grace. El colapso de la tierra sobre la tumba de la niña llamó la atención de su abuelo que estaba sentado junto a la ventana que daba al jardín trasero. El hombre se levantó y corrió a ver que sucedía. Al ver la tierra ceder entendió que el ataúd debía de haberse roto, así que, aprovechado que era de noche y se encontraba solo, tomó una pala y excavó el lugar hasta dar con el ataúd roto.
Sacó el cuerpo podrido de Grace. Olía muy mal, aunque para la cantidad de putrefacción que tenía no era mucho el olor, a penas se notaba. Tenía la boca llena de tierra. El viejo pensó qué hacer, y tuvo una idea mejor, que la que había tenido en compañía del resto de la familia. Apoyó el cuerpo de la niña junto a un árbol y comenzó a tapar de nuevo el agujero. Pensó que guardaría el cuerpo como juguete personal, abusaría de la muerta y cuando estuviese muy podrido lo quemaría dentro de lo más profundo de la casa. Mientras pensaba en todo tipo de torturas en su cabeza, detrás de él, los ojos de Grace se abrieron lentamente. Estaban blancos por completo, miraban con rabia a aquel anciano. Él, sin saber qué estaba a sus espaldas, rió con suavidad ante su última idea de qué hacerle a la muerta Grace. Se acerco más. Soltó un listón azul de su cabello, que su madre siempre la obligaba a usar, y con agilidad lo puso al rededor del cuello de su abuelo. Este comenzó a asfixiarse y a jadear, pero la cuerda lo apretaba con tal fuerza que no podía hacer salir de su garganta ningún grito.
Cuando la familia volvió, encontraron al abuelo muerto, cubierto de gusanos, mutilado, quemado, le habían disparado y sodomizado. Sus sesos estaban dispersos en el piso y tenía el cuello cortado, de forma que se veía perfectamente su garganta. Escrito con lápiz labial en el espejo de la habitación decía “Ya va uno, faltan cuatro” junto con el listón azul, que estaba lleno de sangre.