"El Fémur"

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En un condado de clase media-pobre, en las afueras de la Ciudad de México, en un departamento de tres pisos  y en una calle gobernada por el vandalismo, habitaba un joven de 17 años de edad, robusto, de buen aspecto y salud, pero con muy poco dinero como para vivir una vida realmente satisfactoria. En él, todo marcaba que no podría llegar a ser lo que siempre soñó: analista de crímenes; ese era siempre su sueño, pero a los 11 años su mamá falleció y su padre calló en bancarrota y en la drogadicción cuando él había cumplido los 13 años de edad. Más tarde, a los 16, como su padre tenía arranques de ira y de paranoia, tuvo que dejar su hogar y, con el poco dinero que había conseguido ahorrando, rentó su hogar en un departamento.

En un día, como en cualquier otro, él salió de su casa  para dirigirse a su mediocre y aburrido trabajo como empleado en una tienda de servicio de alimentos varios, semejante al OXXO, pero en vez de ello, una tienda de servicio independiente, que no cubría ni los estándares de limpieza básicos del establecimiento y muy poco visitada por nuevos clientes, obviamente por la misma razón de ser un lugar bastante antihigiénico. Él tenía que caminar bastante ya que su trabajo se encontraba 2 horas a pie de su departamento, por la razón que no tenía dinero suficiente para ni siquiera comprarse una mísera bicicleta que lo transportara más rápido. Llego al lugar y notifico su asistencia con el jefe Juan Manuel. Ese hombre era bastante vulgar e irresponsable, no trataba a los trabajadores con el debido respeto y constantemente los arriesgaba de su salud en tareas bastante humillantes, como limpiar el piso con trapos sucios y con los pies, colgar en las paredes –fuera del establecimiento- anuncios publicitarios de una altura de 2 metros y medio sobre el suelo sin usar una escalera, sino subiendo por adentro de las instalaciones y colgarlo desde el mismo techo de la mugrosa tienda. Para el jefe de ahí era un ultraje hasta sus mismos trabajadores sometidos a él, ya que todos los que laboraban para ese infeliz hombre necesitaban dinero urgentemente o para subsistir en el margen de la vida y la muerte.

Nuestro protagonista llegó y le dijo lo siguiente:

– Hola, buenos días, ya llegué a trabajar.

– ¡Qué demonios tienen de buenos, mísera basura arrastrada, llegas 37 segundos tarde, los tengo totalmente contaditos, bestia inmunda!

– Por favor, Juanma, sólo fueron 37 segundos, se lo recompensaré en mi jornada de trabajo.

– Eso desearías, alimaña, ahora como castigo te tocará limpiar los inodoros repletos de heces fecales que excretó un obeso con colesterol ayer antes de cerrar.

-Sí, señor (suspiro)

– Y espero que te arregles un poco, muchacho vándalo, tienes la cara como si fueras a asaltarme, inútil, y para que no se me olvide, te pondré en mi registro de incumplimiento laboral, a Leonardo Sergio Añejo Borges.

Lo más lamentable de esto es que Leonardo debía seguir los insultos y abusos de autoridad sobre los fastidiosos comentarios de su jefe, o de lo contrario sería despedido por dar auge de poder vandálico, lo que no entendía muy bien porque su jefe se lo repetía bastantemente sin descansar.

Eran alrededor de las 3:00 p.m. cuando un señor alto y esbelto ingresó a la tienda con cierto aspecto sospechoso, ya que vestía un sobrero bastante antiguo y que le ocultaba cierta parte de la cara. Este mismo solamente rondaba por la tienda, tal vez esperando a alguien o intentar asaltar la tienda en el momento que toda la demás clientela se fuera de la tienda y quedaran solamente él y Leonardo, ya que su inmundo jefe tuvo que salir a conseguir más trapos para limpiar el nefasto y asqueroso suelo del lugar.

Pasaron los minutos y, efectivamente, toda la poca clientela restante del lugar salió a su vida cotidiana, dejando a Leonardo y al sujeto misterioso en el presunto lugar de venta de comida sana y fresca. Este hombre se le aceró al joven y le dijo que le cobrara una manzana que se había comido en su estancia en la tienda, Leo se la cobró y el hombre sacó una cartera; esta misma tenía una peculiaridad: un símbolo en una de las esquinas de la misma, un símbolo parecido al pentagrama inverso del demonio o algo por ese mismo estilo. El hombre alto, ya que había pagado la manzana, se tornó en sí mismo y parecía que iba a salir de la tienda. Leonardo sintió un pequeñísimo alivio a la hora que este hombre parecía marcharse, pero en el momento más abrupto e inesperado de Leonardo, este hombre dio una patada casi no con la facultad de ser percibido por el ojo humano, dando como resultado atroz e irremediable la inconsciencia de Leonardo y su desplomo al frío suelo.

CREEPYPASTAS!♥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora