Prólogo: Descenso

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¿Alguna vez te has preguntado si llevas un demonio por dentro?

Pues esa pregunta me la he hecho desde que llegué aquí. Ha pasado tan poco tiempo en el mundo que ha hecho que mi cabeza de otro giro de tuerca más y la gente me atribuya cosas que realmente no me corresponden, pero que están dentro de mí. Me corrompen, cómo una bacteria que se va apoderando de tu cuerpo hasta que se adueña de él, poco a poco y lo hace pedazos.

No me reconozco.

Sólo me limito a reaccionar y abro los ojos, saco mi magnum rápidamente de la funda de los pantalones; aparto la mesa que me protegía del tiroteo que ocupa el pequeño apartamento. Me muevo agachado, casi arrastrándome mientras que múltiples proyectiles mortales pasan por encima de mi cabeza. Si me levantara, tan sólo un poco podría llegar a la puerta, pero si cometo un solo error, es el fin, me voy a la mierda. Lo pienso mejor. Ni de coña; tengo que llegar hasta D, al que le han disparado. Tengo que ponerlo a salvo conmigo debajo de la mesa, para protegernos. Hoy no podemos morir, ahora no.

Los proyectiles empiezan a atravesar la puerta, vienen de todas partes. No puedo disparar, estamos en el último piso del edificio; desde aquí el resplandor del sol me cegaría los ojos y probablemente moriría agujereado de balas. Las personas que iniciaron el tiroteo están ubicadas en diferentes ángulos de los edificios vecinos con rifles para matarnos. Prosigo arrastrándome cómo si estuviera en un gran campo minado, pero me arriesgo, la vida de D es más grande y valiosa que el oro en estos momentos. Coloco la magnum en frente de mí, con el brazo recto, sigo avanzando porque escucho chasquidos de bala traspasando las paredes de abajo y ruidos de pies subiendo las escaleras a toda velocidad, por lo que en cualquier momento tendría algún blanco en posición de disparo. Jesús. Si no me doy prisa, estamos jodidos. En ese momento me llega un oscuro pensamiento, puedo dejar a mi amigo. Dejar morir a D, solo; pero la lealtad me retumba en la cabeza.

No lo haré.

Llego al pequeño rincón en donde él se encuentra, está tirado, boca abajo, y con un gran agujero en donde la sangre fluye a grandes cantidades, como si hubiera sudado a la misma muerte. Le tomo de la mano mientras sigo agachado, le mido el pulso y escucho el sonido de su corazón. Débil, tranquilo y destrozado, no nos queda mucho tiempo que digamos. Está vivo. Sigue vivo, me ahorro la búsqueda de la herida. La bala milagrosamente le atravesó el pecho, pero se lo ha hecho trizas, no está en su interior. Por lo que tengo una posibilidad de salvarlo antes de que se desangre, claro está.

Reviso en uno de los muchos bolsillos de mis pantalones en busca de mi celular para llamar a mis compañeros y pedirles refuerzo, posiblemente fuego de cobertura para salir pitados de aquí, puede que disparando. Mierda, mierda, mierda; no lo encuentro, así que me limito a buscarlo con la mirada.

Puta madre.

Está roto junto a una de las esquinas del apartamento. Se me debió haber caído justo durante el tiroteo.

Miro la magnum, angustiado. Tiene en su interior seis balas. Cargador completo; sonrío en pensamientos. Tengo además otro cargador en mi bolsillo trasero. Me he dado cuenta de que tengo suficiente munición. Soy buen tirador. Pero, si matar a unos es difícil, matar a todos con D encima sería una condena a muerte inmediata.

Arrastro a D lejos de la puerta. Justo cuando lo muevo, se oye un pequeño gorgoteo de su sangre que se asimila al de exprimir una naranja, pero más mórbido y desagradable. Realizo otra vez el pequeño recorrido mientras el ruido de balas contra los bordes de la puerta de metal y por encima de mi cabeza, me retumba en los oídos.

Ya están aquí.

El tiempo se ha acabado.

La voz de mi madre suena inesperadamente dentro de mi cabeza.

"John, todo lo que hacemos es por el bien mayor"

Pero yo exactamente no era ni hacía el bien mayor, era parte del sistema. El sistema que cambió mi vida por completo, pero no era hora de arrepentirse ni de lamentarse. No había vuelta atrás para corregirlo todo.

Me mareo, empiezo a perder el equilibrio pero me obligo a no caer. Tengo la mirada perdida, con el cuerpo casi paralizado; si Jane me viera en estos precisos momentos, probablemente diría que estoy enamorado. Pensar en eso solo me hace un nudo en la garganta; me propongo pensar en un plan, pero nada fluye. Todo lo que veo es rojo: Las paredes, el rastro de sangre que he dejado al arrastrar a D, mi traje, mis manos...llenas de sangre. Ya no recuerdo a cuántos he tenido delante de mí, como bultos sin vida por obra mía. Pero durante la última fracción de segundo que me permito pensar, cuestiono si tener delante al que me enseñó a matar en las últimas, moribundo y con su sangre en las manos, sea por mi culpa también.

Agarro y giro la mesa, la cual tiene recién hechos pequeños huecos causados por las balas, pero que sigue siendo útil para que le sirva a D de protección y cobertura; me pongo de cuclillas, asomo un poco la cabeza y vuelvo a observar el camino de sangre que ha dejado D mientras lo he arrastrado. Genial. Bravo, ahora otro motivo para tener ganas de vomitar. De repente, la puerta comienza a retumbar cada vez más fuerte. Salto por encima y me recuesto junto al espaldar de la mesa. Busco por encontrar algo para disminuir la presíon del momento, pero no encuentro nada; encambio me limito a observar la mesa. Es incríble como cuatro centímetros de madera entre D y yo puedan definir el destino entre la vida y la muerte de cada uno de los dos. Sé que si estuviera en la misma situación, D hubiera hecho lo mismo por mí; morir protegiendo a alguien a quien estimas.

Examino mis posibilidades, entre mil que recorren mi imaginación. Pienso que la mejor manera es enfrentar todo de lleno y no acobardarse; prefiero morir dando un último regalo de despedida que escondido y con miedo a intentar nada.

Tiemblo mientras patean la puerta, haciéndola añicos, lentamente y cada vez más. Pero, a pesar de eso río con todas mis fuerzas y levanto la magnum hasta la altura del ojo, tal y como me enseñaron. Sonrío, a pesar de que caigan lágrimas por mi rostro.

No me imaginaba que terminaría así.

Presiono con más fuerza el arma, apunto hacia la entrada y respiro entrecortadamente; hasta que la presión me sube por todo el cuerpo, a tal punto de no poder aguantar ni respirar más.

Llego al límite y presiono el gatillo.

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