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El inicio de año escolar es muy controversial, tanto para estudiantes como para padres y profesores; por un lado está más que claro que el alumnado detesta regresar a una segunda casa donde abusan en dejar deberes y proyectos a montón, y por la ot...

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El inicio de año escolar es muy controversial, tanto para estudiantes como para padres y profesores; por un lado está más que claro que el alumnado detesta regresar a una segunda casa donde abusan en dejar deberes y proyectos a montón, y por la otra los catedráticos nunca están contentos de lidiar con jóvenes inmaduros que a duras penas salvan el semestre, y los padres, bueno, ellos se libran por medio día de los terremotos, ya solo deben ver qué hacen para pagar las colegiaturas.

Pero vamos, el estudio es importante y la buena madre y el buen padre siempre lo recalcan, así que, ahí aparecen los denominados "cerebritos", que en verdad son la envidia del resto porque sí saben cumplir con sus obligaciones académicas, ah, y por supuesto, lucir sus habilidades en distintas áreas.

Maurice Hedgehog no es la excepción. Pasar con honores la secundaria fue un gran logro, y ahora debía seguir así en el diversificado, ya estaba a nada de la universidad y debía mantener el buen promedio que por años ha presumido con sus compañeros para conseguir la beca estudiantil que se ha propuesto; era el primer paso para un brillante futuro que desde niño planificó, un poco extraño considerando que a los seis años ya andaba investigando el pensum de la carrera que quería seguir, pero, detalles. Soñaba vestir uno de esos trajes formales que hacían ver a los grandes con un buen y ostentoso porte, llevar consigo un maletín de cuero marrón cargando papeles importantes dentro, y luego, al entrar al bufete de abogados, acomodarse elegantemente unas gafas nuevas y...

¿Escuchar al odioso despertador? Porque literalmente lo hizo.
Abrió sus ojos despertando de su increíble sueño, notando que la alarma puesta de media hora antes de la entrada a su nueva preparatoria sonaba como si no hubiera un mañana; hastiado, se levantó y restregó el rostro antes de apagar el ruido que taladraba sus tímpanos, entonces se quedó un rato quieto mientras iniciaba el proceso de reinicio.

Y ya entonces empezó una rutina sencilla: primero, estirarse hasta escuchar a sus huesos reacomodarse; segundo, ir a darse una ducha para quitarse la baba de la cara y estar presentable para el primer día; tercero, cambiarse, bajar a la cocina y hacerse un desayuno cargado de carbohidratos y un jugo de cajita; cuarto, cepillarse los dientes y medio arreglar a esas púas azules difíciles de domar; quinto, cargar su mochila  y salir de casa; y por último, arrepentirse, regresar a su habitación y buscar sus anteojos que siempre termina olvidando, no es como si no viera absolutamente nada, pero ni estando en primera fila logra ver lo que escriben en la pizarra; y ahora sí, irse a la parada de autobús.

Todo iba bien, ninguna anomalía, sospechosamente normal para ser el día de inicio en su nueva preparatoria, que estaba algo lejos de su casa; no quería ser supersticioso, aunque como que algo no cuadraba...

Lo recordó a medio camino, olvidó su libro de matemáticas y ese era el primer curso a recibir; se mordió las uñas el resto del viaje pensando en qué excusa inventarse, hasta que un foquito se le prendió, podía pedir prestado una copia en la biblio...

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Lo recordó a medio camino, olvidó su libro de matemáticas y ese era el primer curso a recibir; se mordió las uñas el resto del viaje pensando en qué excusa inventarse, hasta que un foquito se le prendió, podía pedir prestado una copia en la biblioteca, con suerte y se lo daban. Así que, apenas bajando se fue como rayo hacia dicho lugar, quedándose más de veinte minutos mientras rogaba casi llorando porque le dieran una copia, la bibliotecaria no era precisamente una mujer indulgente y paciente, haciéndole gastar minutos preciados de su tiempo. Para colmo, le entregó el bendito libro justo cuando tocó la campana de inicio.

El azul corrió disparado hacia las escaleras recordando que su aula estaba en el tercer piso; al ir a prisas casi tropezaba con las gradas y uno que otro alumno, unos se quejaban con la mirada y en silencio, otros lo insultaban, y otros que ni en cuenta. Llegó, un poco más y alcanzaría la clase; un tipo rudo que seguramente sería el líder de fútbol se interpuso de repente, gracias a Chaos que logró esquivarlo casi cayéndose, pero siguió avanzando, luego otro debilucho que sería un saco de boxeo para todos, también alcanzó esquivarlo desacomodando sus gafas.

Estaba cerca, muy cerca, la puntualidad excelente por el resto del año ya era un hecho.

Bueno, lo pensó antes de que por arreglarse los anteojos chocara con alguien. Debido a la fuerza del impacto perdió el equilibrio y se cayó unos cuantos pasos hacia atrás, mientras el tipo se quedó tambaleante botando sus libros que cargaba en mano.

El erizo cían se sobó un chinchoncito no visible volviendo a agarrar el libro que prestó; que si era descortés quizás, pero no quería pedir disculpas cuando (según él) no tuvo la culpa de ese choque.

—¿Estás bien? —preguntó la otra voz, ronca y estoica, apilando los cuatro libros en su antebrazo, entretanto estiraba su mano al joven que seguía sin levantarse—, fue un golpe duro. Aquí, déjame ayudarte para que te pongas de pie.

—Gracias —susurró avergonzado, solo hasta apoyarse de esa mano negra con una franja roja—. ¿De qué son esos libros?

—De biología, vengo porque nos servirán a mí y a unos compañeros en nuestra clase —comentó, regresando a su camino— por cierto, llevas diez minutos retrasado.

(Vaya, gracias, realmente no lo sabía) Eh, sí, claro, adiós —pasó de largo, con más pena que ganas al haber visto de reojo a la profesora canosa y mayor haber entrado a su clase, y el pasillo ya casi en silencio como en una película de terror.

Pero que bonito año le aguardaba.

Pero que bonito año le aguardaba

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❝Forgive me❞│Sʜᴀᴅᴏɴɪᴄ│AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora